Demiurgo

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Lo primero que puso fue la luz
que se colaba por algún agujerito
situado al este de la bóveda celestial,
esa doble dualidad física
permitió filtrarse también
por aquel agujerito
el suave calor primaveral.

Segundos después, nuestro albañil
comenzó a poner los ladrillos,
uno a uno y otro tras otro
para levantar todos los refugios
que un día proclamamos nuestro hogar;
más grande para unos pocos
y chiquito para los demás,
el demiurgo lo tenía todo anotado
para que no hubiese sorpresas al despertar.

Sin descanso, fue poniendo también
las carreteras, grises y amargas,
para unir todos los espacios distantes
y amasarlos en uno simple y especial;
sobre todo si uno sabía esperar.

Los arbolitos fueron anclados al suelo
para dar oxígeno y sentido a la ciudad,
los jardines y las flores cantaban
que la primavera había llegado ya.

Se alzaron los barrotes oxidados
que dibujaron las estaciones de tren,
los trenecitos que se mantenían a la espera
ahora ya pueden correr.

Y en la lejanía se podía distinguir
a los perros corriendo y jugando
a la caza de las palomas y mariposas
pues los insectos y las aves
fueron puestos también.

La belleza surgió con el amanecer
las faldas y los tacones y los perfumes
llevaban a las muchachas,
dejando rastros para las miradas
y miradas que seducían los corazones.

Aquel demiurgo soñador fabricaba
cada día una nueva realidad,
totalmente distinta a la de ayer
y para nada tenía que ver
con aquella que se erguirá mañana.

La ciudad ya estaba levantada
lejos de los curiosos y los poetas
que pretendían espiar sus movimientos
cuando las aceras no estaban puestas.

El demiurgo trabajaba solo
y no le gustaba que nadie lo distrajera,
por esa misma razón abrimos los ojos
cuando las aceras ya están puestas.

Todo abarcaba una sola mirada,
la luz y las carreteras y los perritos
y las aceras y las chiquitas y los arbolillos
y las mariposas y la primavera.

Consumido por el tiempo
y sorbiendo de mi taza de café,
pensé que todo cabía en una sola mirada
y estos versos también.


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