Rosa siete: Libre soy.

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₪ Rosas de cristal. ₪

Rosa siete: Libre soy.

Miré a conejo con un semblante duro, no era tiempo de debilidades; lo vi sonreír y mover la orejeas. «La fiesta comienza», pensé. Me volví, empecé a caminar en dirección de la puerta, a mi paso, dejaba todo congelado, como si en mis botas hubiese nitrógeno congelado, bueno, mi ropa estaba hecha prácticamente de hielo. Miré la perilla, posé mi mano en ella y, al instante, la congelé con todo y su sistema de cerrojo. Alcé la pierna y pateé la cerradura provocando que ésta fallase, quebrando el sistema de seguridad y dando como resultado el abrir de la puerta. No sabía que eso era posible, pero si una rosa se podía congelar dando como resultado una rosa de cristal tan frágil como la misma porcelana, ¿por qué no yo he de aplicar el mismo concepto con una simple cerradura? La puerta se abrió con un rechinar realmente frustrante y lastimero, si mis oídos fueran personas, ellos hubiesen llorando amargamente con aquel ruido tan frustrante que arrojó la puerta oxidada de aquel centro psicológico. Viré mi cabeza para contemplar por última vez la obra que había pintado mi difunta madre y otros dementes que habían encerrado ahí, giré sobre mis talones y caminé en su dirección; puse una mano en la gran obra de arte y, tras susurrar un juramento para con ella, me volteé y eché a correr afuera del cuarto. Ya no había vuelta atrás.

El pasillo estaba técnicamente oscuro, unas cuantas lámparas eran las únicas fuentes de luz que habían en todo ese extenso pasillo, podía escuchar algunas gotas que de seguro eran de las cañerías, traté de saber si era de noche o de día, pero no divisaba ninguna ventana, el olor a humedad, viejo y alguna cosa pútrida se podía sentir en el aire junto con la sensación ser observado por alguien. Pero ese era Conejo quien me cuidaba la espalda, o bien, eso quería creer yo para no entrar en un estado más nervioso del que ya estaba. ¿Qué? Tenía miedo, nervios y mi estómago estaba amenazando con devolver comida inexistente en mi estómago, podía tener súper poderes pero eso no me hacía Superman, Mujer Maravilla, Batman, Raven o cualquier otro súper héroe de los cómics. Pensándolo bien... ¿ellos estarán igual de nerviosos que yo y apunto de hacerse en lo pantalones como yo? Quien sabe, pero he de suponer que no, son súper humanos después de todo y yo, una simple chica que al fin tiene un objetivo en mente por el cual luchar y dar lo mejor de sí a pesar de estarse pudriendo de miedo. Eso es la valentía para mí.

Caminé unos cuantos pasos, al parecer mi habitación era la única con dos entradas, la mía que carecía de ventanas y la otra donde se podía acceder a ese pequeño espacio donde estaba el viejo. Las puertas estaban oxidadas, manchas que quería creer que eran del desgaste o por el paso del tiempo imparcial, mi jaula era al parecer la última cosa que algún enfermo veía antes de morir. En mi andar, sentí algo frío en mi cuello. Una especie de gargantilla con púas y un adorno de copo de nieve se materializaron en mi cuello a partir de una niebla azulina. Realmente genial. Más adelante habían más puertas y, con aquellas puertas, demasiadas inhumanidades. Lo que vi ahí adentro sólo sería producto de una historia de terror, de un psiquiatra de los años cincuenta, una historia de terror, algún libro sobre el tema o de la autoría de cierta escritora loca que alguna vez llegué a leer en los bajos mundos del FanFiction. Sólo a una demente como ella, no, esto estaba a otro nivel. Esto sólo podría haber salido de "The Holders", o alguna especie de recreación del infierno de Dante aquí en la tierra, creo que después de lo que vi, supe que mis ideas sobre las personas eran más que certeras. Algunas personas perdían noción de lo que es humanamente correcto, dejando de lado la sociedad, algunas ideas las compartimos todos a excepción de alguno cuantos. Y ese anciano es uno de ellos.

En la primera puerta había una joven pelirroja con una camisa de fuerza, todo normal, hasta que vi que estaba atada de manos y un chorro de agua constante le era rociado en la cara. Pataleo a su puerta, otra con una ventana en ella se erguía con el óxido adornándola, está vez una chica de pelo negro se daba tumbos con los paredes, pues el piso de su habitación era disparejo por el material blando que lo cubría; aquella joven parecía un alma en pena, sus ojos estaban vacíos, su piel era pálida, quizá por el encarcelamiento, pero lo que más me perturbó de aquella muchacha que notablemente era menor que yo, fue que a pesar de tener cubierta la mitad de su rostro con aquel rebelde cabello rizado; en su frente, o lo que podía apreciar de ella, había una cicatriz enorme; había oído hablar de ese tratamiento, pero lo prohibieron después de un tiempo; sólo le causaba dolor a los pacientes o los dejaba más desquiciados de lo que ya estaba previamente; aquella chica me se quedó viendo fijamente, sentí miedo al verla tan vacía y me llegué a preguntar si así sería yo si me hubiese quedado ahí para hacer cumplir los caprichos del maldito viejo. No debía pensar en ello en un momento como ese. Metí mis manos en las mangas de mi chaqueta y seguí de largo ignorando gritos de agonía e histeria. Un manicomio así no era el mejor lugar para estar antes de hacer lo que yo tenía en mente ejecutar.

Rosas de CristalWhere stories live. Discover now