Relato XVII: La criatura de la nieve

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Ya era invierno. Había llegado cruel y despiadado, como cada año. Él se había preparado con antelación, recordando que el frío pegaba más fuerte por esas montañas. Todo el panorama exterior estaba cubierto de nieve. Era un inmenso lienzo blanco donde resaltaban los troncos desnudos y aquel inocente ciervo que buscaba, sin éxito, los últimos frutos caídos.

Desde la mesa, y a través de la ventana, podía ver al animal. Sentía la voz del abuelo por algún rincón de su mente pidiéndole que lo cazara, que no desaprovechara la oportunidad. Pero no quería hacerlo. Ya tenía suficiente carne guardada y se había hecho con buenas provisiones. No había necesidad de dispararle a esa pobre criaturita.

Estaba aburrido. Poco había por hacer en la cabaña. El periódico de hace una semana, cuando visitó el pueblo, se lo había leído al derecho y al revés unas seis o siete veces. Con la cabeza baja recostada sobre el comedor, se entretenía con el espectáculo que hacía el polvo suspendido en un rayito de sol que se colaba. Era de los últimos de ese día, pronto caería la noche.

El viento ya le había advertido que se acercaba una tormenta. Desperezándose, se estiró en la silla antes de salir para asegurar las ventanas. Mientras ponía los clavos, miró al cielo y recordó los consejos de la abuela para leer las señales. Decía que los colores eran importantes y que las formas de las nubes revelaban lo que se aproximaba. Sonrió casi sin darse cuenta, a lo que siguió un suspiro. Sería el primer invierno que pasaría sin ellos, y eso le apenaba muchísimo.

Se reconfortó pensando que al menos ya no tendrían que soportar aquel frío que calaba hasta los huesos. Siempre le hacía mal a la artritis de los dos. Echó unas piezas más de leña al fuego y se acurrucó en la alfombra, como cuando era niño y ella le jugaba con los remolinos del pelo. Así permaneció hasta que estuvo lo suficientemente oscuro para irse a dormir.

En la cama, su sueño no duró demasiado. A medianoche lo despertó el silbido agresivo del viento. La tormenta nevada lo había alcanzado y parecía bastante enfadada. El sonido de los copos estrellándose contra las paredes de la cabaña era demasiado fuerte como para ignorarlo. Las corrientes de brisa azotaban la casa con violencia. Hacía mucho tiempo que no vivía una ventisca tan fuerte.

A la luz de una vela, recordaba aquellos cuentos y leyendas sus abuelos le contaba. Él traía historias muy locas de cuando salía a cazar. Luego de las tormentas, juraba encontrarse las cosas más raras. Decía que las tormentas traían consigo cosas malas. La abuela en secreto pensaba que era lo malo lo que traía las tormentas.

Pronto empezaría a creer que su viejita tenía razón.

La mañana llegó, pero la calma estaba lejos de presentarse. Nevó durante todo el día. Gracias al cielo, había recolectado suficiente leña para pasar algún tiempo. Comida tampoco le faltaba. El calor del fuego y el libro de Stoker serían sus mejores amigos durante toda la mañana.

Susurros a medianocheWhere stories live. Discover now