Capítulo 22

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   El tramo que quedaba por recorrer era corto, en menos de lo pensado estaciona el auto frente a una gran casa de dos pisos de alto. Al frente tenía una gran galería, sostenida por gruesas columnas de madera. Lo miro extrañada, no sé dónde estoy ni por qué me trajo acá.

   — ¿Dónde estamos? —pregunto una vez abajo del auto, bajo la protección del techo de la galería.

   — Bienvenida a. . . Mi casa —abre la gran puerta, permitiéndome el acceso a su casa.

   — ¿Por qué me trajiste aquí? —pregunto atónita.

   — Acompáñame —entra a la casa y yo voy tras de él.

   Justo ahora estaba en el living, realmente grande, cabe destacar. Frente a mí había una puerta que, por lo poco que vi, llevaba a la cocina. A la derecha había un baño y a la izquierda había una larga escalera de madera, al lado de la escalera había una puerta que permanecía cerrada. Era un lindo lugar, bastante grande y espacioso.

   Comienza a caminar hacia la escalera, pero se detiene centímetros antes y cambia su rumbo. No iba a la escalera, iba a la puerta cerrada. Gira el picaporte y la va abriendo despacio. La oscuridad consumía el lugar y el frío recorrió mi cuerpo.

   — Ven, con cuidado —presiona un botón y una luz amarilla inunda el lugar. Unas largas escaleras en descenso aparecen.

   Comienzo a bajar, detrás de él, aferrándome fuertemente a su mano. ¿Por qué un sótano? ¿No podía ser un salón común y corriente? Tengo una mala experiencia con estos lugares desde que Bárbara me traumó con una historia de niños. Fue a los seis años, me contó algo sobre un oso de felpa asesino y, en ese entonces, en el sótano de nuestra casa había un oso gigante de felpa que le había regalado uno de los primeros novios que tuvo Bárbara, por eso no quería bajar. Quedé traumada y me juré nunca más volver a pisar un sótano. Y ahora estoy acá, a punto de romper la promesa que me hice.

   — No soporto el misterio —exclamo.

   — Bien, ahí va —una vez abajo, presiona otro interruptor prendiendo dos luces amarillas, dejando ver las cosas que tanto me quería mostrar—. Este es como mi escape, aquí vengo cuando estoy mal.

   — Esto es. . . Hermoso —me adentro más al lugar.

   Había muchos instrumentos, desde una guitarra, un bajo o un violín, hasta un piano, un violonchelo y estantes llenos de libros de música y flautas. También había un sofá negro, una mesita de café, una biblioteca con libros, una radio antigua y, al fondo de todo, una batería, ahora entiendo por qué me trajo acá. El lugar estaba pintado de un marrón oscuro y el piso era una bella alfombra negra. Había un pequeño calefactor blanco que mantenía el lugar con calidez.

   — No me mires así, dijiste que te gustaría aprender a tocar la batería —exclama cruzando sus brazos.

   — No pensé que te lo tomarías tan literal —río acercándome a la batería y tocando uno de los platillos.

   — ¿Aún quieres aprender? —sonríe moviendo una de las baquetas entre sus dedos.

   — Será un placer —me acerco a él.

   Se sienta en el banco, extendiendo las baquetas hacia mí. Agarro los finos palos de madera entre mis manos, el único problema era que él estaba sentado donde debería estarlo yo.

   — Ven, siéntate —da una suave palmada contra su falda, indicando que me siente sobre él.

   — ¿Estás de bromas? —lo miro seriamente.

   — ¿Quieres aprender, si o no? —bufo poniéndome delante de él para, segundos después, apoyar el trasero sobre sus piernas.

   — Listo, ¿ahora qué? —pregunto con cierta ansiedad en mi voz.

   — Quítate los zapatos —indica.

   — ¿Estás seguro? —lo miro sería.

