55. La protección de las heridas de los demás.

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Se cubrió con una mano la boca mientras bostezaba y cuando terminó, siguió batiendo el café que se había propuesto a hacer en esas horas de la mañana aprovechando que no había nadie levantado

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Se cubrió con una mano la boca mientras bostezaba y cuando terminó, siguió batiendo el café que se había propuesto a hacer en esas horas de la mañana aprovechando que no había nadie levantado. Mientras observaba la neblina de afuera su cuerpo comenzó a sentir frío debido a que estaba pisando el piso descalza y decidió terminar con aquello para volver a la cama.

Una vez que le puso agua caliente a su taza y se dignó a girar sobre sus talones, tuvo que aferrar con fuerza sus manos en la cerámica al ver una silueta en el umbral de la puerta de la cocina. Por la poca iluminación de afuera supo visualizar que se trataba de su padre, pero así mismo él no se acercó por miedo y eso a ella le dolió.

—¿Quieres que desayunemos? —propuso, atento a sus reacciones. A ella le pareció la perfecta oportunidad para arreglar lo de la noche pasada así que asintió y caminó hasta uno de los taburetes mientras su padre preparaba todo—. ¿Cómo te sientes?

—Un poco mejor, he podido dormir más de lo que esperaba —confesó, siendo totalmente sincera. Aún así, si no decía la verdad, tampoco importaba mucho porque su padre escuchaba todos sus pasos a la madrugada y velaba por ella hasta que salía el sol—. Tal vez empiece a tomar las pastillas para el insomnio que me recetaron.

—Estaría bien, tu cuerpo necesita descansar más tiempo. —Dejo otra taza de café en la isla y tostadas antes de sentarse delante de ella.

En silencio, mientras la veía tomar su café un poco distraída pensado en esas pastillas, observó su rostro demacrado. Su tono de piel estaba mucho más blanco del que solía ser y sus ojeras debajo de sus ojos parecían el de una persona enferma. Meredith estaba mal, él lo sabía y por eso no la había obligado a salir de casa. Descubrió su cabello húmedo producto de una ducha, de las tantas que se tomaba por hora y cuando bajó hasta sus brazos ya no le sorprendió verlos rojos de las tantas veces que se refregaba algo sobre su piel.

No había querido que nadie le viera de aquella manera porque esa no era su hija o sí, pero no la que él recordaba. Había hablado con su hermano para contarle la situación y no espero que él fingiera como si Meredith seguía yendo al colegio para mantener sus notas, simplemente le informo que ella dejaría de ir por algunos meses. Si de su salud mental se trataba, nada más que cuidarla le importaba.

Meredith salió de sus pensamientos cuando escuchó el tintineo de la cuchara en la taza que su padre provocó a propósito para que ella volviera y lo observó nerviosa.

—Con respecto al otro día...-

—¿Quién era el hombre que vino esa noche? —curioseo él, queriendo entrar un poco más en confianza.

Fue un mal momento para todos aquella noche, pero él había notado que ese hombre no era un chico cualquiera que venía a buscar a su hija. Que no era un amigo más y precisamente, que no era eso: un chico. Era un hombre, un hombre que miraba a su hija con mucha adoración y si se había contenido para no echarlo de su casa no solo fue porque Meredith parecía estar más relajada con él, sino porque aún viéndola en su peor estado él la condujo hacia la realidad y se lo agradecía.

Mi sexy AMOR. [#1]Where stories live. Discover now