XXXVII

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Apenas había gente por las calles, parecía que aquella noche los bares eran para resguardarse del frío. El cielo estaba tejido de estrellas, le hubiera encantado pasar la noche tumbada bajo su abrigo en algún lugar lejos de cualquier bullicio.

Una vez enviado el mensaje a María no tuvo más opción que aplacar sus miedos y moverse. Tampoco se libró del tercer grado de Julia mientras iban de camino, agradeció que estuviera un poco borracha y no pillase mucho los requiebros verbales que tenía que hacer para no dar más información de la estrictamente necesaria.

Cuando llegaron al umbral y abrió la puerta del local decenas de olores diferentes se colaron por sus fosas nasales: cerveza, tabaco, colonias para todos los gustos y bolsillos... No recordaba haber estado en aquel sitio en ninguna ocasión, no era muy moderno, ni antiguo antiguo, la decoración era algo ambigua, no estaba mal pero tampoco tenía nada de especial, aparentemente.

-No había estado aquí nunca- dijo Julia tropezándose ligeramente a la entrada y teniendo que agarrarse a la rubia para no besar el suelo.

-No te mates anda- agarrándole de la camiseta.

La rubia se paró en un hueco que encontró cerca de la entrada, levantó la cabeza con cuidado buscando algo que le indicase donde estaba la dueña y responsable de los latidos irregulares que sentía en el pecho. Ni rastro, con su altura y la timidez con que estaba mirando se hacia complicada la tarea de encontrar a nadie entre la gente.

-Si quieres nos movemos hasta el fondo- dijo Julia elevando el tono por la música.

Alba se mordió el labio, su cuerpo y su cerebro últimamente eran lo contrario a la armonía. Tras varios intentos sus neuronas motoras parecieron ponerse en marcha y se abrió paso entre la gente.

El volumen de la música no era nada comparado con la batucada de su pecho, podía escuchar sus latidos amplificados retumbarle sobre el pecho, y con cada paso tenía la necesidad de llenar de aire sus pulmones, como si en vez de atravesar un bar estuviera conquistando una cumbre.

-Rubia, que guapa eres- sintió un aliento a ron cerca de su cara, siguió caminando, bastante tenía con no ahogarse en su propia ansiedad como para contestar chorradas.

De repente la vio, allí estaba a unos metros en la esquina de la barra, acompañada de María, y Sabela. Sonrió por dentro, Sabela le caía muy bien, era la típica persona que insuflaba calma sin necesidad de decir ni una palabra.

Sus ojos se cruzaron y agradeció que la iluminación fuera más bien tenue en aquel rincón.

María que también las vio, se adelantó y le abrazo como si fuera un salvavidas en medio del océano.

-Rubia- dijo estrujándola. – Me alegro mucho de verte, me apetecía tanto- aferrándose a su abrazo.

-Y yo a ti, pero me vas a ahogar nena- dijo tratando de respirar entre los brazos de su amiga.

-Oye- dijo susurrándole al oído. – Estamos un poco borrachas, Natalia también, y a veces se pone un poco imbécil cuando bebe, así que si dice alguna tontería no se lo tengas en cuenta por favor, llevamos un día un poco problemática, luego te cuento. -

Alba sintió como algo frío y afilado se abría paso sobre su pecho, ¿a qué venía eso? ¿por qué iba a decir alguna tontería Natalia? ¿se arrepentía de lo que había pasado entre ellas? ¿por qué habían tenido un día problemático? Otra vez sintió la batucada sobre su pecho en plena marcha, esta vez con más fuerza si cabe, trató de calmarse, pero empezaba a no estar tan segura de que aquel encuentro hubiera sido una buena idea. 

La ausencia de la luzWhere stories live. Discover now