CAPÍTULO XLIX

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Lamidala apenas podía prestar atención a lo que Yeónida le estaba diciendo. Desde que escuchó las palabras "lo tenemos" provenientes de sus labios, el resto prácticamente había pasado a dar igual. Lo tenían. El plan que tanto le había costado trazar, basado en aquella sustancia viscosa y maloliente que sus antepasadas habían tenido a bien llamar "Masa pútrida", iba a dar sus frutos. Iba a salirse con la suya, estaba convencida. Y entonces le enseñaría a Termea quién mandaba, que ella no era inferior a nadie por ningún motivo. Y mucho menos a una estúpida bruja.

Sería la reina de las arpías. La primera, y la última que tuvieran. Nadie sobreviviría a su linaje, su nombre pasaría a la historia y todas la temerían. Decían las leyendas — ayudados por las más chismosas— que los Amuletos, además del prestigio que proporcionaban solo por haber sido capaces de hacerse con uno, tenían poderes asombrosos, y si esa chica, la Chica Amuleto, era capaz de controlarlo... cuánto más lo haría Lamidala, que era un ser mucho más poderoso y hábil.

"No tienen nada que hacer" pensó, pasándose la lengua por los agrietados labios.

— Entonces— cortó a Yeónida, que por algún motivo incomprensible para ella seguía hablando sin parar— Puedes hacerme un plano de las principales estancias de la casa, ¿cierto?

La arpía se encogió un poco antes de asentir, solícita. La cueva en la que se encontraban, aquella a la que solo las pocas seguidoras con las que contaba Lamidala sabían cómo acceder, parecía enorme cuando solo estaban ellas dos. Cuando las palabras no lo inundaban todo, parecían estar a punto de hacerlo las gotas que caían de diversos puntos del techo, en un goteo constante que a cualquier otra criatura hubiera parecido tedioso e incluso molesto. Pero Lamidala adoraba lo que otros consideraban molesto. Ser una molestia estaba bien, en su punto de vista, en su manera de proceder. Ser una molestia era necesario para conseguir lo que querías.

— Y se llevaron a la Chica Amuleto al sótano, a una sala cerrada. Como predijiste. Si nos organizamos para llegar hasta allí con la Masa Pútrida... no tendrán nada que hacer.

— Exactamente— accedió Lamidala, y le dedicó un pequeño asentimiento a la arpía que ya consideraba su primera súbdita.

Había aprendido con el paso de los años que, si eres consecuente con tus acciones y sobre todo, si crees en ti misma por encima de todas las cosas— por encima, incluso, de las demás personas— criaturas como Yeónida, sin mayor personalidad y sin un ápice de confianza en sí mismas, la comenzarían a seguir. Siempre había tenido alguien a quién mangonear y desde luego, era de sus cosas favoritas de la vida. Por eso precisamente quería ser reina, quería liderar. Cuanto más poder, más gente a su cargo a la que tratar como se le antojara.

— Quiero el plano antes de que se ponga el sol— ordenó, alzando la cabeza en señal de poder— Reúne a las otras. Atacaremos mañana al anochecer.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now