IX

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La vida está llena de cambios, algunos los buscamos por nuestra propia cuenta tratando años y años que se den, buscando alguna manera de llegar a ellos y cuando finalmente los logramos desaparece el sabor a gloria tan rápido que nos vemos de inmediato sumidos en la búsqueda de otros nuevos. Pero, también están esos esos otros los que no buscamos, los que se dan de manera abrupta, arrastrándonos en un huracán de acontecimientos absurdos. Como en el que Manuel Ballesteros ya estaba por demás involucrado.

Esa mañana cuando el detective Huama salió del psiquiátrico Manuel, volvió a su consultorio, después de dar unas cuantas ordenes referentes al traslado de Elena a su habitación, revisó personalmente los papeles que Víctor le había dejado dentro de un sombre amarillo. Encontró las formas firmadas por el juez debidamente selladas y engrapadas. Y hasta el fondo notó un pequeño cuaderno, bastante viejo, amarillento y desgastado. Contaba con apenas cinco delgadas hojas cosidas a mano de elegante y pulcra caligrafía resaltando de una manera exquisita, dándole un aire de misterioso por demás atrayente.

Se sorprendió al ver el nombre de aquel pequeño libro: Mis Días en Babaal. Manuel lo hojeo con curiosidad, lo encontró más pequeño de lo que había imaginado y de inmediato notó la falta de varias páginas al principio, alguien las había arrancado de tajo. Pero al leer la firma de la autora al reverso de la última página su fascinación y curiosidad fue en aumento: Catalina Lozano.

Se dispuso a comenzar la que prometía ser una interesante lectura cuando la voz de su secretaria le avisó la llegada del siguiente paciente, a regañadientes guardó el libro en el cajón derecho del escritorio para comenzar con su trabajo.

El resto del día fue demasiado pesado, le costaba concentrarse en las consultas, más de una vez se vio tentado en salir temprano del psiquiátrico, encerrarse dentro del departamento y sumirse en ese raro libro, ¿qué sería lo que revelaba doña Catalina en el escuálido cuaderno? Eso, eso era justamente lo que aumentaba el misterio, y con él la curiosidad.

Al darse las 6 en punto el psicólogo salió corriendo del consultorio, tal era su premura que olvidó por completo preguntar sobre el estado de Elena.

No tardó en llegar al departamento, arrojar el cuaderno sobre la mesa, acomodarse en la silla más cercana y al fin comenzar a devorar cada una de sus palabras.

¨Babaal, nombre maya que en su combinación hace referencia a un ser maldito. O al menos eso nos dijo el hombre que construyó nuestro intento de pintoresco hogar, yo personalmente elegí cada color, cada forma y hasta las plantas más coloridas. Pero todo resultaba inútil, porque aun usando el más brillante amarillo esté de algún modo no tardaba en tornarse en un triste gris.¨

¨Así que no me quedó más que aceptar la ironía del lugar que reflejaba en su nombre una fiel descripción al pueblo, el mismo que apenas si contaba con cinco chozas de cartón y madera. Llevaba apenas un par de meses viviendo en la única casa con ¨comodidades¨ del pueblo, y es que aunque aún no contábamos con electricidad no podíamos negar que, a comparación de lo demás, vivíamos en la gloria. Ellos paseaban a todas horas descalzos algunos con varios sucios y mugrientos niños apenas vestidos con unos viejos harapos, hablando en su lengua natal ostentaban cierta oscuridad en su mirada dándoles un halo aterrador.¨

¨Y no es que yo quiera hablar mal de ellos o los haya visto en algún momento con inferioridad, al contrario he intentado junto con mi querida Sonia brindarles apoyo pero, ¡Oh Dios! Toda nuestra ayuda se ha ido a la basura succionada por la vibra del pueblo que hace a la gente moverse lento, en pausa, como si su vida estuviese dentro de una esfera gelatinosa que los obligaba a manejarse de manera parsimoniosa, drenando de a poco la energía vital sustituyéndola por mera apatía. Son extraños y en más de una ocasión los he escuchado murmurar a nuestro paso y es que, aunque mi Jerónimo aseguraba no escuchar nada, sé bien que esa lengua extraña no es natural y mucho menos de un Dios todo amor y luz. Por lo tanto, mi intranquilidad aumentaba cada día y una mañana mientras arreglaba con la pequeña Sonia las flores de nuestro recién plantado jardín, escuché con claridad a uno de ellos, ese hombre que siempre cargaba una gran escopeta, el mismo que arrastra montones de madera recién cortada y se paseaba con una siempre lompa de la más ligera manta y solo eso. Algunas personas decían que vivía en los más profundo del bosque, en una vieja cabaña acompañado por varios lobos y sólo salía para vender esos trozos de madera, varios le temían y otros más le admiraban. Debo mencionar que dicho individuo contaba con los ojos más negros e intensos que jamás había visto, tan extraños y perturbares eran que aún puedo sentirlos quemar mi piel y traspasar mi alma, con sólo una mirada despertaba en mí sentimientos extraños y hormigueo involuntario. Recuerdo cómo su voz profunda y ronca me hizo estremecer, lo escuché como si me hablará al oído, aun cuando el hombre estaba tan lejos que ni levantando el tono podría ser percibido por mi linda acompañante. Aun así, eso no le impidió hablarme, como si él tuviera alguna autoridad sobre este esperpento de pueblo y me exigía con el mayor descaro que lo siguiera, debo decir, que esto lo hizo en su lengua natal la que por algún motivo yo entendía a la perfección, sólo cuando él me hablaba. Esto me inquietó sobremanera y cuando decidí ir ante mi Jerónimo para rogarle e implorarle que volviéramos a mi querido Perú, él, usando ese horrible tono de hombre mayor y sabio que regaña a una chiquilla mimada, me miró a los ojos, asegurándome de manera terminante que todo era causa de mi exaltada imaginación, después de esto y poniendo en duda mi palabra de un modo tan humillante, entrevistó a Sonia, la pequeña, asustada ante mi claro estado nervioso y audibles sollozos, mintió, no me alegró de sus palabras farsantes, pero en secreto le agradecí que a su corta edad lograse entender tan bien un acto tan noble de solidaridad ante una mujer que ya era para ella como su madre.¨

—¿Pero esto es? Si, lo es. Es su diario —murmuró Manuel deteniéndose un momento a reflexionar.

Tenía en sus manos la clara prueba del estado mental de doña Catalina, ahora entendía las palabras de Huama, donde le aseguraba que seguramente sería de su interés. Suspiró al ver las dos hojas restantes deseando que fuera más extenso y revelador. 

La sombra de BabaalWhere stories live. Discover now