Tres

1.8K 202 146
                                    

EL CHICO DEL BAÑO

Minutos antes de mi última clase estaba sola y sin saber qué hacer. Los adolescentes hormonales que me acompañaron..., bueno, lo más correcto sería decir que yo los acompañe; estaba tan pegada a ellos como garrapata en un perro, incluso tal vez mucho peor, como chicle en su cabello. No se si les molestaba mi presencia, pero no me aparte de ellos en ningún momento, claro, hasta que los perdí de vista cuando comencé a mirar recelosa a todo aquel que me observaba indiscretamente. Me quede sola rayando en la paranoia y mirando de reojo el teléfono celular. Como cuando quieres aparentar que estás hablando con alguien o tienes mejores cosas que hacer que verte como una idiota sin amigos. Al menos mis observadores creerían que vida social en la red si tenía.

Comencé a torturarme con posibles resultados de esta experiencia, hasta el momento que arrastre todo el cuerpo al gimnasio, mi dichosa última clase del día. Con la cabeza gacha entre al vestidor de varones. Miraba los cordones de mis tenis cuando choque con un chico que iba saliendo. El sujeto alto y flaco como poste de luz me miró con desdén, pero poca importancia me dio y se pasó de lado. Seguí mi camino como cordero al matadero encontrándome con un montón de tíos encuerados. La mayoría estaba casi completamente vestido con el deportivo. Pero mientras más me adentraba en el escuálido y oloroso lugar a sudor muchos más sujetos en bóxer y pantaloncillos cortos me topaba. Sus torsos desnudos y piernas peludas dañaban la córnea de mis ojos.

Una buena depiladita no les iría mal.

Seguí mi camino en busca de mi casillero aferrando la mochila a mi pecho. Y entonces lo vi. Justo al lado de Martín Skinner.

No tendría por qué sorprenderme. En lugar tan pequeño como este con seguridad todos se conocían.

Nuevamente mi lado inconsciente hizo acto de presencia y decidí observar sin una pizca de vergüenza. Soy una acosadora descarada. No voy a negar mi naturaleza, no obstante que quede claro que todos somos libres de mirar.

Ambos sujetos a estudiar hablaban con tanto desprendimiento y soltura que me llegó la curiosas de escuchar esa plática amena y ajena. Desde mi posición no podía oír una sola palabra que emitían, solo el sonido de sus risitas llegaban con cierta claridad a mis oídos. Y como grinch que curioso espera destruir la Navidad me acerque silenciosamente. Abrí mi casillero que se encontraba unos cuantos pasos lejos de ellos y pegue oído a la fría puerta del mismo, que además tenía una pequeña rejilla que me dejaba ver los movimientos de los dos jóvenes.

—¡Machete! —ese era Martín y supongo que "Machete" es el nombre del chico. Un muy extraño y poco convencional nombre. Al menos algo tenemos en común, nuestros nombres apestan. Los dos se saludaron de un extraña manera. No con el tradicional choque de puños o el medio abrazo que se dan los chicos. No, esto fue una mezcolanza de movimientos burdos en el aire que parecía no tener ningún tipo de conexión. Incluso el patrón de desbloqueo de mi teléfono era sencillo comparado con aquel saludo estrafalario —. Me alegro que estés de vuelta.

—Yo también estoy feliz de volver —y ese es Machete, alias el chico al que casi le mire accidentalmente el amiguito —. Aunque no me creas extrañe este lugar.

—y dime ¿cuándo llegaste? —pregunta el pelirrojo con curiosidad.

—Ayer en la mañana —dice y luego prosigue —, y me paso una cosa rarisima.

—Bro, a ti siempre te pasan cosas raras —declara Martín y luego suelta una risita. Una risita de macho, no me confundan. Comienzo a creer que mi modo narrar hace ver a estos chicos como señoritas de colegio católico.

—No en serio. Fue algo incomodo.

Ay si. Ni que hubiera visto a un hombre desnudo.

—Pero dime que paso.

Sí, soy un chico Where stories live. Discover now