Parte 4

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Erena se concentró en el trabajo y, a pesar de que se acostumbró al nuevo horario, no logró dormir por las noches.

El tiempo pasaba y ella no mejoraba. Se veía siempre triste, con esa expresión demacrada en el rostro y el cansancio robándole el apetito. La chica delgada que había llegado a las aguas termales un par de meses atrás era ahora puros huesos.

En varias ocasiones le habían cuestionado por la manera en que se sentía, pero la chica siempre dijo que estaba bien y no les permitía más que preocuparse por ella.

Pero cuando uno no está bien se nota, y a la chica de cabellos platas se le notaba por todas partes lo mal que se encontraba.

Una mañana, en medio de un agitado desayuno, Erena colapsó. Sus mareos intensos terminaron por robarle la consciencia y, a pesar de que se recuperó rápido, le pidió al médico que la atendió no diera pista alguna de su condición a nadie de la familia.

Hiroko se preocupó mucho cuando el médico dijo que no podía darle un diagnostico por petición de la chica, y lloró desconsolada al escuchar el desconsolado llanto de esa niña encerrada en la habitación que hubiese usado Yuuri cuando fue soltero.

Buscó a su hijo. Ella no podía sacarle información a la chiquilla, pero tal vez él podría. Por eso le pidió que fuera a Japón por ella y el otro así lo hizo. Aunque le tomaría seis horas, iría a hacer que ella le dijera todo lo que no le había dicho.


* *


—Si no abres la puerta voy a tirarla —amenazó Mari viendo la desesperación con que su madre intentaba explicar al del otro lado de la línea algo que nadie sabía qué era—. De verdad voy a tirarla si no la abres, Erena.

Erena abrió la puerta, no quería, además de molestar, causar ese tipo de destrozos en una casa que le había cobijado de nuevo.

Años atrás, cuando tenía dieciséis y Viktor estuvo tan furioso con ella que la echó de su casa, ella había pasado poco más de un mes con sus abuelos. Ahora tenía dos meses a su cuidado, por la misma causa, ser idiota y descuidada.

»Dime lo que pasó ahora mismo —exigió la castaña furiosa.

Erena lloró. No quería decirlo, pero tal vez si hablaba esa dolorosa opresión en el pecho desaparecería y le permitiría respirar.

»¿Y bien? —insistió la hermana mayor de su padre, haciéndola estallar.

—Descubrí quien es el alfa que me marcó cuando tenía dieciséis —confesó sin poder dejar de llorar—. La noche anterior a venirme salí con unos amigos a un bar y, cuando iba de salida, choqué con él... no sé qué me pasó, yo... no sé qué pasó... no podía controlarme... estaba fuera de mí... no sé que pasó, de verdad que no...

El llanto ahogaba a la chica, que se doblaba de dolor y recargaba todo su peso en sus rodillas dobladas.

—Debió ser tu celo —dijo Mari acariciando la espalda de su sobrina—. No lo recuerdas porque fuiste marcada en tu primer celo y no hubieron más después de eso, han pasado siete años de aquello, uno se olvida fácil de lo que duele.

Erena lloró un rato incontenible pero, poco a poco, gracias a esa mujer que olía un poco a su padre, se tranquilizó para poder hablar.

—Cuando reaccioné estaba casi desnuda en su cama —dijo sintiendo como el llanto amenazaba con volverle a ahogar—... habíamos tenido sexo, y él mordió mi nuca de nuevo. Se sentía como que todo era malo hasta que descubrí quien era él... entonces todo fue peor.

—¿Quién es él? —alentó la castaña animando a la otra a decir algo que al parecer no podía decir.

—Yurio nii —respondió Erena llorando—. Al día siguiente lo vi hablando por teléfono con alguien. Estaba furioso de haberse acostado conmigo... dijo que... dijo que eso era lo peor y le pidió a ese alguien que siguiera con los planes de boda. Él va a casarse con alguien después de descubrir que me ha marcado, sin saber que... sin saber que...

Erena no pudo continuar. De todo lo malo que le había pasado, lo más malo era eso que aún no se atrevía a poner en palabras. Y puede que solo lo hiciera en un tonto afán de protegerse. Ya saben, si no lo ves no existe, tal vez si no lo decía no pasaría.

—¿Tus padres saben que lo descubriste? —preguntó Mari sin prestar atención al último intento de frase de la chica. Se había quedado varada en el nombre del ahora conocido alfa de su sobrina.

La peliplata negó con la cabeza. No había podido decirlo. Ni siquiera había terminado de aceptarlo, no había forma entonces de que confesara semejante cosa.

»¿Qué vas a hacer? —preguntó Mari.

—Si eso no hiciera llorar apapá me tiraría de un puente —dijo la chica siguiendo en su llanto—. Tía yo...—inhaló hondo y luego sopló lento el aire que contuvo solo unos segundos en suinterior—. Estoy embarazada.    


Continúa...

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