Rosa seis: Jamas seré una muñeca.

937 48 6
                                    

₪ Rosas de cristal. ₪

Rosa seis: Jamás seré una muñeca.

- ¿Qué mierda haces aquí? - Me digné a preguntar sin mucho tacto. No estaba del mejor humor después de todo.

Silencio total.

Iba a volverle a preguntar de una manera más brusca para ver si así captaba lo que trataba de comunicarle, pero no me dejó, mejor dicho, lo que él hizo provocó que mi cerebro se derritiera y mi corazón se estremeciera. Jack. Aquel Jack frío que estaba frente a mí. Se agachó y, sin previo aviso, me tomó entre sus brazos. Su calor. Su olor. Todo era tan vivido. «No... No... No...», pero era demasiado para mí. Volví a llorar, esta vez en su hombro como debía de ser, me aferré a él, mis sentimiento eran una mierda total, mi mente estaba derretida y mi alma sólo gritaba su nombre. Las lágrimas seguían corriendo, pero no eran las únicas en ese abrazo. Jack, mi querido Jack, estaba llorando conmigo. Su llanto era como el de un pequeño bebé asustado, me aferraba con fuerza, como si en algún momento me fuera a desvanecer y dejar de existir, escuchaba que gimoteaba mi nombre sin parar. Algo había pasado, pues para que Jack estuviese llorando, nada bueno le debió haber sucedido. Eso me alarmó y preocupó más de lo que realmente estaba.

Lo alejé lentamente de mí, quería pregúntale qué le pasaba, qué lo afligía, a quién debía mandar al hospital por hipotermia; pero como de costumbre, no me permitió decir palabra alguna. Aun llorando, se inclinó a mi rostro y, ligeramente, besó mis labios. Me quedé estática, una voz en mi cabeza me decía que no debía responderle, que él había sido el idiota que me lastimó. Pero era inútil. Lo quería demasiado. Sus labios sobre los míos eran más que perfectos; era tímido, pues sus labios se movían lentamente sobre los míos; su sabor era el de siempre, a vaina de vainilla. Aquel beso fue tan dulce, me hizo derrite, todos los malos momentos pasados me dejaron de atormentar, las heridas dejaron de doler, mi mente dejó de torturarse a sí misma con ese pequeño acto. ¿Cómo es que él tenía ese poder sobre mí? ¿Cómo es que podía hacerme olvidar de mis problemas? Desde que lo conocí, siempre lograba hacer lo que nadie, ni siquiera Anna, podía lograr: Hacerme olvidar quien debía ser y sacar a mi verdadera yo sin importarme donde estaba. Pero sobre todo. Hacer que mis problemas desaparecieran.

- Elsa, perdóname. - Escuché decir a Jack cuando dejó mis labios. Sus lágrimas aún corrían por sus mejillas. - Fui un idiota al decirte esas estupideces, mis celos pudieron más que mi cordura. En serio, perdón, es sólo que... Jamás, en toda mi vida, había sentido esto por alguien. Eres la primera. Y, cuando vi a ese estúpido apunto de besaste y ver que tú no hacías nada, creo hice lo primero que se me vino a la cabeza y, pues... dije muchas cosas estúpidas. Soy un pedazo de mierda que no merece tu perdón o cualquier sentimiento que tengas por mí.

- Dijiste que no me amabas, que no querías saber nada de mí... - Dije con voz rota.

- Lo sé y me arrepiento de ello, estoy aquí para ti y no me volveré a ir jamás. - Me volvió a besar, con más dulzura que antes. - Eres mi cordura, eres mi vida, eres mi luz en este oscuro mundo, Elsa. Te has vuelto mi todo.

Esas palabras llegaron al fondo de mí helado y roto corazón. ¿Yo? ¿El todo de Jack? Las lágrimas recorrieron mi rostro de nuevo, ¿era acaso posible llegar a odiar a aquel muchacho que tenía frente a mí? Lo dudaba. Extendí mis brazos y lo apreté contra mi pecho. «Dios, por favor, haz que este momento jamás acabe», pensé al instante. Todos los malos ratos, los recuerdos dolorosos y las heridas desaparecieron. Me sentía en paz con Jack entre mis brazos. Las lágrimas corrían libremente por mis mejillas, pero no me importaba, Jack estaba conmigo ahora. Yo era la cordura de él y, a su vez, él era la mía. Jack era mi luz, mi paz y, a su vez, mi perdición total. Por un instante, sólo por un efímero momento, mi mente recordó donde estaba y a quien abrazaba. Me separé bruscamente de él y, lo que hizo sobrepasaba mi límite. Sonrió. No esa sonrisa de chico malo que siempre me daba, no, esta era diferente. Una sonrisa que se asemejaba a un niño pequeño en el cuerpo de un joven de diecisiete, transmitía una inocencia tremenda, tanta que caló mi alma por completo. Quería que siempre sonriera así.

Rosas de CristalWhere stories live. Discover now