   — Sí, muy seguro —hago lo que me dice—. Tomas las baquetas así —estira sus brazos hacia delante pasando por mi cintura, agarra mis manos y cierra mis dedos en torno a las baquetas—. Déjame ayudarte con esta parte —cierra sus manos sobre las mías y comienza a golpear los diferentes tambores guiando mis manos—. Ahora hazlo sóla —despacio va soltando mis manos, hasta llegar al punto de dejarme sóla tocando la batería.

   Sigo moviendo mis manos sin su ayuda, esto resultó ser fácil. La emisión invadió mi cuerpo, no podía creer que esté haciendo esto. Crecí con el dicho de "disfruta lo que tienes", puede que sea verdad, pero yo prefiero "lucha por lo que quieres". Desde pequeña intenté hacer eso realidad, luchando cada segundo por lo que quiero. Debo admitir que mis padres me limitaron bastante, pero eso no me frenó en lo absoluto.

   — Lo. . . Estoy. . . ¿Logrando? —exclamo sorprendida.

   — ¿Dudabas de ti? —pregunta con sus manos apoyadas en mi cintura—. Porque yo no dudé nunca.

   — No, es solo que. . . Nunca nadie confió en mí —dejo de mover las baquetas.

   — Tienes un gran problema de autoestima —supone.

   — Creo que sí —alzo los hombros poniéndome de pie.

   — Me parece que es tu turno —habla él sin salir del banco.

   — ¿Mi turno de qué?

   — Enséñame —camina hacia el gran piano y levanta la tapa—. Vamos —toma asiento sobre el banco cuadrado, el cual era lo bastante largo para que entren dos personas sentadas.

   — Bien, esto es bastante fácil, solo debes. . . —agarro sus manos y las apoyo sobre el teclado del piano, apoyo las mías sobre las de él y comienzo a guiarlas sobre las teclas—. Lo haces bien —exclamo levantando de a poco mis manos.

   — ¡Wow! ¿Quién lo diría? —ríe—. Estoy tocando el piano —voltea levemente hasta encontrarse con mis ojos.

   — No es difícil, solo debes practicar y, quizás, lleguemos a tocar una canción juntos —río recordando la vez que toqué el piano con Elliot, sabía tocar mejor que yo a pesar de "no haber tocado en años".

   — Bien, creo que fue suficiente por hoy —ríe dejando de tocar—. ¿Quieres café?

   — De acuerdo —me encamino hacia la escalera y él viene tras de mí, apagando la luz antes de subir.

   Una vez arriba, apaga la luz de la escalera y cierra la puerta. Camina hacia la cocina, dejándome en el living. Miro todo a mi alrededor mientras esperaba a que vuelva. Había una cálida chimenea justo al lado de la escalera, sobre esta había colgado un diploma y una foto de Nicolás en uno de sus primeros viajes en avión como piloto. Era joven, tenía veinte años más o menos, llevaba un uniforme azul oscuro.

   — Ese era yo, fue en mi primer viaje a Suecia —dice detrás de mí, haciéndome ruborizar.

   — Sí, ya me di cuenta —digo mientras lo sigo con la vista. Deja las tazas de café sobre la mesita de café.

   — Ven, siéntate. Comienzas a caerme bien —ríe.

   — Lo mismo digo —tomo asiento a su lado.

   Estoy pasándola bien con él, nunca habíamos podido estar así sin gritarnos o discrepar acerca de algo. Podría decirse que, era la primera vez que me sentía cómoda a su lado. Y no me había dado cuenta del aroma italiano que desprendía su cuello.

   — ¡Mis zapatos! Los olvidé en el sótano —exclamo apoyando la taza en la pequeña mesita.

   — ¿Quieres que baje a buscarlo? —propone.

   — No te preocupes, iré yo —me pongo de pie y camino hacia la puerta.

   Comienzo a bajar, pero había algo en uno de los escalones que me hace trastabillar. Traté de aferrarme a la baranda de la escalera, pero eso no me impidió caer al vacío. Un grito agudo escapa de mi garganta y el pánico invadió  mi cuerpo al verme caer sin freno.

   — ¡Ginebra! —la luz se prende y unos pasos firmes bajan hacia mí.

530Donde viven las historias. Descúbrelo ahora