Uno

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ME GUSTAN LAS CHICAS

Posiblemente si hubiera sido un chico me hubiera llamado como mi padre, o como el abuelo, o quizá una combinación de ambos. De lo que si tengo completa certeza es que llevaría un nombre muy varonil y obviamente no tendría que preocuparme por lo lento de mi desarrollo corporal, por rellenar los brasieres, y claro, los chicos. También está la figura, el cabello, la ropa, depilación, los zapatos, el maldito periodo menstr...

¡Lo ven! Ser una chica es algo muy, muy complicado.

Era cuestión de tiempo para que mi bocota me metiera en problemas, y ese era mi gran problema. Hablar sin pensar. Soltar lo primero que se me presentará en la punta de la lengua y posteriormente considerar las consecuencias. Siempre ha sido así, vómito verbal, verborrea excesiva para expresar ideas banales y sin importancia.

—¿Seguro? —cuestiona dando una ligero paso hacia mí. Me encojo de hombros y la sonrisa se me esfuma como el humo de los puros de papá.

Es evidente que tenemos la misma estatura, pero para mi desgracia ella lleva puestos unos extraños, por no decir feos, tacones rojos que me hacen ver como un diminuto pigmeo.

Afirmo con un brusco movimiento de la cabeza evitando mantener algún tipo de contacto visual. Nunca se me ha dado bien mentir y trágicamente soy de ese tipo de persona a la que le delata el lenguaje corporal. Movimientos, miradas, sonidos inarticulados, gestos; es decir, aquellos códigos no verbales con los que también nos comunicamos.

Ella retrocede, acomoda sus gafas para luego bajar la mirada y posarla en lo bajo de mi cintura.

Si esto fuera una caricatura mis ojos se saldrían de sus órbitas y mi mandíbula inferior se estamparía en el pavimento. Pero no, esto no es una caricatura, sin embargo me sorprende ver como aquella mujer contempla nada más ni nada menos que a mi inexistente amiguito. Sí, ese mismo amiguito que despierta y levanta bandera cuando la chica que le gusta está cerca; él mismo amiguito que los hombres suelen ocultar bajo la delegada tela de unos calzones y solo dejan salir para satisfacer sus necesidades básicas.

Evito soltar una carcajada mordiendo mis labios.

¿Como se supone debo reaccionar?

Siéntete halagada.

Solo un hombre se sentiría halagado por "eso". No se ustedes, pero si me miran los pechos me ofenden.

¿Cuales pechos?

¡Suficiente! Es que no ves que soy yo la narradora principal.

El director con el mismo desinterés con el que me recibió se aclara la garganta para atraer nuestra atención, o más bien la atención de la señora administradora. Ella desvía velozmente la mirada de mis pantalones. Quedó anonadada con su acto de flash (nótese el sarcasmo). Y así, como si no hubiera pasado nada en lo absoluto, los unos a los otros nos miramos compartiendo unos segundos de un hermoso silencio sepulcral, hasta que el aura enigmática es fracturada por una interrogante.

—¿Por qué sigues aquí?

Alzó las cejas sin entender. La mujer, de la que desconozco el nombre blanquea los ojos antes de volver a hablar.

—Señor Tyler. Ya se puede ir. —No es una sugerencia, es una orden. No me lo pienso mucho y me pongo en marcha. Solo así me despachan luego de una escena completita de escepticismo con respecto a mi identidad sexual. La que acaba por convencerme a mí misma de que soy un chico. Pero lo he logrado. Ella cree que soy un chico.

Música de victoria por favor. Que acá viene un hombre nuevo.

Luego de unos minutos como me lo esperaba termino extraviándome en los amplios pasillos del London. La desesperación y frustración no tardaron en apoderarse de cada uno de mis músculos, aunque la flojera podía con ambas. Estaba a punto de desistir de todo mi maquiavélico plan, me refiero a que todavía estaba a tiempo de llamar a mis padres y tratar, corrijo, rogar porque me devolviesen mi vida. Rogar para que Aaron volviese conmigo.

Sí, soy un chico Where stories live. Discover now