Capítulo 20

850 82 2
                                    

   Corro del baño a mi habitación nerviosa, Nicolás pasaría por mí a las nueve y son las ocho y cinco, debo apurarme. Ayer, al volver del bar, me quedé con Anya viendo dibujos animados, ya que la pequeña se sentía mal y estaba con un poco de fiebre. Por suerte aceptó quedarse con Cameron esta noche. Debo reconocer que él me es de gran ayuda, estuvo a mi lado cuando pensé que no quedaba más nadie, me alentó a seguir cuando estaba dispuesta a dar mi último aliento. No sé qué habría sido de mi vida sin él.

   Tomo el vestido, que había estirado sobre la cama, y me lo pongo. Era color champagne, con la falda corta hasta unos centímetros más arriba de la rodilla, en la cintura se estrecha un poco más, marcando mi silueta, y el torso era ajustado con los breteles caídos y escote corazón. Este vestido, junto a unos zapatos taco alto dorados que guardo para ocasiones especiales.

   Me paro frente al espejo y comienzo a pintar mi cara, no muy complicada, lo básico. Un dorado para los ojos, delineado grueso negro y los labios de un rojo oscuro. Me alejo un poco del espejo para poder ver mi cuerpo completo. Me veía bien, bastante para mi gusto. No era la típica chica que amaba salir y andar arreglada, pero arreglarme de vez en cuando me hacía sentir bien.

   — ¡Oye! No es que te lo diga porque sos mi amiga, pero estás muy bella —habla Cameron al verme bajar por las escaleras.

   — Gracias —sonrío un poco ruburizada por su comentario—. Me encantaría decir lo mismo de ti —río.

   Él se mira y sonríe, su aspecto no era el mejor. Estaba sentado en el sofá con Anya dormida a su lado, recostada y apoyando la cabeza sobre su falda. Tenía un pantalón de jogin negro, una remera mangas largas azul y unas pantuflas floreadas.

   — Esas son. . . Mis. . . ¿Pantuflas? —señalo sus pies.

   — Puede que sí, tengo pies chicos —ríe.

   — Tú lo que tienes es que ir a un psicólogo, urgente —respondo dando una última vista en el espejo del living.

   — Consideraré tu opción —alza los hombros.

   El ruido de un auto se oye afuera, Nicolás debe estar aquí. Tomo un saco blanco calado del perchero y mi cartera de mano y me acerco a la puerta justo antes de que él pueda tocar el timbre.

   — No pensé que estarías lista —confiesa con una sonrisa.

   Lo miro de pies a cabeza, tenía un traje negro que lo hacía ver bien, incluso parecía más alto de lo normal.

   — Nací lista —digo con una sonrisa saliendo de casa y cerrando la puerta.

   — Perfecto —abre la puerta del auto para que pueda subir. Agradezco antes de entrar.

   Rodea el auto y sube del otro lado. Se aferra al volante, como si estuviera nervioso. Sus ojos, a pesar de mirar al frente, mostraban inseguridad. Gira la cabeza y se encuentra con mis ojos. Ni siquiera me molesté en apartar la mirada.

   — Ocurre algo —digo.

   — No, nada —responde parpadeando para apartar sus ojos de mí.

   — No era una pregunta —me cruzo de brazos—. Nick, si quieres bajo aquí y vuelvo a mi casa. Sé que algo pasa contigo —digo estirando mi mano hacia la manija de la puerta.

   — No, no quiero que te bajes —me agarra por la muñeca, inclinándose hacia mí. Alzo la vista, encontrándome con sus ojos sobre los míos.

   — Yo. . . —mi voz salía entrecortada. Su boca estaba a centímetros de la mía.

   — Lo siento —suspira volviendo a su lugar en el asiento.

   — No pasa nada. . . Ya vamos —indico.

   Comienza a conducir por la carretera, la cual estaba oscura y sin vida. Lo sucedido hace un rato me hizo temblar, ver lo que era capaz de hacer para que no me valla. Eso hizo darme cuenta de que sabe dejar su orgullo de lado, ya que un orgulloso me habría dejado ir sin retenerme.

   — Por cierto, gracias por aceptar venir —dice rompiendo el incómodo silencio que se había firmado entre ambos.

   — Gracias por invitarme —alzo los hombros—. Me alegra que por fin nos llevemos bien.

   — Sí, es reconfortante —su voz era grave y se notaba seria.

   — Cuando entré a la habitación del hotel esa noche, lo primero que pensé, luego de que me gritaras, fue que quería salir corriendo de ahí. No sé qué pasa conmigo, me pongo mal cuando no recibo la aceptación de la gente —confieso.

   — ¿De verdad? —pude notar su expresión de sorpresa—. A mí no me importa si alguien me acepta o no. Tú piensa que esa persona tendría que estar muy mal de la cabeza para no aceptar a alguien como tú.

   — Sí, pero. . .

   — ¿Sabes? Cenaremos en un lugar hermoso, y no lo digo porque nada —cambia de tema.

   ¿Qué había querido decir antes? Y ¿por qué cambió de tema? Cuando creí poder entenderlo, otra vez le dio vuelta la cabeza. No voy a rendirme, quiero poder entender su forma de pensar, pero también quiero sonar discreta. Y ahí está mi gran confusión, ¿qué hago? ¿Sigo la relación con él como un completo desconocido? ¿O me arriesgo? En ambas salía perdiendo. No me beneficiaba tener una amistad con alguien a quien apenas conozco, pero tampoco podía preguntar porque lo haría enojar quedando sin su amistad, pero también sin sus respuestas.

   — ¿Sabes? He notado que sabes cosas de mí, pero yo no sé casi nada de ti —comienzo a hablar. Ya elegí, la discreción sería la mejor opción.

   — No hay mucho por saber —curva la boca hacia abajo.

   — ¿Todos estos años que viviste no te sirvieron de nada? —pregunto elevando el tono de voz.

   — Mi infancia fue muy mala, me hace mal recordar. Por eso la intento olvidar, es como un mecanismo de defensa —explica.

   — ¿Tan mala fue como para querer olvidar todo una etapa de tu vida? —tiro mis cabellos hacia atrás.

   — No te imaginas —su voz sonaba triste y apagada, eso me bastó para creerle.

   — Y. . . ¿Qué sueles leer? —pregunto tratando de cambiar de tema.

   — Leo de todo, sobre todo romance y fantasía —contesta—. Y de vez en cuando algo de poesía. Es el único escape de la realidad.

   — Totalmente —sonrío.

530Donde viven las historias. Descúbrelo ahora