Capítulo 2

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Todas las traducciones, explicaciones, anuncios y encuestas se encuentran al final del capítulo.

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El salvador
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Caminar y deambular por el bosque siempre le pareció a Kioshi un buen ejercicio para el cuerpo y una inspiración para la mente; fue también lo que le transmitió su difunto hermano mayor. Había diversas formas de transitar por el bosque, la elección dependía de nuestra preparación física, de la estación del año, del tiempo que tenemos disponible, del estado de ánimo o del objetivo que nos mueve, que puede ser el afán de conocer o el simple placer de pasear.

El objetivo de Kioshi en esos momentos era solo recolectar algunas hierbas y especias para la cena que iba a preparar en la noche. Consiguió en la tarde algo de pescado y un par de verduras marchitas, pero esto último no le molestaba, en su infancia había comido cosas peores.

Al principio, recordó que caminar era un sufrimiento cuando dejó su aldea natal hace exactamente 21 años. Fue un infierno porque en aquel momento era un mocoso de diez años con una forma muy retorcida de ver el mundo y con una condición física buena, pero no la mejor. La mochila pesaba demasiado. El clima y la comida lo hicieron peor. Cada paso era una lucha. Sin embargo, su hermano mayor siempre hizo más llevadera su travesía.

Poco a poco, andar se fue convirtiendo en una actividad relajante, casi automática al pasar los años de siempre viajar y jamás quedarse en un lugar por mucho tiempo. Milla tras milla, a través de bosques oscuros y silenciosos; desiertos calurosos y solitarios; montañas rocosas sin vegetación.

Caminando, el tiempo dejaba de tener sentido, se perdía la noción de los segundos e incluso de los minutos. La mayor parte del tiempo no pensaba. No hacía falta.

Y Kioshi era feliz con ese estilo de vida errante.

Sin embargo a veces, cuando se tenía que asentar en algún lugar por su trabajo, tenía sentimientos contradictorios: estaba aburrido de los paisajes, pero cautivado por ellos; se sentía exhausto por el esfuerzo interminable, pero a la vez constantemente estimulado; cansado ya de una caminata en la extensa naturaleza, pero a la vez admirado de que no tuviera fin; disfrutaba de poder escapar de la civilización, pero añoraba la comodidad.

Se ajustó el cinturón de armas mientras continuaba caminando y suspiró cuando la aparición de la lluvia se hizo evidente a través de las hojas de los árboles. El clima del día de hoy había sido muy cambiante, lo cual era bastante extraño porque la isla del País de las Olas normalmente tenía un ambiente soleado y despejado.

Hacía unos veinte minutos que había comenzado a nevar, luego se detuvo la nieve y dio comienzo a una fuerte tormenta que trajo consigo mucho viento y relámpagos. Kioshi no entendía por qué, pero tenía un raro presentimiento de que algo importante había sucedido ese día.

Se desvió un poco para ir por otro sendero más escondido y se apartó algunos de los rizos que caían libremente sobre su frente. Las hierbas que necesitaba estaban muy cerca del lugar en dónde estaba, por lo que redujo el paso, sin importarle en lo más mínimo si su ropa se mojaba más.

Un crujido de ramas y hojas secas lo hizo detenerse en seco. Su mano izquierda voló de inmediato a un costado de su cadera en busca de uno de los kunai que siempre traía consigo. Hubo otro movimiento en los arbustos de enfrente, haciendo que la cautela creciera. Sin vacilar otro momento, arrojó el kunai con fuerza en esa dirección. Su mano nunca tembló.

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