El cantar del arpa

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Si el héroe amase el canto del arpa
al son de las notas danzaría Tizona,
borrando la sonrisa socarrona
de la muerte y su negra zarpa.

Se alzaron los reyes para escuchar
al arpista de los Jardines de Sabatini.
Los pájaros callaron y también los guiris,
cediendo al arpa su momento para amar.

De la viva efigie de la intolerancia
juzga la historia desde la distancia.
Sin embargo, los últimos rayos del sol
fundieron culturas y razas en su crisol.

Ni los temibles conquistadores cristianos
pudieron doblegar los impíos corazones,
como hizo el arpista con sus cuerdas y voces
a la luz de la luna de todos los veranos.

Las notas celestiales adornaron Madrid
vistiéndola con amor; la dulce armonía,
hechizando al turista y al bravo adalid
vencidos por su majestuosa poesía.


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