4. Curiosidad

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Luego de despedirse con un último abrazo y dejar las cajas en el departamento para que el par de tortolos se encargara de desempacar, Michael decidió dar un largo paseo antes de volver a casa.

Quizás no era capaz de amar como otros lo hacían, pero la idea de volver a un departamento vacío tampoco era particularmente tentadora.

Las calles solitarias de South Park, apenas iluminadas por farolas de luces que parpadeaban de tan viejas, hacían sus pensamientos volar como el humo de los cigarrillos que consumía uno tras otro. ¿Realmente su corazón estaría tan seco que no era capaz de enamorarse de verdad? ¿Sus ojos nunca brillarían de esa manera? Había tenido amantes, compañeros de cama de ambos sexos, compañeros de aventura, amigos que habían terminado por convertirse en su familia de tan cercanos que eran.

Pero amar.

Amar de verdad.

Nunca había sentido eso.

Esa necesidad de pasar todo tu tiempo al lado de una persona, de pensar constantemente en su mirada y que el simple recuerdo sea suficiente para hacerte sonreír. Sentir aquellos celos que te hacen desear ser la única persona en el mundo del amado y no compartirlo con nadie más. Quizás por eso le gustaba estar con personas enamoradas, para ver aquellos sentimientos incluso si era solo como un simple espectador.

Sus pasos inconscientes terminaron por llevarlo a un pequeño callejón al que no recordaba haber ido nunca antes.

Casi oculto entre un local de comida china 24/7 y una sex shop, un bar ofrecía en letras de neón rojo un refugio temporal. Quizás embriagarse hasta casi perder la consciencia silenciaria los recuerdos al menos durante una noche. ¿Quién necesita intentar comprender el amor cuando ni siquiera eres capaz de recordar tu propio nombre?

El local era tan pequeño por dentro como se veía por fuera, con apenas unas pocas mesas y aún menos clientes. Un lugar perfecto para un exiliado de la sociedad como lo era Michael. Al fondo del local, la única zona realmente iluminada del lugar, se levantaba tímido una especie de escenario, con apenas un par de bocinas y un micrófono que de tan viejo seguramente apenas se escuchaba.

Le recordaba a los locales que solía frecuentar con Pete, Henrietta y Firkle cuando eran adolescentes. Antes de que todos ellos le abandonasen para entregarse a las personas que realmente amaban y les amaban.

Quizás por eso mismo sonrío un poco cuando vio salir al escenario a un chico castaño, guitarra al hombro, al mismo tiempo que un mesero le entregaba su primer cerveza de la noche.

No pudo evitar pensar en un pajarillo al ver como saludaba a la poca clientela del local, como todo un novato, hablando brevemente sobre el origen de aquella primera canción que iba a interpretar.

Lo que no sonaba como un novato fue aquella letra. Una letra que hablaba sobre un alma confundida, sobre un amante que se pierde en la piel desnuda de la persona a su lado, mientras se pregunta cuanto tiempo podrán estirar aquel instante. Una letra que hablaba sobre las dudas del mañana en una mente que apenas podía sobrevivir al ahora. Unos versos... que parecían haber salido del mismo diario de Michael.

Nunca antes en su vida había visto a aquel chico y, sin embargo, sentía como si lo conociera de toda su vida. Incluso mejor de lo que él mismo se conocía.

Aquella fue la primera noche de muchas. Casi como un adicto, Michael iba diario a aquel bar, solo para escuchar a aquel ruiseñor cantar, cantar solo para él aunque no fuera así. En una ocasión, rechazo a Mercedes cuando lo invitó a pasar la noche con ella. Otra vez, le dijo que no a Pete cuando lo invitó a cenar en el departamento que compartía con Mike. Solo quería escuchar a ese ruiseñor, aprender cada una de sus letras, devorar cada acorde su guitarra.

- ¿Puedo invitarte una cerveza? – Aún así, esa noche que el cantante se acercó a él en la barra después de terminar de tocar, tomo por sorpresa al gótico.- Es lo menos que puedo hacer por mi fan número 1.

Michael lo miró sorprendido. ¿Acaso se había dado cuenta de su maldita obsesión?

- Además... quiero darte las gracias. – El cantante le hizo una seña a uno de los meseros, para llamar su atención.

- ¿Gracias? – Michael no comprendía nada. Todo parecía casi sacado de un cuento cliché.

- Estaba en un mal momento, ¿sabes? Uno de esos momentos en los que no sabes a donde está yendo tu vida. Te esfuerzas por hacerlo todo bien, por jugar según las reglas y ser una buena persona... y aún así, de pronto lo pierdes todo. Te quedas mirando el cielo y lo único que se te ocurre es reír porque tu vida de pronto es un chiste de muy mal gusto. – Justo en ese momento llegó el mesero con sus bebidas, una cerveza oscura para Michael y un trago de coctelería que casi parecía para un niño por los colores brillantes y el aroma dulce que expedía.- Perdón. Seguro te estoy aburriendo con mis cosas. Es solo que... me he sentido muy solo últimamente.

- No es molesto en absoluto. – El gótico no podía despegar su mirada de aquel chico. Se movía como si fueran amigos íntimos, a pesar de que ni siquiera sabían sus nombres mutuos. – Me gusta escucharte. Fuera del escenario, quiero decir.

El cantante sonrió, tomando la cereza de su trago entre sus dedos.

- Es solo que... no he tenido con quien platicar desde que me mude.

- ¿Vienes de otra ciudad?

- ¡Oh, no no! El novio de mi roomie se mudó a nuestro departamento y... bueno, aplica lo de 3 son multitud. – Si Michael hubiera creído en alguna clase de deidad, se habría preguntado si todo aquello era una especie de milagro. ¿Cuántas cosas más podrían tener en común?

- Llegas al departamento vacío y lo único que quieres es encender la televisión, solo para escuchar la voz de otro ser humano. Sentir que estás acompañado aunque sea por un simple espejismo.

– ¿Cómo lo... - Los ojos azules del cantante lo miraron sorprendido, aunque terminó por soltar una risita, antes de dar un largo trago a su bebida.- Déjame adivinar, ¿ustedes también eran "amigos con derechos"?

Michael no pudo evitar soltar una carcajada al oírlo decirlo de aquella manera, casi como si fuera una broma. Quizás a eso se refería con aquello de decir que la vida a veces era un chiste de mal gusto.

- A falta de una forma más ridícula de llamarlo. – Le respondió el gótico y esta vez fue el cantante quien se carcajeó.

- ¡Por los amigos con derechos! – Bromeó, alzando su copa al aire, ofreciéndole un brindis a su acompañante, a lo que Michael respondió chocando su cerveza contra su vaso.

Aquella noche, cuando Michael volvió a su departamento vacío y encendió el televisor para que le hiciera compañía mientras preparaba la cena, en la voz de una chica en un comercial de cerveza le gusto imaginar al chico del bar y no pudo evitar alzar su vaso de agua como si le ofreciera un brindis a la pantalla.

- Por los ruiseñores de ojos azules... - Susurró a la vivienda vacía, con una media sonrisa.

HumanWhere stories live. Discover now