CAPÍTULO LII

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Podía decirse que Termea, la reina de las brujas, se había acostumbrado a ese liderazgo con bastante rapidez. Podía decirse también que era de las cosas en ese mundo que más placer le otorgaban. Esa legitimidad que había conseguido, ese poder de decisión, la alimentaban más que cualquier hechizo que pudiera pronunciar.

Así que cuando su asistente le comunicó que una bruja de la colonia de Asics había conseguido capturar a uno de los Guardianes del grupo cuatro, fue su propio ego, unido a un total exceso de confianza, el que hizo que no sospechara nada. De hecho, se regodeó en su propia suerte. Aunque ella misma no lo denominaría nunca suerte, por supuesto. Es lo que se merecía, lo que le pertenecía por derecho. Por haber sido más hábil, más lista, que las demás. Puede que ya ni se acordara de cómo era su vida antes de todo aquel poder, ni quisiera acordarse siquiera.

Recibió a Naira y a Pox con una sonrisa en los labios y una copa de vino entre las manos. Le encantaba el primer momento, la primera mirada que le dedicaban, de admiración y de placer por conocerla. Las brujas eran seres muy guiados por las conveniencias y por ello siempre recibía más halagos de los esperados, lo que la complacía enormemente. Su ego le impidió también darse cuenta de que Naira no reaccionaba como hubiera esperado de ella, así que se lanzó a hablar:

— Hermana.- le indicó con un gesto de la mano que se acercara, dejando con la otra la botella de vino encima de una pequeña repisa que tenía al lado.

Termea estaba sentada en una especie de trono improvisado que se había hecho ella misma, como si fuera una representación en la vida real de lo que ella sentía por dentro. Lo había hecho a base de hechizos podridos y retazos de objetos que iba robando de ciudad en ciudad, en sus múltiples incursiones a lo humano. Sentada en aquel preciso trono, se sentía no solo la reina de las brujas sino la soberana del mundo entero.

Naira observó a Termea intentando componer una expresión de maravilla y de expectativa que no llegó a saber si había conseguido. Desde luego, era una bruja normal y corriente, hubiera pasado completamente desapercibida a sus ojos en una lucha, una más a la que derrotar. Pero había sido ella la que había sustraído el Amuleto y por tanto, como guerrera que era, debía temerla y jamás subestimarla.

— Me han anunciado el motivo de tu visita— la sonrisa de Termea parecía dominar todo su rostro— Nos traes un presente.

— Todo vuestro— dijo con sorna Naira, dedicando una mirada de desdén a Pox— Conseguí atraparlo en un momento de debilidad. Al fin y al cabo, solo son humanos que se creen algo más. No tienen nada que hacer con seres como nosotras.

Sus palabras parecieron complacer a Termea, que se acomodó en su trono como si quisiera asegurarse de estar bien sentada y bien preparada para escuchar a Naira.

— ¿Qué te hace pensar que lo queremos?

Esa pregunta tomó por sorpresa a la chica, que tardó un segundo en recomponerse.

— Como muestra de vuestro poder, ¿qué mejor rehén que un Guardián?

La bruja no se lo pensó demasiado:

— Desde luego, no nos vendría mal tener algo con lo que atormentar al grupo cuatro. Hace mucho que no los vemos, y creo que es el momento de volver a provocarles pesadillas.

"Sé perfectamente que hace mucho que no nos veis" pensó Naira, regodeándose interiormente en su éxito "Porque si lo hubierais hecho, sabríais quién soy yo. Pero hace demasiado que las brujas huís de nosotros y eso va a jugar en vuestra contra".

Estaba decidida a usar su propio ego contra ellas.

— Desde luego— sonrió lo más maquiavélicamente de lo que fue capaz— Pero quiero que me aseguréis que, con este presente, me aceptáis como una de las vuestras. No pienso volver con las pringadas de Asics.

Termea la evaluó de arriba abajo, con la cabeza apoyada en la mano, llena de tierra. Evaluó su aspecto, que se le antojó bastante elegante para tratarse de una bruja, pero no le dio demasiada importancia. Pensó en qué imagen daría ante sus recién adquiridas súbditas presentándoles a una nueva incorporación. Podía enfocarlo como un robo a la colonia de Asics... aunque no sabía muy bien si eso acabaría de cuajar. Sus hermanas eran bastante desconfiadas ya entre ellas mismas, que llevaban conviviendo toda su vida, desde que el hechizo inicial las había creado con el ritual de nacimiento. Cuánto más con alguien que no conocían de nada. Por otro lado, podría ser entretenido verlas hacer la vida imposible a aquella brujita extraña de la cual no sabía ni el nombre.

Aunque claro, puestos a divertirse, se le ocurrían mil otras cosas que hacer con esa chica para pasárselo todavía peor. Y para ello no tenía que aceptarla en su colonia.

— Mara, Isea— dijo distraídamente, aún con la cabeza apoyada en la mano— Llevaros a nuestra nueva amiga a sus aposentos.

Les dirigió una mirada que sus compañeras — y fieles escuderas— entendieron a la perfección. Naira, por su parte, tuvo un escalofrío. Su parte de guerrera le decía que aquello no estaba yendo como estaba planeado. Notó cómo Pox se tensaba también, con las manos aún atadas a la espalda. Sabía que el chico podía desatarse en cuando fuera necesario, pero que no lo haría si la situación no llegaba a un límite que ninguno de los dos estaba seguro de que estuviera ahí. Intentó no mirarle demasiado, para no levantar sospechas, y se dejó acompañar por Mara e Isea — las dos brujas más sucias que había visto nunca, y eso es decir bastante— fuera de la tienda.

Parte de su corazón se quedó con Pox allí dentro.

Y entonces vino el golpe. En la nuca, bien certero y con una energía mágica que no hubiera podido ver venir. Naira se desplomó en el suelo, inconsciente, y las risas de las brujas llenaron el claro de celebraciones.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now