Relato XV: Cadáver maldito

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Lectura recomendada: El Hombre del Rosario (publicado en la Parte Primera)

El cuerpo del oficial John Walters fue encontrado sin vida a dos calles del bar que solía visitar

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El cuerpo del oficial John Walters fue encontrado sin vida a dos calles del bar que solía visitar. A plena luz del día, un transeúnte que pasaba lo vio tirado en el suelo, sangrando por la boca y con una botella de ron blanco en la mano. Salieron de inmediato dos patrullas desde el cuartel donde trabajaba Walters. Lo hallaron en el mismo lugar que aquel buen hombre había informado.

Su causa de muerte, sin embargo, era incierta. El cadáver fue enviado al laboratorio forense con una inusual herida en el cuello y la sospecha de que se trataba de una víctima de homicidio. La autopsia reveló otra cosa. Un infarto fue la decisión final.

No teniendo Walters familia conocida, ni nadie que procurase por él en toda la semana que había pasado desaparecido, se tomó la decisión de exponer su cuerpo en la propia comisaría. Un humilde funeral entre sus compañeros era la mejor manera que encontraron para rendir tributo a su memoria.

A la agente Watson y al agente Ramírez se les encargó organizar el salón de conferencias donde estaría expuesto el ataúd. Algunas cortinas blancas, varias sillas y una mesilla con flores fue lo mejor que pudieron improvisar la noche antes. Lo último que colocaron fue una foto enmarcada sobre la mesa. Luego se giraron a observar el pálido rostro del difunto.

—John era un buen tipo —dijo el agente Ramírez—. Es una lástima que muriera de una forma tan horrible.

—Sí, supongo que era un buen tipo.

—¿Supones?

—Le encantaba el alcohol y las putas. Pero era buena gente.

—Cierto, le encantaban —dijo el oficial, acercándose lentamente con media sonrisa y la mirada puesta en los labios de su compañera—. Casi tanto como me encantas tú.

Ella lo alejó, empujándolo suavemente con su mano. No era aquel el espacio ni el momento adecuado. Aunque fuera por respeto, aquello era impensable.

—Aquí no, Antonio.

—Aquí sí —replicó y comenzó a besarle el cuello.

Desprotegida de toda resistencia, la oficial cedió. No tuvo Ramírez que insistir mucho más para ser correspondido. Se besaron con todas las ganas, como solían hacer. Pronto, las manos del joven oficial se aferraban con fuerza a las asas del ataúd, mientras inclinaba la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados.

El encuentro siguió escalando, usando como combustible la tensión y el morbo. No fue hasta entrada la noche, en la madrugada, cuando vinieron a descansar. Allí, tirados en el suelo, Ramírez jugaba con el pelo de su compañera, que miraba el techo en silencio.

—¿Escuchaste eso? —preguntó la agente Watson, de repente.

—¿Escuchar qué?

No dio más respuesta que su prisa para vestirse y su marcha fuera del salón. Él solo consiguió ponerse un bóxer que estaba del revés. Logró alcanzarla en el pasillo. Su coleta se movía de un lado a otro cuando miraba a todas partes con atención.

Susurros a medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora