Parte 6

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—Está mal nutrida y anémica —dijo el médico que había recibido a la chica un par de horas atrás.

Yuuri no se había quedado contento con que ella se viera menos inestable emocionalmente, además quería asegurarse de que el embarazo de su hija iría sin problemas.

»Me gustaría que se ingresara un par de días, al menos. De esa manera podemos estabilizarla y monitorearla. No creo que haya problemas, pero el historial familiar es un poco...

—Déjela dos meses —sugirió el azabache logrando que su hija le mirara con incredulidad—. La amarraremos a la cama para que no intente escapar.

—¡Papá! —exclamó la peliplata al escuchar semejante sandez, y sonrió enorme al ver lo tranquilo que parecía ese que horas atrás parecía un loco sin lugar dónde estar.

—Es que me preocupas demasiado —dijo el japonés—. Ojalá pudiera encerrarte en tu habitación para siempre, así no me preocuparía de nada más que obligarte a comer. Tenerte en el hospital es más o menos eso.

—Ya me voy a portar bien —prometió la chica.

—¡Cómo si pudiera creerte! —dijo el ex patinador sonriendo ante la sonrisa de su hija.

El médico dio algunas indicaciones y dirigieron a la chica a una de las mejores habitaciones del lugar para monitorearla, al menos, un par de días.

Yuuri sonrió a su niña, que parecía tan asustada como la primera vez que le dejó en el jardín de niños. Él sabía bien que había dos cosas que aterraban a su hija: los lugares nuevos y el abandono. Pero ahora no estaría sola, no de nuevo.

»Bien amor —dijo el hombre de cabello y ojos oscuros cuando su hija estuvo debidamente ingresada—, sigamos con lo que dejamos pendiente. ¿Quién es él? —preguntó—. ¿Quién es tu alfa y el padre de ese bebé?

—Soy yo —dijo un rubio entrado a la habitación—. Espera, ¿qué?... ¡¿Un bebé?!

La respuesta a la pregunta de Yuri Plisetsky no pudo ser pronunciada, la sorpresa en el rostro del japonés y su hija les dejó sin palabras y es que, sin previo aviso, Viktor le dio un puñetazo en la cara al otro ruso.

—¿Por qué me pegas, calvo? —cuestionó el rubio desde el suelo, viendo las claras intenciones del peliplata de matarlo con los puños.

—¿No sabes por qué te pega? —preguntó el japonés uniéndose a la disputa—. Te voy a decir porque te pega. Marcaste a mi bebé hace siete años, desapareciste, apareciste y la embarazaste aun cuando vas a casarte con alguien más.

Los ojos verdes del rubio se abrieron enormes.

—Yo voy a casarme con ella, no con alguien más —dijo el ruso rubio señalando a la chica en la cama—. Y no sé qué es eso de que la marqué hace siete años. Yo no... no... ay, por Dios. Fue contigo con quien me acosté...

Yuri Plisetsky estaba tan confundido que casi vomitaba.

»Calvo, vuelve a golpearme —pidió de pronto—. No puedo creer que me acosté con ella cuando tenía dieciséis... y que me haya olvidado de eso.

—¿Qué? —preguntó el japonés intentando entender lo que pasaba. ¿Acaso su hija no había sido abandonada?

—Estábamos destinados —informó el rubio—. Me fui porque lo sabía y temía su celo. No quería hacer una tontería. Pensé en alejarme y volver cuando ella fuera adulto, entonces le dejaría elegir si quería estar con un viejo o no. No planeaba obligarla a ser mi pareja, aunque yo la haya amado desde que la conocí.

—¿Qué? —repitió el japonés más confundido que antes.

—Mi primer celo fue justo después de conocerla. No quería aceptar la idea de que era su hija a quien la vida me ofrecía como pareja, pero me volvía loco la idea de estar separado de ella, de no poderla proteger. Así que me mantuve cerca mientras no había peligro pero, cuando consideré que sería tiempo de su primer celo, me alejé para no intervenir en su vida.

»Sabía que me había acostado con alguien el día de la despedida, no sabía con quién porque estaba mal. Un poco ebrio y creía que resfriado, pero supongo que fue el celo. Desperté solo, asumí que no habría problemas y me fui. Vine ahora pensando en conquistarla, y luego de eso choqué con ella en el bar y cuando reaccioné ella estaba en mi cama, con mi marca.

—Espera —habló la chica—. ¿Por qué dices que te vas a casar conmigo? Dijiste que no planeabas obligarme a nada.

—Te marqué, niña. Pensaba dejarte elegir, pero ya no había elección. En cuanto puse mi marca en tu cuello perdimos ambos, yo mis intenciones de que todo fuera legal y tú la posibilidad de huir de mí. Ya eras mía, no te dejaría ir aunque el calvo me dejara sin dientes.

—¿De verdad no sabías de lo que pasó en tu fiesta de despedida? —preguntó el ruso de ojos azules. Yuri lo juró y Viktor le tendió una mano para ayudarle a levantar. Entonces, una vez que el ruso de ojos verdes estuviera de pie, el de cabello plata le propinó otro golpe que lo devolvió al piso ahora inconsciente. 


Continúa...

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