Damien, el príncipe de las tinieblas.

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 En un lugar conocido como ''el infierno'' Satanás gobernaba a mano dura, imponiendo miedo a todas las almas que vivían ahí, debido a que él había sido un ángel muy hermoso que fue desterrado del cielo, sentía cierto remordimiento por dios, provocando que existiera una eterna guerra entre ambos, dando como campo de batalla un lugar conocido ''la tierra''.

Los demonios superaban en número a los ángeles, pero algo con lo que no contaban es que Satanás tenía un heredero, ''Damien Thorn'' ese era su nombre, un pequeño joven esbelto de apariencia muy linda, vestía siempre de negro para pasar de ser percibido en la oscuridad con la que siempre se movía, su piel era pálida, quizás la cual había heredo de su padre, antes de haber sido desterrado del cielo, aquella belleza... envidiada por las almas que le veían pasar, su cabello era completamente oscuro como la misma noche, y sus ojos, aquellos ojos color carmesí, tan intensos como el mismo infierno al cual llamaba casa, esos ojos que consumían hasta la mas mínima esencia de tu ser.

No muchos conocían la existencia del heredero, así que Satanás uso eso a su favor para poder mandarlo a la tierra y cerciorarse de que tuvieran ventajas en las peleas, un día en un campo de lavandas desolado, el chico se apareció observando el lugar.

- Vaya que la tierra tiene rarezas – pensó el chico mientras caminaba por el campo sin embargo, mientras más se adentraba en el campo este empezaba a arder a sus pies- y tan frágil como aquellos inútiles ángeles...

Damien se mordió el labio molesto mientras que se alejó del lugar dejando que ardiera, detestaba tener que hacer lo que su padre le pedía, ya que no lo dejaba ir a la guerra, más bien era un espía para él, y eso hasta cierto punto comenzaba a aburrir al joven chico.

Día tras día y sin muchas cosas por hacer el joven encontró un lugar lejos de la guerra, al encontrar paz decidió no quemar nada y disfrutar un momento de soledad, puesto que ahí podía descansar de los gritos agonizantes y las discusiones con su padre, debía admitir que heredo la terquedad de él. Pero si lo mandaba a diario no se quejaría por lo menos de tener un momento a solas, un día cualquiera se percató que un ángel rondaba por el lugar, curioso por lo que hacía le observaba desde el árbol donde siempre estaba, ese ángel al parecer debería de tener una similar a la de él, el chico de cabellos rubios y un par de alas que reflejaban los rayos solares le hacían lucir incluso más blancas que las mismas nubes, Damien intrigado por el chico que se aparecía a diario le seguía por entre las sombras, sin que este notará su presencia, sin más un día mientras volvía al infierno se topó con su padre.

- Damien que bueno que has vuelto ¿tienes alguna noticia? – pregunto su padre con aquella imponente voz

- Damien le miró con desagrado – no... todo igual de aburrido

Su padre se acercó al chico y le tomó de los hombros.

- ¿Dónde estuviste? – pregunto mientras movía su nariz olfateando un poco

- Papá no hagas eso es vergonzoso – dijo el chico un poco sonrojado – anduve por ahí... no tiene importancia, seguro es el olor de esas estúpidas flores –

- Satanás se separó- no... ese aroma no es de esas flores que has estado quemando, si así fuera olerías a la mezcla de flores y cenizas –

- Pues no se entonces que sea – Damien gruñó y se fue –

El chico se notaba molesto, quitó su ropa dejándola en el piso y entro a la tina que había en el baño de su habitación el agua que se notaba bastante caliente hacia sudar su cuerpo, Damien observaba el techo del lugar mientras dejaba que el agua le cubriera hasta sus hombros, por un momento su mente viajo a donde siempre se encontraba observando al chico rubio.

Rompiendo las reglas.Where stories live. Discover now