6 | έξι | Castigo divino

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Perséfone caminó en círculos por su habitación en un intento de aliviar su propio nerviosismo y retener sus lágrimas

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Perséfone caminó en círculos por su habitación en un intento de aliviar su propio nerviosismo y retener sus lágrimas. Medusa estaba tumbada en su lecho. Su aspecto se asemejaba a un cadáver. Tenía los ojos cerrados pero una sombra mortecina se había cernido bajo sus párpados. Era como contemplar la mirada apagada de las almas en pena que tanto temía la diosa de la primavera durante sus primeros días en el Inframundo. Recordó lo que sentía entonces. Un escalofrío recorrió su espalda cuando alguien llamó a la puerta.

—¡Hades! —exclamó Perséfone.

—Un sirviente del palacio me dijo que me hiciste llamar —susurró con una voz preocupada—. ¿De qué se trata?

—Es...

Ella agarró a su esposo de la mano. Prefirió la opción de que viera la escena con sus propios ojos antes que explicarle lo ocurrido. Hades se acercó a Medusa mediante unos silenciosos movimientos. Acarició su rostro con la punta de sus dedos, y observó el dibujo que formaban unas marcadas venas de color morado sobre sus mejillas. Su presencia provocó que Medusa reaccionara al instante. Sus ojos estaban blancos cuando los abrió, y un pequeño resplandor brillaba alrededor de ellos. Hades retrocedió unos pasos al observar aquella mirada que parecía de otro mundo. Medusa gritó con ira y miedo hacia él como si fuera su peor enemigo.

—Está... maldita —murmuró con dificultad—. No puede dañarme porque soy un dios, pero juraría que esos ojos están construidos para el asesinato.

Medusa volvió a cerrar los ojos ante la actitud pacífica de Hades. Unas lágrimas recorrieron sus mejillas como plata líquida.

—¿Vas a contarme qué es todo esto? ¿Cómo has dado con esta mujer? —preguntó Hades—. ¿Acaso te ha hecho daño?

—La última vez que regresé al Inframundo contigo... me dijiste que podía ayudar a gobernarlo. Soy tan reina como tú, al fin y al cabo... —Perséfone hizo una pausa para aclarar su garganta—. Hoy estuve en el nacimiento del río Estigia para recibir a aquellas almas asustadas que llegan aquí por primera vez, que acuden a nuestro hogar para permanecer en él por toda la eternidad. Vi que una de ellas sollozaba, pero era como si no estuviera ahí. Cuando me acerqué a ella, su cuerpo se tornó humo entre mis manos. Era como si estuviera viva, pero su alma...

Perséfone rompió a llorar, y se lanzó a los brazos de su esposo en busca de su consuelo.

—Imploré que me dijera su paradero, pero ni siquiera tenía fuerzas para hablar. Vi en sus ojos el reflejo del horror y la imagen de una estatua de Atenea que se desmoronaba. Supe que debía encontrarse en el templo de Atenea.

—En Ática... —completó Hades—. ¿Y abriste un túnel hasta allí?

—Sí. Viajé con Ruina para salvarla —sollozó Perséfone—. La encontré allí. Sé poco más que su nombre, pero solo con vivir aquel momento fue suficiente para encontrar una explicación a lo que ocurrió.

El grito de Medusa | Medusa, Poseidón y AteneaWhere stories live. Discover now