CAPÍTULO XXXVI

239 40 4
                                    

Naira se levantó de un sólo golpe, notando cómo desaparecía el calor de Pox de su cuerpo y dejando de sentir su tacto, todo en una milésima de segundo. Pox se despertó sobresaltado. No se podía creer cómo era que se habían dormido los dos, sin un ápice de precaución. Tenía pensado dejar a Naira dormir unas horas y después cambiar el turno de guardia.

Pox la miró interrogante, pidiendo explicaciones por su comportamiento.

- Las oigo- dijo la chica simplemente.

Antes de que se diera cuenta, Pox estaba a su lado, completamente serio. No dijeron ni una palabra, se limitaron a apagar el fuego (que se había descontrolado ligeramente), esconder las mochilas detrás de unos arbustos y salir disparados en la dirección que su instinto les dictaba que era la correcta.

El viento silbaba en sus oídos debido a la velocidad, los ruidos propios del bosque se habían extinguido sin ninguna razón aparente y las luces variaban alternativamente convirtiendo aquella carrera en una especie de ritmo hipnótico que les hacía más y más conscientes de hacia dónde se dirigían.

No necesitaban de palabras para comunicarse entre ellos; les habían enseñado bien. Se habían estado entrenando toda su vida para momentos como ese, para ellos resultaba más sencillo incluso que respirar.

Sin embargo, y pese a que no era necesario, intercambiaron una mirada en medio de la carrera, segura, confiada, para demostrarse el uno al otro que formaban un buen equipo y eran conscientes de ello. También habían librado muchas batallas juntos, y eso bastaba para garantizarles un mínimo de confianza en sus habilidades.

Apenas se les oía correr, eran un mero murmullo que se confundía con el viento que silbaba entre las ramas de los árboles. No tardaron demasiado en vislumbrar a lo lejos una columna de humo morado: la señal de que las brujas andaban cerca.

Cualquier podría preguntarse por qué, sabida la obsesión que tenían las brujas con mantenerse ocultas y que así los guardianes del Amuleto no pudieran dar con ellas de ninguna manera, les daba por crear una columna de humo morado más que visible y que podía delatar su posición desde más o menos quinientos metros a la redonda.

Precisamente era por la confianza que tenían en su capacidad de ocultarse. Se creían tan duchas en esa materia que no veían capaz a ningún enemigo de posicionarse a menos de dos kilómetros de donde ellas se encontraban. Para vanagloriarse en sus maravillosas habilidades, se permitían crear una hoguera sagrada en la que realizaban rituales de poder, gloria y purificación. Y esa hoguera desprendía el famoso humo morado que ahora Naira y Pox se dedicaban a contemplar desde la distancia.

- Están ahí- murmuró la chica, sin molestarse en disimular la incredulidad en su voz.

Los guardianes del AmuletoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora