6. Los que se odian, se desean

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Nadie sabía nada.

Le pregunté a mis damas quién tenía acceso a mis aposentos y las tres aseguraron que solo ellas y mis guardaespaldas merodeaban por allí por seguridad. Por supuesto, no entré en detalles. Juré que mi preocupación en el asunto se debía a que era bastante estricta con mis pertenencias. En realidad, a un pedazo de mí le preocupaba eso también junto con la posibilidad de que hubiera un espía.

Usualmente correr me distraía de mis problemas, sin embargo, esa mañana no funcionó. Todos los Construidos trotábamos alrededor del edificio del internado para calentar nuestros músculos. A mí me costó dormir, por lo que no paraba de bostezar, y el ambiente húmedo me hacía más perezosa.

—¿Noche agitada? —preguntó Emery, manteniendo el ritmo.

—No, una mañana aburrida.

—Supongo que mejorará al mediodía.

—Siempre creí que el almuerzo supera al desayuno —comenté, casual—. ¿Algún escándalo nuevo que reportaron sus informantes?

Tal vez ella conocía fuentes de información que yo no.

—¿No piensa que es muy temprano para eso?

—El drama carece de horario.

Como si tuviera un sexto sentido, di un pequeño vistazo a mi alrededor por las dudas. Vi a Diego charlando con Cedric igual que yo con Emery. En efecto, él me estaba mirando desafiante y esa vez no aparté la mirada. Él era el monstruo que me enseñaron a odiar y temer, pero lucía tan bien que resultaba tedioso.

Para mi sorpresa, aumentó la velocidad de sus pasos. Se trataba de una invitación a una competencia abierta. Si así iba a jugar, yo no rompería las reglas.

A medida que él corría más rápido, yo lo hacía más hasta que dejamos atrás a nuestros compañeros. Llegó un punto en el que me dolían los pulmones y el sudor en mi frente fue indisimulable. No me detuve. No me detendría a menos de que le ganara.

Aspen aguardaba en el campo de entrenamiento sin mover ni un dedo igual que la mayoría de mis entrenadores. Supe de inmediato que sería la meta. Corrí, corrí y corrí, provocando que la adrenalina usurpara mi cuerpo, no obstante, Diego triunfó por unos segundos.

No me limité a la hora de maldecir entre jadeos y él no disimuló su sonrisa de satisfacción.

—¿Qué? —mascullé con la respiración agitada.

—Sorprendente. Escucho sus latidos desde acá. Tiene un corazón —contestó neutral.

A diferencia de mí que me moría por dentro, Diego se exhibía como un soldado listo para destruir un ejército.

—Le aconsejo que revise sus oídos porque si eso le sonó gracioso, debería ir a un especialista con urgencia.

—Me encanta que le preocupe mi salud.

Su sarcasmo era el fósforo que prendía mi furia.

—Haré que desee estar muerto.

—Seguiré luciendo genial desde la tumba.

—Silencio —ordenó el instructor en simultáneo que el resto de mis compañeros finalizaba el circuito.

Su grito hizo que saliera disparada de la burbuja que me cercaba con el heredero de los Stone.

—Las únicas peleas que tolero son en el cuadrilátero y no están en uno. Mi trabajo es prepararlos para trabajar en el Concejo y no lo harán apropiadamente si están ocupados tratando de matarse entre sí. Natural, controle su temperamento. Stone, baje de su nube que faltan tres años para la graduación. —Aspen carraspeó la garganta de algún modo adivinando mis ganas de ahorcarlo—. Esto va para todos. Harán abdominales juntos mientras dicen cosas positivas del otro.

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