1. Desaparece, Cowen

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Foto. Hotel. París. Stephanie Hinault en lencería. Última hora en las torres Aphrodite: Tamara Masson se había convertido en el centro de atención de todo Chicago.

Para su mala suerte, era recepcionista y todo el que circulaba por la entrada le dirigía una mirada de compasión y crítica que ella empezaba a detestar. Sin embargo, hacía su mejor esfuerzo por sonreír cínicamente y disimular la puñalada del corazón.

Las mil quinientas siete personas en la agencia de moda estaban al tanto de lo sucedido, pero Tamara, como siempre, se enteró la última y dos semanas después.

Jessica Gardner, su amiga y compañera de recepción, se arrastró en la silla de oficinista hasta ella y posó la mano en su brazo.

—¿Quieres un café?

Tamara alzó la cabeza del puño en que la sostenía y clavó en ella sus ojos oscuros.

—Ahora lo único que quiero es arrancarle la cabeza al imbécil de Aaron.

Jessica suspiró y regresó a teclear en su portátil.

—Deberías hablar con él —dijo.

—¿De qué, Jess? ¿De lo afortunado que fue hace dos semanas en París? —replicó molesta—. No, gracias. No me interesa saber cuánto hace que se acuesta con la reina de las pasarelas.

—¿En serio crees que te ha engañado con esa vieja?

Tamara parpadeó estupefacta.

—¿Y por qué no? —exclamó—. ¡Mide uno ochenta, tiene la piel de porcelana, una sedosa cabellera rubia y una cintura del grosor de mi meñique!

—Estará operada.

—Mira quién habló —farfulló Tamara—: la rubia capaz de quitarle el aliento a un ciego hasta en pijama.

Jessica volvió a soplar, sin quitar los ojos del laptop, y Tamara agarró su bolso del suelo para sacar el pintalabios. No soportaba la tensión en la entrada, pero no cumpliría su jornada hasta las cinco.

El día anterior se había infiltrado la foto de Stephanie Hinault en una cama del supuesto hotel francés donde el grupo de modelos se hospedó para la semana de la moda en París. Tamara Masson no había ido; Aaron Cowen, su ahora ex novio, sí. Y de su móvil se envió la foto que en cuestión de días se hizo viral en las redes.

De alguna manera llegó al correo de la propia Tamara, que ya no podía dejar de mirarla.

Y Aaron Cowen, después de casi dos meses sacando excusas y haciendo horas extra, había recordado que tenía novia el día que la foto se perdió. Se arrastró detrás de Tamara desde que ella abandonó el mostrador hasta los aparcamientos, de rodillas y suplicándole que lo escuchara.

A quien Tamara no había visto, ni quería ver, era a la famosa Stephanie Hinault, la modelo estrella de la revista esa temporada.

—Ahí viene.

El murmullo de Jessica la sacó de sus pensamientos.

Tamara miró y vio aparecer a Aaron, apurado como siempre, con el cabello castaño pegado a la frente y la camisa mal puesta, saliéndose del pantalón crema.

Y le robó un latido.

—Tamara, mi amor, tenemos que hablar. Tengo razones para justificar lo distante que he estado los últimos meses, buenas pero no lo suficiente como para contarlas aquí delante de...

Ahí estaba, apoyado en el mostrador, jadeando a la vez que hablaba.

Tamara lo observaba sin oírle. Era el hombre más guapo que había visto en su vida, el más trabajador y el más honesto.

Aunque todo se fue al traste cuando salió la foto a la luz. Stephanie Hinault no se veía muy inocente en ella.

—¿Ya te he dicho que lo nuestro terminó? —lo interrumpió Tamara, sin inmutarse, repiqueteando el bolígrafo contra la mesa.

Los ojos de Aaron se clavaron en los suyos. Y Tamara odió aquella mirada que le rogaba misericordia.

—Sin ti no soy nada —murmuró él, dejando caer el brazo dramáticamente.

Tamara bufó. Había apoyado la barbilla en la mano.

—Menos mal que te diste cuenta.

—Admito que te descuidé un poco pero...

—Pero para la divertida, inteligente y perfecta Stephanie Hinault en ropa interior sí tenías sitio en tu apretada agenda y habitación.

—Stephie no tiene nada que ver en...

—¿"Stephie"? Muy bien, señor Cowen, tengo trabajo que hacer, así que dése la vuelta y desaparezca por esa puerta, si es tan amable.

Las sirenas de emergencia del cerebro de Aaron se dispararon. "Señor" y su apellido juntos no eran buena señal.

—No quiero perderte, Tamara. En un mes cumplimos tres años de novios, mi amor. Te pido ese tiempo nada más.

Tamara se echó contra el respaldo de la silla giratoria. Tenía que mantener el cuello doblado para ver a su ex por encima del alto mostrador.

—¿Con qué derecho?

Aaron resopló. Se metió los dedos por el cabello húmedo de sudor y lo echó hacia atrás. No se daba cuenta, pero Tamara estaba aferrada a la silla para no echarse sobre él y recolocarle la arrugada camisa celeste.

—Con el mismo derecho con que te pedí ser mi novia hace años —preguntó él.

—Creo que perdiste ese derecho.

—Te juro que te reconquisto.

—Eso quisieras.

—Eres mi tierra prometida, Tamara. Y yo estoy hecho para ti.

Tamara no pestañeó; Aaron evitó tragar. Ella apretó los labios; él endureció la mandíbula. Al final, ella se inclinó sobre la mesa de escritorio y esbozó la cínica sonrisa que había traído puesta todo el día.

—Demuéstralo, guapo.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Where stories live. Discover now