II

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Manuel

El adjetivo que calificaba con mayor eficacia al doctor Ballesteros era sin duda alguna su gran y entera paciencia. El hombre sabía moverse en escenarios complicados que a cualquiera le hubieran hecho perder un poco la cordura, o por lo menos, le costaría varias noches de insomnio y pesadillas, sin embargo, él era capaz de mirar todo con relevante calma.

Pero, para desgracia de Laura ese día el psicólogo no estaba del todo ¨paciente¨ el escenario combinado con el ámbito personal que había desarrollado con las hermanas lo afectaron claramente.

— ¡¿Qué pasó aquí?! —gritó el hombre llevándose ambas manos a la cabeza.

Laura dio un paso atrás, asustada, perturbada, aquella estampa era peor de lo que le habían descrito. Todos los muebles estaban fuera de su lugar algunos destrozados, otros desgarrados, pedazos de tela y relleno se dispersaban en el piso, retratos familiares hechos trizas, el refrigerador tirado a media estancia, por la escalera bajaba un reguero de ropa. Y lo peor gotas color escarlata regadas en varias partes decoraban la escena de una manera casi siniestra.

Manuel le dirigió una feroz mirada a la aterrorizada mujer la que, sin más giró su cuerpo dispuesta a escapar.

— ¡Alto! —Gritó tomándola con rapidez del brazo—, ¿dónde están?

La oscuridad de noche sumada a la escalofriante escena y a la mirada amenazadora del hombre, hicieron que la piel de la mujer se erizara por completo, hasta el punto de llegar a pensar en que jamás había sentido tal terror.

—No....no...

—No me mientas —advirtió con firmeza.

—Yo no sé, a mí no'más me pagaron pa que venir a limpiar la casa y para...—La mujer bajó la miraba avergonzada.

Manuel soltó su codo examinando con detenimiento su rostro, sin duda, sabía más de lo que decía.

— ¿Para qué?

—Tenía que alimentar a la señorita Elena —murmuró bajando la cabeza avergonzada—. Está encerrada en su habitación.

— ¿Quién te pagó? —indagó mientras comenzaba a caminar a la habitación de la joven.

—No puedo decirlo —repeló sin moverse de su lugar.

Manuel la miró un poco intentando con éxito aparentar calma, necesitaba pensar con frialdad. Estiró su mano para pedirle la llave de la enorme puerta de madera que dividía el pasillo de la habitación de Elena. La mujer camino entre el desorden sin rechistar y con un claro temblor se la entregó. Después de unos leves empujones la puerta cedió llevándose con ella al lindo peinador blanco, que, sin duda había sido usando para tapar la entrada. El hombre buscó a tientas el apagador y al accionarlo recorrió con la mirada cada rincón, todo a excepción del peinador estaba ordenado en su lugar. Pero, Elena no estaba en ella.

—Elena —llamó el hombre seguido de cerca por una curiosa Laura.

El enorme ventanal que daba al amplio jardín lateral estaba abierto de par en par. Manuel caminó hacia él con calma, examinando todo a su alrededor. El viento soplaba feroz haciendo que los árboles produjeran un extraño chillido. Notó que una de las bancas había sido arrastrada hasta la pared y sobre ella reposaban dos botes apilados. Sin duda, los había usado para escapar de la casa pero, ¿de quién? Y ¿por qué? Dio media vuelta dirigiéndose a la única persona que podía darle las respuestas.

La sombra de BabaalWhere stories live. Discover now