CAPÍTULO L

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A Alma le preocupaba la normalidad con la que empezaba a vivir todo aquello. Como si el hecho de que el un Consejo de Guardianes de unos Amuletos mágicos de los Arcángeles estuviera a punto de llegar a la mansión que compartía con cinco chicos con poderes fuera lo más normal del mundo. Parte de su rutina. Como si se hubiera añadido a su tarea de fregar la cocina de los domingos por la mañana.

Pero el caso es que así era: ahí estaban los seis, sentados de cualquier manera en los grandes sofás del salón, esperando a que los miembros del Consejo se dignaran en aparecer. Se preguntó si vendrían los mismos que la última vez. Aquellos dos ancianos que casi habían propuesto asesinarla para comprobar qué efecto tendría sobre el Amuleto. Por supuesto, esperaba que no se tratara de ellos. Siempre había sido de pensar que mejor bueno por conocer que malo desconocido, aunque le diera la vuelta al dicho típico en un intento un poco triste de al menos odiar a personas diferentes cada vez.

Los chicos se habían enfundado de nuevo sus trajes, aunque esta vez el alborozo y la alegría de la última brillaban por su ausencia. Las corbatas, también. No se habían visto de humor y ella tampoco se había atrevido a sacar el tema. De alguna manera, la preocupación se había hecho con la casa.

Zareb se sentaba justo al lado de Alma y dejaba reposar el brazo por el respaldo del sillón, justo detrás de la chica, en ademán protector. Era el que más calmado parecía de los cinco, además de Eiro, al que nada parecía perturbar nunca. Eiro se había recogido el cabello castaño en un pequeño moño, en clara intención de parecer más formal, y cruzaba los brazos a la altura del pecho en el otro sillón.

— Os noto preocupados...— comentó Alma, aunque sabía que estaba diciendo una obviedad.

— Todo saldrá bien— la tranquilizó Evon con una sonrisa, desde su otro lado.

Evon dejaba una distancia entre su cuerpo y el de Alma que desde fuera, podría resultar incluso ridícula por lo exagerado. Entre ambos cabrían perfectamente dos personas, mientras que Zareb sí que mantenía una cercanía normal con ella. Desde fuera, los tres sentados en aquel sillón, ocupando más espacio con sus preocupaciones que con sus cuerpos, tenían que presentar una estampa curiosa. Alma recorrió con la mirada el espacio entre ellos antes de clavar la mirada en el chico. Los ojos de Evon se mostraron turbados y apartó la vista inmediatamente.

— Claro que saldrá bien— accedió ella, negándose a pensar lo contrario— Pero otras veces no habéis parecido tan tensos...

— Nunca habían llegado tan lejos— intervino Neo, tosco y bruto como siempre.

Neo era el único que no ocupaba ninguno de los sofás. Mientras que Sam — que se encontraba haciendo como si leyera una novela de la cual no había pasado una sola página en la última hora y media— y Eiro ocupaban el otro sofá negro, Neo se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo. Dejaba reposar la cabeza sobre su mano derecha, con el brazo apoyado a su vez en la rodilla. Parecía molesto.

— Neo...— protestó Zareb, con un mohín.

— ¿Qué? Por lo menos tiene que saber la verdad. Os empeñáis en hacerla parte de nuestra vida, pero pretendéis aislarla de los peligros. Esta vida implica peligros. Nosotros lo hemos asumido, pero ¿y ella?

— Ella no tiene que asumir nada— sentenció Zareb— Ella se ha visto arrastrada a esta vida.

Bajó el brazo del respaldo para posarlo sobre los hombros de Alma y acercarla un poco hacia sí, como intentando reconfortarla con su contacto. Alma se dejó a sí misma pensar por un segundo que si Zareb hubiera tenido otro tipo de infancia, hubiera crecido en otro ambiente, sería un chico especialmente cariñoso. Si había conseguido ser así de cercano en esas circunstancias tan particulares, estaba claro que eso se magnificaría con una vida normal.

Los guardianes del AmuletoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora