3. Día dos

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Sábado por la noche.

Tamara Masson había llegado a su apartamento a las once de la noche tras una hora y media de baile y shots de Crown con Jessica y sus amigas. Se quitó los tacones y se desplomó en el sofá sin encender las luces. Apenas había bebido y, aunque intentó despejarse, la foto de Stephanie Hinault estaba grabada a fuego en su memoria.

Quizá fuera masoquista, pero no pudo evitar sacar el celular del jean para abrir la galería.

Al pensar que la envió el celular de su novio, comenzaron a picarle los ojos.

No quería acabar llorando como cuando se enteró, pero sola y en la quietud de la noche, la tentación de romperse crecía. En recepción no tenía tiempo de pensar.

Parpadeó para no derramar lágrimas y se mordió los labios. Hacía semanas que Aaron no pasaba por su apartamento, aunque su olor siguiera pegado al sofá.

Se habría quedado mirando durante horas la foto en la que él ni siquiera pensaba de no ser porque, resuelta a olvidar, cruzó el tenebroso pasillo hacia su dormitorio. Encendió la lámpara de noche y rebuscó en cada cajón de la cómoda y el armario hasta dar con algún resto de Aaron Cowen.

Ropa, collares, álbumes, colonias. Le había regalado, o dejado en su apartamento, muchas cosas de las que Tamara ahora quería deshacerse. Cuantas más prendas de su ex encontraba, más se enfurecía.

Odiaba no odiar su fragancia.

Y para cuando había rellenado una bolsa casi por completo, el timbre sonó.

Tamara se acercó a la entrada para tomar el teléfono y preguntar quién era a esas horas.

—Mi amor...

Tamara estampó el teléfono otra vez en su sitio y regresó al cuarto, ignorando la serie de timbrazos que Aaron Cowen hizo resonar por todo el apartamento. Parecía una especie de contraseña sin ritmo.

Así que Tamara se hartó y, agarrando la bolsa llena, la arrastró hasta el salón. Prendió las luces, se acercó a abrir la ventana que daba a la calle y se asomó.

—¡Aaron Samuel Cowen! ¿Qué haces aquí, desgraciado?

Aaron dio un par de pasos atrás, alejándose del bloque de pisos The Shelby, y alzó la cabeza hacia el tercero a punto de romperse el cuello. Las farolas irrumpían en la noche negra y, aunque ella se negase a admirarlo, la luz caía sobre él tiñéndole el chaleco marino y el cabello de naranja.

—¡Tammy! —sonrió, elevando la voz por encima del tráfico a sus espaldas, con las manos hundidas en los bolsillos—. ¡Te vengo a dedicar...!

El impacto de una chaqueta negra contra su cara le ahogó la voz.

—¡Eso por ignorarme! ¡Y esto por imbécil!

Siguió otra camisa, y unos jeans, y la sudadera que le regaló para el frío, y al cabo de diez segundos él estaba cerca de ser enterrado por una montaña de ropa e insultos.

—¡Ya estuvo! ¿Qué te pasa? ¿Quieres matarme? —Enojado, Aaron se sacudió la ropa de encima y el pedrusco de algún collar se estrelló contra su ojo.

—¡Quiero que te largues! —gritó ella entre dientes, que seguía arrojando cosas desde la ventana—. ¡Tú y todo lo tuyo!

Él se echó atrás, protegiéndose la cabeza con los brazos de revistas, camisas, mangas japoneses, peluches, cartas de amor, zapatos y discos, mientras ella gritaba.

—¡Gracias por arruinarme la vida!

Si hubiese tenido una buena caja con que abrirle la cabeza, también se la habría lanzado.

Tamara cerró la ventana de golpe y se cubrió los labios para sollozar con todas sus fuerzas. Le temblaban tanto las piernas que pensó que caería de bruces al suelo, pero logró mantener el equilibrio. Se apresuró a salir del salón a medida que sentía el rímel negro deshacerse y se metió al estrecho baño.

Intentó lavarse la cara, pero solo logró sollozar más fuerte. Ahí, arrodillada ante el lavabo, entre paredes azules y con las luces apagadas, quiso irse de esa casa.

Tenía seis llamadas perdidas de su madre que no contestaba por no dar explicaciones.

Aaron Cowen también había vuelto cargado como un burro a su apartamento en West Erie Street, media hora después y en coche, para ser recibido por los fuertes ladridos de Gedeon, su cruce de labrador y pitbull.

No había recaído en lo triste que era no pasar un fin de semana en casa de Tamara.

Estaba decidiendo si recoger el estropicio de cartones de pizza y Diet Cokes del salón o pasear al perro cuando le entró una llamada. Pensó que serían sus amigos para ir a Disco Labs Cleaning, que le vendría bien después del fracaso, pero se trataba de su padre.

—¿Os habéis arreglado Tamara y tú?

Aaron cerró los ojos con fuerza.

—Sí, claro. Está todo controlado, papá.

Que su nombre estuviese en todos los noticieros junto a la celebridad Stephanie Hinault no lo libraba de interrogatorios, y sus padres fueron de los primeros en enterarse. O al menos su padre, porque su madre sufría de Alzheimer.

El silencio de su padre, por algún motivo, lo tranquilizó lo suficiente como para liberar el oxígeno y añadir:

—Pero... —Sin pretenderlo, suavizó el tono—. Quiero hacer algo por ella. Ya sabes, para compensarlo. ¿Qué sugieres?

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Atención: el nombre del perro Gedeon se pronuncia /yídeon/
Gracias 😊

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora