6. Día ocho

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Nada. No pasó nada.

El miércoles transcurrió con normalidad, aunque Tamara Masson estuvo en guardia todo el día, esperando que Aaron Cowen se acercara con alguna sorpresa. Sin embargo, aquella mañana él entró precipitadamente, tarde y sudando, y ni la miró cuando giró a la izquierda.

Ella se dedicó a comprobar números telefónicos, confirmar la llegada de los doce modelos masculinos desde Los Ángeles y repiquetear el lápiz sobre sus papeles del escritorio.

—¿No te parece raro... que no haya hecho nada aún? —le preguntó a Jessica a la hora del almuerzo.

Jessica continuó tecleando sin inmutarse.

—Mejor. Ya le dijiste ayer que no insistiera más.

Tamara hizo una mueca y regresó a su trabajo. Según su informe, el siguiente artículo de la revista tenía plazo de un mes y el editor de la revista, Aaron Cowen, saldría de viaje de negocios entonces.

Vio a Stephanie Hinault entrar al mediodía, con dos modelos más y el rostro perfectamente contorneado de sombras bronces, la melena rubia sin extensiones sobre los hombros y los jeans ajustados a sus largas piernas.

La perfección en persona se dignó a mirarla y sonreírle cuando se desvió hacia los ascensores del recibidor, y Tamara quiso arrojarle el archivador a la cabeza.

—¿Qué le pasa a la Barbie? —masculló en voz baja, sintiendo la sangre hervir en sus venas. Jessica se encogió de hombros.— ¿Y por qué sigue la dichosa foto en las noticias? En el mundo hay guerras y hambre, ¿por qué tanto interés en Aphrodite?

—La Barbie la subió a Facebook, aunque la borró horas más tarde. Pero la captura de pantalla indica que el número que la envió es el de tu ex.

—¿Por qué esa tipa estaría así en...?

—Parece que estaba borracha. Hay fiestas después de los desfiles.

Jessica cerró la página web que había abierto para leer la nueva información y se giró hacia Tamara.

—Da gracias que él no esté molestando porque hoy viene de camino una compañía de modelos masculinos.

Tamara suspiró.

Reconocía que Aaron no se estaba tomando en serio el plan pero quería creer que no se rendiría. Le había concedido los treinta días al fin y al cabo.

Y cuando al día siguiente tampoco mostró indicios de acercarse, Tamara empezó a echar de menos sus esfuerzos. Aaron Cowen entró algo más tranquilo el jueves, solo dos minutos tarde, y la saludó con la mano, sin sonrisa.

Se veía cansado.

Tamara abrió la boca, aunque al final lo dejó escurrirse por el pasillo hasta la escalerilla trasera. Aaron alcanzó las oficinas y a través del teléfono le pidió a Jessica Gardner que convocara la reunión con la jefa de redacción.

Por primera vez en semana y media, Aaron Cowen no molestó a Tamara Masson.

Tamara llegó a trabajar desanimada el viernes y dando por hecho que Aaron se había rendido. Rodeó el mostrador, se dejó caer en la silla de oficinista y encendió el laptop con un suspiro.

—¿Adivina qué? Garreth Ollard me pidió tu número.

—¿Quién?

Los ojos de Tamara se abrieron como platos, y no porque no lo conociera. Los doce modelos masculinos representados por la agencia de modelos BMG que habían cerrado un contrato con Aphrodite para posar para la revista estaban en la editorial. Y Garreth Ollard era uno de ellos.

—Pero ese hombre ha trabajado hasta para Vogue.

—Te vio ayer cuando recibiste a los chicos y se acercó a preguntar —la informó Jessica—. ¿Y qué crees?

—No se lo diste, ¿cierto?

Jessica curvó los labios hacia arriba. Tamara suspiró. 

—No, no, no. Yo no soy Aaron, no voy a enredarme con un...

—Garreth y su grupo van a levantar nuestra revista, ¿qué te cuesta conocerle?

Tamara habría replicado, pero en ese momento las puertas mecánicas de la entrada se corrieron y entró una repartidora con el uniforme de Dunkin' Donuts y una caja blanca con lazo dorado. Se acercó al mostrador, al fondo del recibidor de suelo de mármol, y preguntó por Tamara Masson.

—Soy yo.

El corazón de Tamara le pegaba contra el pecho igual que un tambor. Miró a Jessica, que le guiñó un ojo, y se dispuso a cortar el lazo. Esta vez no olía a chocolate.

Bajo la tapadera se hallaba un pastelito de crema de limón, con su base de galleta molida y yogur. Tamara alzó la vista hacia la repartidora.

—Pero yo no he encargado...

—Esto es de un tal... —Sacó la tarjeta del establecimiento de la riñonera y leyó el nombre apuntado a mano— Aaron Cowen para usted. Natural, sin frutos secos, sin lactosa, sin gluten, sin azúcar y... sin sabor. Que lo disfrute.

Dejó la tarjeta sobre el mostrador y se marchó colocándose el casco.

Jessica Gardner había palidecido. Observó a Tamara estudiar perpleja el pastel de limón sin dar crédito a su vista. Sin embargo, cuando Tamara agarró la caja para ponerla en su escritorio, vio algo descolgarse por debajo.

La alzó sobre su cabeza.

Un papelito ondeaba, pegado con cello al cartón, y ella lo arrancó con cuidado.

Un vale de cien dólares para discos de country en su tienda de música favorita.

Y sonrió.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Where stories live. Discover now