Prefacio

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Hace muchos milenios y muchos años aún más, los primeros dioses, Kunitokotachi y Amenominakanushi, crearon a dos seres con poderes divinos para que creasen la primera Tierra y la poblaran con sus propias semillas: un hombre llamado Izanagi y una mujer llamada Izanami. Para ayudarles con su misión, los dioses les otorgaron la lanza Ame-no-nuboko, la cual les ayudaría siempre a controlar aquellos elementos de los cuales la futura Tierra tuviera. Para crearla, Izanagi e Izanami, se dirigieron al puente flotante del cielo. Un puente que cruza todo el cielo mortal de forma redondeada, sin tocar el mar que hay debajo de él y el cual compone a la primitiva tierra que hay debajo. Desde allí, las dos deidades clavaron la lanza divina en el mar y, al sacarla, las gotas que cayeron de su punta filosa formaron una isla enorme que comenzó a subdividirse de forma poco asimétrica, creando de a poco los continentes del planeta y así el elemento tierra.

La lanza no era lo único que había hecho, ya que de esas mismas gotas, muchas luces salieron disparadas con demasiada fuerza, cruzando el aire y llegando aún más allá, hacia una bóveda azulada llamada Universo, el hogar de los dioses superiores, donde se quedaron para conformar miles de millones de estrellas de fuego que alimentaban con energía a la nueva Tierra.


A una isla lejana y desolada, la pareja de dioses, se dirigió y la tomó como suya y como su hogar para comenzar a poblar su nuevo planeta.

Ambas deidades vivieron juntos por varios años, hasta que decidieron casarse. Así, construyeron un palacio llamado Yahirodono. Izanagi e Izanami giraron alrededor del pilar en direcciones opuestas y cuando se encontraron en el final de éste, la deidad femenina, habló primero con un saludo. El ritual correspondiente estaba hecho, siempre agradeciendo a los dioses superiores que los habían creado y unido.

Luego de ello, se aparearon. Izanami dio a luz a dos hermosos bebes: Hiruko y Awashima. Pero ambos nacieron con la suerte de los dioses más poderosos, cruzada...

Algunos dicen que nacieron con malformidades, otros le echan la culpa a Izanami, la cual debió de haber esperado para hablar luego de que lo hiciera su esposo. Sin embargo, todos están de acuerdo al confirmar que ambas deidades se enojaron con sus hijos malditos y los enviaron en una barca de juncos muy lejos de allí sin importar que sus vidas fuera tomada por algún demonio que habitara por sus propias tierras.

Luego de su primer intento frustrado, ambos dioses pudieron concretar su matrimonio con ocho hijos, los cuales se convirtieron a su vez en otros dioses con otros hijos. Todos ellos vivieron en paz; siendo los únicos poseedores de la lanza divina Izanami e Izanagi, fueron los únicos que podían controlar los tres elementos dentro de la nueva tierra que fue creada por ellos.

Por miles de años no ocurrió nada inesperado, todos los que nacieron de su sangre eran inmortales, debido a la magia que los unía. O eso ocurrió hasta que los dioses superiores se cansaron de sus vidas monótonas...


Muchos años después, Izanami murió dando a luz a su ultimo hijo varón, o eso le dijeron a Izanagi los Dioses superiores. Su furia estalló por todos lados, su último hijo nacido fue masacrado por él mismo ya que su mente traicionada por la riqueza de la inmortalidad y la seguridad destrozada de pasar toda la eternidad con su mujer, eliminó su poca humanidad.

Si bien esto no fue suficiente, Izanagi emprendió marcha hasta el Yomi: el lugar de las almas perdidas. Allí pensó encontrar a su mujer y llevarla con él de regreso. Pero no pensó que lo que le esperaría en ese lugar, donde las sombras de los demonios acechan y las desgracias siempre ocurren, sería lo que cambie el curso de la vida entera en la Tierra. Al llegar allí, pronto encontró a Izanami pero por la oscuridad no podía verla. Le pidió que regresara con él y con sus hijos, pero ella le confesó que había comido del fruto que los dioses que los habían creado le dieron, por lo que se había convertido en uno con él y la maldad la había invadido, destruyéndola por dentro.

Ya no podría volver más.

Izanagi no quería darse por vencido tan pronto, por lo que insistió. Izanami concluyó prometiendo que regresaría pero que primero quería descansar e instruyó a su esposo de no entrar a su dormitorio, dentro del Yomi, donde se encerró.

Luego de un tiempo, Izanagi se preocupó y entró. Mientras ella dormía, tomó su cepillo y, a modo de antorcha, lo encendió. De repente, ante la presencia del fuego, pudo ver la horrible forma que tenía la anteriormente bella Izanami: su piel estaba putrefacta, llena de gusanos, criaturas desoladas caminaban por su cuerpo y agrietaban toda su piel pálida.

Gritando trató de escapar, pero Izanami, indignada, comenzó a perseguirlo junto con sus criaturas. Antes de que ella lograra salir del Yomi, la deidad masculina logró trabar la entrada con una gran roca.

Izanami gritó detrás de la impenetrable barricada y le dijo a Izanagi que si él la dejaba mataría a mil personas por día, a sus propios hijos. Él, enfurecido, replicó que haría nacer mil quinientas con su propia carne. Y es así como comenzó la existencia de La Muerte, causada por las manos de la orgullosa Izanami, la esposa abandonada en el Yomi.

La Muerte nació y la inmortalidad en la Tierra dejó de existir. Desde ese momento, todos los hijos de los hijos suyos comenzaron a morir por alguna enfermedad o por heridas.

Eran mortales y lo sabían.

El pánico creció pero la deidad masculina seguía siendo inmortal gracias a la lanza divina que los dioses superiores le habían dado, la cual controlaba además los elementos de la tierra, el fuego y el aire que había en su propia Tierra.

Encerrado por el miedo y la venganza al mundo, Izanagi se escondió en el cielo y las estrellas y jamás salió de allí, abandonando a sus hijos.


Así, los hombres comenzaron a nacer, pecar y morir. La humanidad siguió su curso sin saber esta historia de amor y locura, exceptuando dos seres que habían sido expulsados desde el principio y conservado un poco de inmortalidad gracias a un demonio que los acunó, aquel que les enseñó todo lo que sabía acerca del único elemento que ni los Dioses superiores ni su lanza divina pudieron controlar jamás: el agua.

 Estos dos hermanos de carne y sangre juraron venganza al único dios que en ese momento seguía existiendo. A su padre.


Ahora ya sabes lo que ocurrió, y escucha a partir de ahora con atención, que no repetiré dos veces la historia de mi vida...

Yomi: Las Elegías Nostálgicas del Océano ©  [1# Team Agua/Concurso Literario Elementales]Where stories live. Discover now