Tu vida es mierda, acéptalo y deja de llorar.

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La habitación se tornaba más deprimente con forme el pasar de los días, con el lento avance de las horas por el mundo.

Con la falta de presencia paterna lo único que se interponía entre una habitación y una pila de basura era el mismo Lincoln; y este no tenía intenciones de hacer nada para evitarlo.

Su cabeza le daba vueltas, como un trompo con un maldito movimiento perpetuo que no lo dejaba ni desfallecer. Estaba cansado y a la vez energético como nunca en su vida.

La silla de ruedas había quedado atrás, siendo remplazada por una más cómoda y estéticamente más bonita cama, donde el albino había estado acostado durante los últimos tres días.

Tres largos días desde que había llegado a casa, durante los cuales no probó ni bocado. O mucho menos habló con alguna de sus hermanas.

Su mente y su juicio le fallaban. Ya ni sabía porque hacía todo lo que hacía, era como una encrucijada donde él era el único aprisionado. En ese momento todo le parecía mierda. El perdonar le parecía mierda. El dolor le parecía mierda. El amar le parecía mierda.

Su vida le parecía mierda.

Todo estaba mal, extremadamente mal. Hundido en una suciedad tan profunda que ni se le veía fin.

Así habían sido noche tras noche desde el incidente. Turnándose entre el dolor de su brazo y el de su corazón.

Con algo de suerte tal vez aspiraría a dormir unas horas esa noche.

Todo se le hacía tan extraño, como si nada hubiera tenido sentido hasta hace unos días. Como si su vida fuese controlada por un ser el cuál no sabía que hacer con ella. Limitándose a hacerlo vivir una que otra aventura o desventura de vez en cuando, sin un camino fijo por el cuál andar. Y que hasta ahora se hubiera dado cuenta de que no estaba haciendo nada para ayudarlo a avanzar. Y sin embargo, ya era muy tarde para empezar.

Algo en su interior le gritaba que todo estaba por acabar, pero simplemente no tenía sentido.

Apenas tenía trece años, pronto cumpliría catorce y saldría de la secundaria para entrar a la preparatoria. Luego la universidad, conseguir un trabajo y crear una familia...

Hasta eso era estúpido.

Dos chicas. Dos chicas hermosas y de personalidad magnífica se fueron a fijar en un escuálido y débil albino. Incluso había tenido relaciones sexuales con ambas, ¿en qué realidad de la existencia eso era remotamente posible? En ninguna. Era como si él fuera el protagonistas de una historia de trama mediocre que vive del relleno.

Sin duda perturbador para su mente el siquiera pensar en esas cosas.

Aunque había algo que le daba miedo, un miedo como ninguno.

Existe un viejo dicho que Lincoln a escuchado incontable veces.

Todo lo que sube tiene que bajar.

Es una ley básica. Un decreto inremobible en la realidad que a pesar de todo se repetiría incontable veces, desaparecería unos años y volvería en grande.

El único problema con él era...

¿Qué pasa con alguien como Lincoln que había subido tan enorme e irrealmente en un lapso tan reducido de tiempo?

¿Cómo sería su caída?

¿Cómo se arregla una irregularidad tan grande, injusta y conveniente para una sola persona en el universo?

El albino no lo sabia, pero le aterraba. Tanto como para postrarlo a su cama por días y noches sin poder relajarse un instante.

Cuatro toques a la puerta hicieron que el chico despejara su mente. Volteando con lentitud a la puerta.

Un albino sin suerte Where stories live. Discover now