CAPÍTULO 12

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04. Sinner

Lo siento Dios

Por dejar de creer en ti

Pero tú fuiste quien me empujó hasta aquí

Tú me lanzaste por el precipicio

Cuando traté de suplicarte por piedad

Corriste la mirada y me negaste

Fuiste como Pedro cuando negó a tu hijo

Y lo peor fue tu hipocresía

Cuando prometiste amarnos a todos por iguales

Pero cuando yo decidí hacer lo mismo

Decidiste que no era digno

Condenandome al infierno.

Cuando pequeño, Liam concurría bastante la iglesia junto a su familia. Cada domingo por la mañana, él iba al medio de sus padres, aferrado de la mano de su madre y padre. Caminaban hasta el final del barrio, donde se erguía con honor y fuerza la cruz en la cima del techo de la iglesia. Le gustaba ir, cantar las canciones, aplaudir en el coro y se entretenía con el eco que hacía el sacerdote con su gastada voz dentro de las paredes. Creció sentado en el tercer banco de la iglesia al medio de sus padres, escuchando salmos donde profesaban el amor hacia el prójimo, el respeto hacia tus padres, y el amor y temor de Dios. Le costó comprender el amor y temor de Dios cuando había tantas condiciones. Además de las pruebas que les ponía a sus fieles, ¿cómo es que para demostrar el amor hacia Dios, Abraham tenía que matar a sus hijos? ¿Y cómo es que Dios mató a gente inocente, niños, bebés, por una lucha entre imperios, si ante sus ojos todos eran iguales y los amaba sin importar qué? Tenía muchas dudas, y desde luego estaba disconforme con la forma en que Dios demostraba su amor. No le encontraba sentido. Luego llegó la adolescencia, las hormonas, las miradas, el deseo y la atracción. El tema de la homosexualidad y bisexualidad nunca se tocó en la mesa de la cena, Liam no lo conocía. Y pensaba que si le gustaba los niños estaba igual de bien que si le gustaran las niñas. Pero un día en la iglesia, en un seminario para adolescentes, el diácono les dijo al grupo:

"La masturbación es un pecado, chicos. Se debe a los malos pensamientos, impuros e indebidos. Al hacerlo cometen uno de los siete pecados capitales, la lujuria. Recuerden que Dios siempre los está observando".

Entonces Liam agachó la mirada con vergüenza. Cómo iba a saberlo, tenía catorce años y se sentía bien, debido, cuando lo hacía. ¿Cómo podía ser tan malo? Pero Dios lo observaba, y era como si le sus padres lo estuvieran observando, era una gran falta de respeto. Por eso, luego de que la charla terminara, se dirigió al confesionario.

Entró tomando asiento, tocó tres veces la puerta, el cura la abrió por el otro lado. Su perfil estaba cubierto por la sombra de la rejilla de la puerta.

"Ave María purísima―", dijo el sacerdote.

"―sin pecado concebida... Padre, esta es mi primera vez que me confieso. No sé qué hacer".

"Tranquilo, hijo mío. Para siempre hay una primera vez, simplemente no tengas miedo. Puedes contarme tus problemas, pedir un consejo, algo malo que hayas hecho y yo no te juzgaré. Todos somos hijos de Dios, al fin de cuentas".

Liam asintió con la cabeza a pesar que el cura no lo veía. Tomó una bocanada de aire para los nervios y abrió la boca para hablar, "padre, hoy el diácono nos dijo algo que estaba mal hacer y yo lo desconocía. No sabía que era indebido, pero ahora lo sé y quiero rogar perdón".

I WAS (ZIAM)Where stories live. Discover now