4 | Mitomaníaco narigudo

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o Pinocho

No son ni las nueve de la mañana cuando Dean decide levantarse sabiendo que no tiene nada realmente importante que hacer. Una vez que termina de vestirse, arrastra los pies hasta la puerta mientras se frota los ojos, pero un dulce y familiar aroma flotando en el aire lo saca de su adormecimiento. Siguiendo el olor hasta la cocina encuentra a Castiel de pie junto al horno, leyendo un libro aparentemente interesante. La gabardina y la chaqueta se ausentan en su figura y en su lugar se encuentra un delantal de cocina estampado con sombreros de vaqueros. Castiel, demasiado concentrado en lo suyo, abre mucho los ojos cuando se percata de la persona que lo mira fijamente desde la entrada.

—Dean —exclama sorprendido, cerrando el libro y dejándolo a un lado—. No creí que fueses a despertar tan pronto.

—Buenos días para ti también, Cas —El rostro del ángel comienza a tornarse en una mueca de dolor, pero Dean lo tranquiliza con una débil sonrisa—. Creí haber olido algo extraño y tenía que verificar. Ya sabes, cosas de cazadores.

Ante eso, Castiel se queda atónito.

—¿Olor extraño? —se gira a ver el horno durante un momento con los ojos bañados en pánico— ¿Qué clase de olor extraño? ¿Extraño como malo? Por favor, Dean, necesito que seas específico.

Dean se ríe y eso parece ahuyentar aún más a Castiel. ¿Se estará burlando de él? Esta es la primera que cocina algo tan elaborado, así que el fracaso es un destino muy posible para él y su trabajo de horas. La sencilla idea de decepcionar a Dean hace que el estómago del ángel se oprima casi dolorosamente.

—Olía bastante bien, Cas. Deja esa cara de espanto. —Las palabras de Dean le caen a Castiel como una victoria. El ángel deja escapar un suspiro de alivio y es entonces cuando Dean se percata de algo—. Cas, ven aquí.

—¿Está todo bien? —Ninguna respuesta es recibida en palabras. Castiel frunce el ceño cuando Dean toma unas servilletas y comienza a limpiar su rostro con ellas—. Dean, ¿qué estás haciendo?

—Nada que te vaya a hacer quedar mal, créeme.

Castiel solo asiente, disfrutando de la delicadeza con la que Dean se deshace de los restos de harina en su cara. El ángel se queda aún más quieto cuando nota que una pequeña sonrisa de satisfacción se forma en los labios del cazador, como si él disfrutara esto tanto como Castiel. Dean luce todavía más orgulloso cuando el rostro de Castiel, aunque sin dejar de ser hermoso incluso con harina encima, está nuevamente limpio.

—Y... ahí lo tienes. Eso está mejor —declara Dean con alegría, acariciando el rostro del ángel fugazmente.

—Gracias, Dean.

—El placer es todo mío —Dean le guiña un ojo y mira por encima de su hombro—. ¿Qué estás fabricando ahí, Víctor Frankenstein?

—Oh, sobre eso... —el horno suena en el fondo justo en ese momento y Castiel le da un rápido vistazo—. creo que estás a punto de saberlo.

Dean no acaba de dar ni siquiera un paso cuando Castiel se detiene para mirarlo de forma regañina.

—Dean, siéntate.

—Pero...

—No seas impaciente y espera en la mesa.

El cazador se cruza de brazos, listo para quejarse nuevamente, pero decide tragarse sus palabras tras otra dura mirada de Castiel. Finalmente se resigna a obedecer y a observar a Castiel de espaldas mover algunas cosas. La facilidad con la que se maneja en la cocina hace que Dean sienta una extraña felicidad. Cocinar sigue siendo una tarea ordinaria, después de todo, pero está bastante seguro de que podría mirar a Castiel hacerlo todo el día.

Cuentos de hadas para ángeles ❴DESTIEL❵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora