16. Día dieciséis

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A las cuatro menos cinco de la mañana sonó el despertador. Era sábado, pero Aaron Cowen había convencido a Tamara Masson de ver el amanecer en North Avenue Beach, así que la chica se desperezó, retiró las sábanas y prendió la luz.

Aún estaba oscuro fuera y apenas había dormido, pues estuvo hablando por teléfono con Aaron hasta las tres menos cuarto de la mañana. Se rieron de sus primeras citas, de las películas que vieron juntos, las veces que llegaron tarde al trabajo y la charla que Angélica Lemoine, la directora de Aphrodite, le dio a Aaron cuando se enteró de que estaba saliendo con una compañera de trabajo.

Era ya octubre y las temperaturas habían bajado, y a aquella hora rozaban los ocho grados. 

Tamara se colocó un suéter rojo con sus vaqueros, el chaquetón gris oscuro y las deportivas. Tan solo se bebió un té con Stevia antes de que Aaron la recogiese a las cinco y cuarto. Su gran coche negro olía a él, a menta y naranja. Hacía dos años Aaron se deshizo de los ambientadores de avellanas y almendras que siempre había usado porque se enteró que ella era alérgica.

Le gustó verla sonreír al subirse.

El aire frío cortaba la noche y las calles vacías a lo largo de la orilla del lago hasta salir por Illinois 64.

Aaron, que tenía Spotify conectado a la radio del coche, le pidió que pusiera esa música country que él tanto detestaba. Y ella no tardó en colocar Highway don't care. Lo miró de reojo una vez durante el viaje, Aaron le devolvió la mirada, y sin necesidad de articular palabra se rieron.

El cielo se iba aclarando conforme se acercaban a North Beach Avenue. Al girar a la derecha entraron a West Lasalle y Aaron aparcó de cualquier manera; ayudó a Tamara a bajarse del coche y de la mano atravesaron el parque que los separaba de la playa.

Eran las seis menos cuarto.

Una vez se hubieron sentado sobre la arena fría y húmeda del rocío, esperaron a ver el sol alzarse. Podrían haberse acomodado en el muelle o el murito de cemento que cercaba la playa, pero por alguna razón Aaron sabía que Tamara prefería estar allí.

—Gracias por traerme.

Aaron ladeó la cabeza hacia Tamara, que había dejado a sus tirabuzones negros caer desordenados sobre el cuello, y estiró el brazo para entrelazar su mano con la de ella.

—Me parece que lo hemos hecho antes —confesó—, pero lo repetiría mil veces contigo.

La nariz de Tamara se había enrojecido por el frío.

Las olas del mar bañaban la orilla, cortando afiladas el silencio de la noche que lentamente esclarecía. Los tonos negros del cielo se degradaron a azul marino y, al cabo de unos minutos, a un celeste blancuzco que los rascacielos de Chicago apuñalaron. Entonces surgió el sol, a un lado de los edificios, y el mar se tiñó de un naranja tan intenso que el reflejo en los cristales los cegaron.

Tamara tuvo que cerrar los ojos. Apretó la mano de Aaron, que le acarició los nudillos con un pulgar, y lo oyó reírse.

—Vinimos la primera vez en Pascua, ¿verdad?

Tamara se rio también.

—Y llegamos de día.

—Te ves perfecta cuando el sol te da en la cara.

—No llevo maquillaje.

—No lo necesitas. ¿Puedo invitarte a desayunar?

Tamara sonrió, todavía incapaz de alzar la vista a causa de los rayos del sol.

—Muero de hambre.

Desayunaron en Corner Bakery Café, alrededor de las siete, tras un viaje en coche de casi quince minutos. Como siempre, ella tomó su café solo y él, con leche. Compartieron los pancakes de plátano con sirope que a ella tanto le gustaban porque rara vez los comía, y el tocino ahumado.

Tamara estaba sentada frente a Aaron, bajo las cálidas luces de la cafetería, junto a la ventana. No habían ido muchas veces, pero olía a bizcocho recién hecho, a caramelo y a café molido.

—Aaron, ¿te puedo hacer una pregunta?

—La que quieras, mi amor.

En cuanto los ojos celestes de Aaron se posaron sobre ella, Tamara sintió su corazón volcarse.

—¿Qué ha pasado los dos últimos meses? —dijo, y vio su sonrisa desvanecerse. Si Stephanie tenía algo que ver, prefería no escucharlo, pero no empezaría de cero con su ex si la había estado engañando con todas sus modelos—. Por favor, Aaron, dímelo. Tú siempre has sido así, como ahora, y hace dos meses te empezaste a alejar y...

—Vamos a cenar esta noche —la interrumpió él, echándose hacia atrás—. Te lo contaré. Pero al menos permíteme prepararme.

Tamara suspiró. Al final, asintió.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Where stories live. Discover now