Capítulo 13 | Casa Solariega

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MARÍA


Uno sabía que estaba cerca de Casa Solariega, cuando la arena del desierto cedía y el pasto comenzaba a alzarse. Bosques de arboles tropicales sin ser tocados por la radiación se alzaban de camino a la ciudad costera.

Finalmente la ciudad apareció, Casa Solariega tenía un millar de casas fabricadas con pedazos de metal y madera. El sonido de las olas golpeando los rompeolas traían una sensación de calma. Sobre la playa las palmeras y las aves marinas. Así como las varias estatuas de santos, santas, vírgenes y cristos que adornaban las calles.

Y sobre una colina yacía la mansión de Casa Solariega; de arquitectura española con blancos muros y columnas romanas , techos cuadrados y una extraña belleza que a María le recordaba el rancho donde había crecido en México. Aquella era la mansión de su tío, Marco Antonio y la ciudad que crecío alrededor de la mansión adoptó el nombre de Casa Solariega.

Aquella era la verdadera ciudad de Los Reyes, y donde se llevaría a cabo la siguiente reunión familiar. Entonces se encontró que a la entrada de la mansión, habían decenas de estatuas de cristos y santos que habían sido desmontados de los autos para limpiarles y orarles. María al instante supo que aquellas estatuas debían pertenecerle a la legión de su tío Fernando y de su primo Fernando II.

Sin embargo, una vez que se cruzaba la reja que dividía a la ciudad de los territorios de la mansión, al instante apareción hombres con trajes ejecutivos y mucho más arreglados. Aquellos eran los guardias personales de su tío Marco Antonio. Y a María le tranquilizaba un poco ver algo de descencia en aquel decadente mundo.

En el viejo mundo, María tenía sirvientes y mayordomos que atendían a cada una de sus necesidades. Marco Antonio había hecho pensar a su familia que era de la realeza y ahora que no quedaba nada más en el mundo, bien podía iniciar en aquel lugar su dinastía.

—Wow, casi pareciese que aquí no cayeron las bombas... —dijo Jose. El muchacho miraba pegado a la ventana al ver la gran mansión que era Casa Solariega.

—Me sorprende que no hayas venido a Casa Solariega primo, después de todo esta era la casa de verano favorita de tu padre. —Le respondió María, de manera mordaz.

Cuando la limosina se detuvo, Sergio abrió la portezuela y ayudó a bajar a María. No es como que ella necesitara ayuda. Pero le parecía un buen gesto de caballerosidad.

Una vez entrando, se alzaban las elegantes columnas de piedra bellamente talladas que sostenían los techos de la mansión. Adornando las paredes con pinturas de oleo sobre las amarillas y brillantes paredes, así mismo habían estatuas de mármol blanco en el fondo y candelabros de cristal que reflejaban la luz en varios colores sobre los pisos de marmol.

—Diablos, ¿esto cuanto ha de haber costado? —Preguntó el Primo José, pero María le ignoró.

Mientras recorrían la mansión la opulencia de los gustos del tío Marco Antonio era palpable. Al pasar por el pasillo que daba a otra sección de la mansión, se podían apreciar los enormes jardines que se irrigaban con aspersores todos los días y una piscina olímpica.

También contaban con un invernadero donde hacían varios vegetales, lo que antes se utilizó para la droga, ahora se utilizaba para otras cosas. La mansión utilizaba celdas solares para generar electricidad.

Si bien la mansión era equiparable a la de alguna celebridad famosa en el viejo mundo, en este nuevo mundo era un digno palacio para un rey; un rey llamado Marco Antoni.

Al terminar el último corredor, se hallaba una enorme puerta tallada con imágenes de ángeles volando. Se trataba de la sala de reuniones de Marco Antonio Reyes. Donde antes se reunía con sus capos de la droga, hoy era a lo que él llamaba su mesa del consejo.

Al abrir la puerta ahí estaban presentes algunos de sus parientes menos queridos, su tío Fernando Reyes; delgado, casi decrepito de rostro enjuto que yacía sentado en una silla de ruedas, quien usaba ropa negra con un collarín blanco, y un pesado medallón de cruz.

El tío Fernando era empujado por su hijo Fernando II: un hombre grande, robusto con los músculos marcados. Fernando II era de piel cobriza y con la cabeza afeitada, con un tatuaje poco usual en el rostro de una enorme cruz.

Fernando II era un hijo de puta y era comandante del brazo armado de su padre, una de las legiones más peligrosas de Tierra de Nadie.

Además de Fernando II estaban sus dos insoportables primas Jesica y Gabriela, hijas de su tía Margarita; quien no solo era una mujer de armas tomar, sino que tenía la red de contactos y guerreras espía más grande de toda Casa Solariega, Las guerreras Adelas.

—¿Dónde está papá? —Preguntó José al ver que Marco Antonio Reyes no estaba. María entendía que su tío Marco Antonio se hacía esperar, después de todo se creía un rey.

—Ya no debe tardar...—Dijo una voz conocida por María. La joven mujer rápidamente se dio la vuelta y entonces vió a su padre; el hombre robusto de piel cobriza que llevaba un tupido mostacho negro con ojos castaños.

¡Papá! —Exclamó María abrazando al hombre. Pedro Reyes era tal vez el más humilde de todos los hermanos Reyes. Era de un corazón bondadoso y un hombre muy familiar que desaprobaba la violencia.

Siempre con una sonrisa y de todos sus hermanos, era el único que tenía cayos en las manos y la tez más oscura de todos. Mientras sus hermanos y hermana dilapidaban el dinero y operaban en el Cartel, Pedro se dedicaba a la siembra y a la recolección de la cosecha. Era un hombre sencillo que apreciaba los pequeños gestos de la vida. El resto de sus hermanos le tenían en una mala referencia, pues les recordaba los orígenes humildes de la familia Reyes.

¡Mija, que bueno que has llegado! —Exclamó su padre abrazando a María. Ella jamás, hubiese permitido que alguien más le abrazara con sus manos sucias, pero en el caso de su padre, María no podía decir que no, ella pensó que probablemente hubiese estado trabajando en la tierra nuevamente. –No sabes cuánto te había extrañado.

—Yo también papá, ¿mamá y Diana también están aquí? —Le preguntó María.

—Así es, ellas están en su habitación. Quería traerlas pero tu tío Marco ha dicho que no podían entrar aquí. —Respondió su padre.

Días de Anarquía: Año 7Where stories live. Discover now