Parte 2

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II

Antes

Lotta se agita entre las perfumadas sábanas de su habitación en la planta baja del campus de la Universidad de Lund, en Suecia. Es de madrugada y aunque el sol ya pinta de naranja el cielo estrellado, todavía es demasiado temprano como para que la vida retome su ritmo. Lotta gime y se enreda con las hebras de sus pesadillas más reales; pura fantasía que no desaparece en el momento en el que abre los ojos y recuerda que todo eso no es fruto de una perturbada imaginación, sino el reflejo de los miedos de una infancia secuestrada.

Hay humo, accesos de tos, llantos. Hay una madre, un padre, una hermana. Hay un barco y una sirena que aúlla al viento, avisando a los rezagados.

Lotta despierta y recuerda. Todo pasó. Y está a salvo. No hay nada que temer ya.

Se levanta tratando de que sus pasos no despierten a sus compañeras de habitación, pero enseguida recuerda que esa noche han salido, y que no debe preocuparse.

«Lotta Clarensius, su organismo necesita dos horas más de sueño. Su metabolismo basal se verá incrementado si no descansa lo suficiente».

―Cállate, Siri.

Lotta olvidó desconectar el sonido de su Interfaz de Reconocimiento e Interpretación del Lenguaje, recientemente implementada con CYHI ―Care for Your Health Interface― antes de ir a dormir, pero con una sola orden, Siri deja de hablar. Si bien, Lotta sabe que no puede librarse de los mensajes del tándem Cyhi/Siri que aparecen en su pulsera multiestacional.

Se dirige hacia la cocina porque la falta de sueño le ha dado hambre. El rótulo que aparece en la pantalla de la Unidad de Creación de Proteínas de Transición es claro: «Análisis de Sangre Mensual imprescindible». Eso significa que Lotta debe extraerse sangre y colocarla en el analizador lateral para que la Unidad sea capaz de producir las proteínas artificiales que su cuerpo necesita. Es una tarea habitual para los habitantes de Lund, una de las Ciudades Reimaginadas que colonizan la sección desarrollada del planeta en pos de lograr la armonía con el entorno y el cese del deterioro de la Tierra.

Lotta resopla malhumorada. No por el pinchazo que está a punto de realizarse a sí misma, sino porque sabe que su desayuno proteico deberá esperar varios minutos hasta que la Unidad analice su sangre y determine sus necesidades. Toma uno de los viales de su armario personal y lo coloca encarado hacia su brazo derecho. El aparato emite una fluorescencia que señala el punto exacto en donde Lotta debe pinchar para alcanzar la vena. La joven lo hace y aguanta el dolor mientras el émbolo automático hace su función y extrae el líquido.

―De todas formas, es demasiado temprano incluso para desayunar ―se dice a sí misma.

Se dirige a la parte trasera de la habitación en donde una pequeña terraza se extiende albergando todo tipo de plantas y árboles. Estar en consonancia con la Naturaleza no es lo único que los habitantes de esta ciudad reimaginada persiguen, sin embargo.

Lotta se cubre los ojos con la mano al salir porque, aunque aún no ha amanecido, las luces del alba junto con las de las farolas provocan más daño en sus ojos acromáticos que en unos sanos. Se pasea entre las enredaderas, camina junto a los arbustos y finalmente se detiene frente a los árboles frutales. Mandarinas, naranjas, peras. Puede escoger lo que quiera y debe hacerlo rápido porque su suscripción mensual al Programa de Afiliación de Autosuficiencia Alimentaria caduca en dos días y sabe de antemano que los árboles perecerán, y ella tendrá que pagar una nueva cuota si quiere que desde la PAAA le envíen nuevos ejemplares viables. El único espécimen que sabe de antemano que debe tratar con más mimo es una tomatera que heredó de su abuela y que no es transgénica, por lo que necesita unas cantidades de agua y sol mayores que las de sus congéneres modificados.

―Tendré que conformarme esto, supongo ―se resigna, tomando un par de mandarinas del árbol.

En el momento en el que empieza a pelarlas, la puerta de la habitación se abre y aparecen sus dos compañeras seguidas de otros tantos amigos de la facultad. Se ríen tapándose la boca en un intento poco exitoso de no hacer demasiado ruido, y se dejan caer sobre los futones y los poufs que se esparcen por la sala principal.

―Lotta, ¿ya estás despierta? ―pregunta Julie, una de sus compañeras.

Se ríe demasiado y Lotta supone que ha tomado más alcohol del que debería, que en su caso, es todo lo que vaya más allá de una copa y media.

―No podía dormir. ―Lotta se encoge de hombros y solo entonces se percata de que va vestida con el pijama y los calcetines de andar por casa. Está despeinada y tiene la cara llena de legañas―. Llegáis muy tarde ―dice para desviar la atención, porque en realidad le da exactamente igual lo que sus compañeras han estado haciendo toda la noche.

Julie se levanta y le presenta a Ian, un joven con la piel morena que dice venir de una ciudad anacrónica y al cual Julie ha apadrinado en su primera semana en Lund. Le cuenta que el chico está maravillado con la tecnología y las posibilidades que la ciudad ofrece a sus ciudadanos.

―En realidad, lo que más me sorprende es poder respirar aire limpio sin necesidad de usar una mascarilla con filtro respiratorio.

Ian lo dice esbozando media sonrisa que a Lotta se le antoja forzada y llena de intención. Supone que quiere parecer despreocupado; gracioso, incluso. Pero ella ha estado en una de esas ciudades anacrónicas en donde el tiempo se ha detenido en las energías fósiles y el consumo de seres vivos y entiende perfectamente que bajo su mirada de chico entusiasta recién llegado se esconde el drama de la involución urbanística.

―Encantada de conocerte, Ian.

Los chicos hablan durante veinte minutos sobre la noche de diversión que han pasado y después se despiden, dando la jornada por finalizada. Lotta se alegra de verlos marchar y de que la calma retome el lugar.

Algo emite un sonido repetitivo detrás de ella y cuando se gira, la Unidad ya tiene los resultados de su análisis de sangre. Un menú especialmente pensado para ella, que tiene en cuenta todas sus necesidades nutricionales, se muestra en el lector frontal del aparato. El sol termina de salir y sus rayos se filtran a través de la ventana obligando a Lotta a cerrar los ojos.

Comienza un día nuevo en la Ciudad Reimaginada de Lund.


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