Once Upon...

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Un paisaje invernal se extendía cubriendo los restos de una enorme mansión. Con lentos pasos, la figura encapuchada de una joven mujer se dejó guiar por su cuerpo tambaleante mientras caminaba sin rumbo fijo. Los copos de nieve caían danzarines y reflejaban la luz de los rayos solares brillando cual estrellas en el velo nocturno. Una fría brisa arrancó la capucha de su capa dejando al descubierto su rostro, los mechones de su pelo ondearon con el viento.

Cabellos dorados y ojos verdes. Una mujer pequeña y con una mirada vacía.

A cada paso que daba tratando de alcanzar su meta iba perdiendo velocidad y fuerza. Eso no la detuvo de llegar al que antes fuese un espléndido salón de baile en la mansión que antiguamente llamó su hogar. Se dejó caer al pie de las escaleras abrazandose a sí misma.

—Tardaste demasiado Arturia...

Una voz familiar le habló y al alzar su vista pudo ver escaleras arriba a un viejo amigo de la familia. Un hombre de largos cabellos blancos, aquel quien dio a sus padres la maravillosa idea de comprometerla con una persona que odiaba.

—Lo se...

Para cualquiera que no la conociera, su voz pudo haber sonado indiferente, más ella mantenía la frente en alto tratando de controlar sus emociones tanto como le fuera posible.

—Lo sé muy bien.

Su voz se quebró dejándola incapaz de contener sus lágrimas.

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Arturia provenía de una familia noble, siempre fue una joven muy educada y sensata, sin embargo, eso no quería decir que se mantuviera callada ante situaciones que le desagradaban. Su "lengua afilada" llevó a más de uno de sus futuros pretendientes a abstenerse de expresar sus afectos. La independencia e inteligencia que mostraba espantaban a cualquier potencial marido que la rondará.

La casa Pendragon no estaba en su mejor época, a pesar de ser nobles en los últimos años habían perdido las inversiones en su viñedo por plagas que habían arrasado sus cosechas y se encontraban en una situación económica bastante inestable. La supervivencia de su finca dependía de un beneficioso acuerdo de matrimonio entre su única hija y algún noble.

Era cierto que ella era una mujer de belleza etérea pero ningún hombre quería por esposa a una mujer que los desafiara abiertamente o señalará estar en desacuerdo con sus acciones. Los hombres, principalmente nobles, por lo general preferían a mujeres sumisas que bajaran la cabeza cuando ellos estuvieran hablando y Arturia Pendragon distaba mucho de eso.

La rubia no era ignorante a su situación, estaba consciente de que su deber era casarse para salvar la finca de sus amados padres y lo aceptaba sin mayor oposición. Desde pequeña se había mentalizado como parte de un acuerdo comercial haciéndola indiferente a la búsqueda de algún tórrido romance. Su matrimonio sería sólo eso, un acuerdo que resultaría beneficioso para su familia y estaría bien en tanto su futuro esposo no buscase su afecto. Ella misma había sugerido a sus padres que hicieran los arreglos necesarios para su compromiso con quien mejor les convenga.

—La comprometeremos con Lord Diarmiud—Uther habló con firmeza—Es la única forma en la que podremos obtener beneficios que nos ayuden a superar la situación actual.

—Si solo buscas beneficios del matrimonio de tu hija, te aseguro que hay acuerdos que resultarían mucho más ventajosos—comentó Melin divertido.

Como abogado y contador de la familia, el hombre de cabellos blancos se veía obligado el discutir el futuro de la finca.

—Oh estoy seguro de que los hay pero nadie puede tolerar el carácter de Arturia, Lord Diarmuid parece ser el único que la comprende—expuso el hombre con irritación.

Sword GoldWhere stories live. Discover now