4 | τέσσερα | El capricho de un dios

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Si las miradas matasen, ella habría jurado que se ahogó en esos ojos azules que la observaban como un ave rapaz

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Si las miradas matasen, ella habría jurado que se ahogó en esos ojos azules que la observaban como un ave rapaz.

—Te dije que vinieras, y me desobedeciste. Por eso he venido a por ti —habló Poseidón.

Medusa no lograba articular palabra. Pensó que cualquier razón sería poco válida para ese dios. Creyó que no la tomaría en serio. Prometió en sus pensamientos que una excusa tan sencilla como la verdad no serviría de nada. Porque siendo mortal, todo se volvía imposible si se comparaba con un habitante del Olimpo. No le quedaba más remedio que prepararse a recibir un castigo. Y ella, con el mismo miedo que la obligó a huir antes, se quedó de pie paralizada. El mero hecho de tener a Poseidón observándola le impedía respirar. Era como estar aplastada por el peso del agua, el frío y la agonizante sensación de que la única escapatoria era la muerte porque estaba demasiado lejos de la superficie. Llegó a un extremo en que esos sentimientos estallaron en su interior. Solo pudo responder de una manera.

Se quedó de rodillas frente a él. Sus manos tocaban la grava del suelo, y en un intento por pedir clemencia, ella agarró los bajos de la túnica turquesa que vestía Poseidón.

—Jamás pensé que...

—¿Que respondiera a tus plegarias? —adivinó el dios—. Me pediste que te enviara mi bondad, y he venido a entregártela.

—Yo solo estaba rezando... —murmuró Medusa con la voz rota.

—¿Acaso no rezan los mortales para que los dioses hagan realidad sus palabras? Si pensabas que todo lo que decías en tus oraciones caería en saco roto, pues qué fe tan débil tienes.

—¡Y lo siento! ¡Que pase esto es algo tan improbable! ¡No me culpes a mí por no conocer a nadie a quien se le haya aparecido un dios! —gritaba Medusa, aún con las rodillas clavadas en el suelo—. ¡Deberían culparse los dioses por ser tan invisibles a nuestros ojos para permitir que nuestra fe en ellos se tambalee!

La bella Medusa no levantaba su mirada del suelo, y por ello no advirtió que Poseidón estaba sonriendo. Nunca había conocido a una mortal tan devota, dudosa, enamorada y enfadada de su propia religión al mismo tiempo. Ese comportamiento impredecible le pareció cautivador. Era una forma de ser que casi podía compararse al mar.

Poseidón se agachó para colocarse a la altura de Medusa. Tocó su barbilla con la punta de sus dedos para obligarla a mirarle.

—Como te dije antes, he venido aquí para entregarte lo que me pediste... Mi bondad. No he venido a castigarte. Entiendo que huyeras, y más siendo a estas horas de la noche. ¿Cómo ibas a venir hasta la costa, cruzando tú sola los bosques...? Cualquier hombre que te encontrara sola por los caminos, se lanzaría hasta ti para implorarte que calentaras su lecho hasta el alba. Creo que ni siquiera te preguntarían. Te agarrarían por la fuerza. Es algo que no me extraña. Solo hay que admirar tu belleza.

El dios acarició su mejilla hasta colocar un mechón de pelo suelto tras su oreja. Observó su cabello dorado, lleno de espirales que quería contemplar hasta aprender la forma de memoria. Miró aquellos labios temblorosos, deseaba besarlos para saborear su nerviosismo. Entonces recordó que ella había pedido su bondad, y usar su carne mortal como un entretenimiento no cumpliría su petición. Pero cada instante que pasaba cerca de ella era un paso más a sentirse tentado de faltar a su promesa.

—Dime tu nombre —dijo él, esa vez a muy poca distancia de su aliento.

—Medusa...

—¿Sabes, bella Medusa? Aunque pienses que los dioses ignoramos vuestras oraciones... Los mortales tenéis la poderosa posibilidad de pedirlas. De solicitar lo que queráis. Unas veces ese deseo se concede, y otras no. Sin embargo, los dioses no podemos pediros nada a vosotros. No tenéis ningún poder que iguale al nuestro para satisfacer nuestros deseos. Por eso me encantaría que por esta noche se cambiaran los papeles.

—¿Imaginar que yo soy una diosa y tú eres un mortal?

—Sí.

—¿Y qué me pedirías si fuera una diosa?

—Que te entregaras a mí.

—Es un deseo que no puedo concederte. Ni siendo mortal ni siendo diosa.

—Seas lo que seas, sigues siendo una mujer.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Medusa en un tono airado.

—Que podría hacerte un favor y encender los instintos que escondes como sierva de Atenea.

Poseidón mencionó eso último con una clara enemistad hacia la patrona de Atenas. Medusa pensó que el único instinto que tenía en ese instante era salir corriendo. Pero el dios se refería a algo mucho más primitivo, y desde luego solo agradable para él.

—Pues como diosa, podría ignorar tu petición. Decidir que no. Al igual que tú también lo has hecho muchas veces con los mortales. Al igual que lo hacen tus hermanos. Es lo justo, ¿no?

—¿Justo? Vaya... Cómo se nota que las alabanzas a Atenea han absorbido tu saber. Qué sabrás tú lo que es justo. Tú me pediste algo, y me tienes aquí frente a ti. Dispuesto a dártelo. ¿Tan egoísta eres que no me darías lo que quiero a cambio?

—Yo he pedido bondad, gran Poseidón. Con eso quería decir que dejaras de provocar inundaciones en la ciudad... Esa es la causa de que las casas se destrocen, las cosechas se pudran y los atenienses no progresemos. Porque no eres capaz de asumir que no eres nuestro patrón.

—Debiste ser más específica.

Poseidón agarró del cuello a Medusa, y con su otra mano atrajo su cabeza hasta aproximar su rostro al suyo.

—No me pidas bondad porque no voy a dártela. Esta ciudad merece la destrucción tanto como sus habitantes...

Él se acercó al oído de la muchacha. Ella sintió como si tuviera el morro de un tiburón que acechaba su carne, atraído por el olor de una sangre infiel a las creencias del dios. Se había convertido en una presa que quería devorar hasta saciar su apetito de ambición. Estaba hambriento desde el día en que esa ciudad se llamó Atenas.

—Te vas a arrepentir de lo que has dicho, Medusa. Vas a lamentar tus oraciones.

Una sierva entregada como ella parecía ser el plato perfecto para vengarse. Como decían, la venganza era un plato que se servía frío. Tan frío como el Mar.

 Tan frío como el Mar

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El grito de Medusa | Medusa, Poseidón y AteneaWhere stories live. Discover now