2 | La traviesa hifefilica

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o Ricitos de oro.

Esta noche será mucho mejor que la anterior, está más que seguro de eso. En su segundo día como cuenta cuentos de Castiel, Dean encuentra motivación repitiendo una y otra vez en su cabeza que "El primero siempre sale con fallas", aunque eso no aplica a todas las situaciones. A menos que John haya tenido un primogénito secreto, Dean se siente como la excepción a esa creencia.

Llega a la habitación de Castiel sintiéndose aún más seguro que la noche anterior. Hoy enmendará su desastre emocional de ayer con uno de sus tópicos favoritos y esta vez no resbalará sobre el mismo charco. Nada de mensajes subliminales sobre sus vidas. Nada de Caperucita y el Lobo. Solo una inofensiva historia con una moraleja.

—Dean —deja salir Castiel con sorpresa, pero feliz de verlo ahí.

—Hola, Cas. Solo vine a revisar si estabas de humor para un cuento —Dean toma la mirada palpante de emoción del ángel como un sí y se sienta en la silla junto a la cama—. Este no será como el de ayer. Nada de revelaciones de último minuto ni de enamoramientos.

Nada de retratar tu vida en un cuento para niños, querrás decir.

—No hubo nada de malo con el cuento anterior, Dean —aclara Castiel con calma—. Realmente disfruté la historia de Caperucita y el Lobo.

Dean hace un increíble esfuerzo mental por ignorar lo bien que le sientan esas palabras. No lo hagas, idiota. Prometiste no ablandarte esta
noche.

—Lo tendré en cuenta —continúa Dean, viendo a Castiel contentarse con la idea—. Esta noche escucharás sobre la alocada vida de delincuente de Ricitos de Oro, o también como conocida como... La Traviesa Hifefílica.

— ♦ — ♦ — ♦ —

—Érase una vez una traviesa niña a la que todos en su aldea llamaban Ricitos de Oro...

—¿Por qué la llamaban así? —pregunta Castiel.

—Porque... su cabello era de oro. En fin. Un día la niña fue al bosque y luego de un rato dando vueltas se perdió...

—¿Qué hacía ella en el bosque? —interviene otra vez el curioso ángel.

—Cas, si sigues preguntándome por qué el cielo es azul entonces no acabaremos aquí muy pronto —contesta Dean con cansancio, y tras recibir un corto asentimiento de Castiel, continúa—. Como decía, Ricitos se perdió en el bosque y caminó durante un rato hasta que vio una cabaña a las afueras del bosque. Ella estaba tan cansada y asustada que decidió entrar a la cabaña y...

—No lo entiendo —dice Castiel—. ¿Quién iba a dejar su casa desprotegida? ¿Y por qué la niña entró a una casa a la cual no fue invitada? Ella no parece tener ni los niveles más básicos de educación

Dean mira la pared con un rostro inexpresivo.

—¿Ya terminaste?

—Esas eran mis únicas inquietudes, así que sí.

—Ricitos entró a la casa y lo primero que vio fue un comedor para tres personas, y sobre la mesa habían tres platos de sopa de diferentes tamaños: uno era grande, el otro era mediano y el otro era pequeño. Como si la niña no hubiese hecho suficiente allanando la morada de alguien más, decidió asaltar el plato de sopa más pequeño, porque era el único que están tibio y apto para beber. Cuando terminó con la sopa se sentó en las tres mecedoras que encontró poco después, pero se sintió más a gusto en la pequeña y se quedó ahí hasta que la mecedora se rompió —Castiel frunce el ceño notablemente y Dean se encoge de hombros—. Lo sé. No sé qué clase de calidad basura era esa. La niña siguió recorriendo la casa hasta que encontró una habitación con tres camas de distintos tamaños, y como ella tenía un fetiche con las cosas pequeñas se puso a dormir en la cama más pequeña de las tres.

Cuentos de hadas para ángeles ❴DESTIEL❵Where stories live. Discover now