Capítulo 4.

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Al llegar a casa corrí por las escaleras sin saludar a mis padres. Después del instituto, dejé incluso a mis amigas atrás porque necesitaba un poco de intimidad (quería estar completamente sola).

Me tiré en la cama, con los ojos cerrados y sujetando entre mis brazos un pequeño peluche en forma de sol. Lo apreté bien fuerte contra mi pecho, y la relajación fue apareciendo poco a poco hasta que controlé la respiración.

Alguien golpeó varias veces la puerta de entrada. Mi madre invitó a la persona, y oí su risa de fondo. Seguramente era mi padre, que acababa de llegar del trabajo y saldrían los dos a dar una vuelta por el lago de nuestro pueblo.

Di un salto de la cama, necesitaba una buena ducha. Aparté la camiseta de mi cuerpo quedándome con el sostén, cuando la puerta se abrió sin previo aviso o invitación. Unos ojos verdosos que no eran familiares recorrieron desde la curva de mi cuello, hasta el borde del sujetador.

— ¿¡Qué diablos haces tú aquí!? —pregunté ocultándome con los brazos.

El amigo de Wade entró en mi habitación como si se tratara de la suya. Antes cerró la puerta, y quedó detrás de mí, respirando con fuerza. Temblé, y el vello de mi cuerpo se erizó.

—No eres la única chica que veo semidesnuda. Wade y yo nos hemos colado muchas veces en el vestuario de las animadoras —tocó mi piel con su dedo, e inmediatamente me aparté de su lado. —Así que he visto mucho más que un sujetador con relleno.

Apreté los dientes.

—No tiene relleno.

—Lo que tú digas —se apartó de mi lado y siguió una ruta por las cuatro paredes donde dormía, estudiaba y vivía la mayor parte del tiempo. —Tienes diecisiete años... ¿Y aun tienes peluches?

Le quité el oso de peluche rosa palo que sostenía con sus dedos sucios.

Quedó de perfil delante de mis ojos. La verdad es que era un chico que llamaba la atención como Wade; cuerpo grande como buen deportista que era; un rostro atractivo; unos alargados ojos verdosos; labios carnosos; y en sus acaloradas mejillas seguía llevando un número pintado.

— ¿Qué haces aquí?

Fui seca. Lo quería lejos de mi vida.

—Ahora somos un equipo —me guiñó un ojo.

No aguanté más y empecé a reír con todas mis fuerzas.

—Te recuerdo que me estás chantajeando. Así que no hay equipo, porque no somos amigos, y ni siquiera te conozco.

— ¿Te has preguntado por qué tu madre me ha dejado pasar? —seguramente él le mintió. —Ella me conoce.

— ¿De qué?

Eso era muy curioso, aparte de raro.

—Es muy amiga de la mía. Grace.

Aquel nombre.

— ¿¡Eres el chico de los Lowell!?—él asintió. —Solo conozco a tus padres...y a tu hermana mayor.

Cerró los ojos y después se tocó el puente de la nariz. La idea de que no supiera su nombre parecía que le molestaba, y bastante. Volvió a quedar detrás de mí, y tiró de la tira del sostén.

—Jay de Jayden—susurró en mi oído—. Es todo un placer, Kia.

—Kiara.

Corregí.

—Me gusta más Kia —de repente sentí como humedeció mi piel con su lengua. Giré lo más rápido posible, quedando cara a cara a él y lo empujé con todas mis fuerzas. —Cálmate, solo he venido a hablar.

Yo no bromeaba.

—No vuelvas a tocarme nunca más.

Jay refugió las manos en los bolsillos de sus vaqueros destrozados. Se sentó en mi cama, y golpeó el colchón para que me sentara junto a él. La camiseta que estaba en el suelo volvió a cubrir parte de mi cuerpo, y cruzada de brazos lo miré.

No iba a sentarme, no. Realmente no me fiaba de él.

Tenía un plan, un plan que desconocía por completo. Lo más raro de todo es que él era el mejor amigo de Wade. Así que todo era tan extraño, que no sabía que hacer o cómo actuar realmente.

— ¿Conoces a Molly? Seguramente que sí. Es la capitana de las animadoras —a mí ella y todo ese grupo me daba igual—. Hoy es su cumpleaños; 18.

Alcé los hombros.

— ¿Y?

— ¿Cómo que "y"?

— ¿Qué tiene que ver esto con el plan? —Jay se estaba riendo de mí. —Oye, ¿por qué tengo que hacerte caso? Vale que intentes asustarme, pero algún motivo tendrás para joderle la vida a Wade —susurré el nombre del quarterback—, tu mejor amigo.

—Mi mejor amigo —gruñó y se levantó inmediatamente de la cama. —Le odio, y le haré sufrir todo lo que pueda. Así que, muñeca, tú vendrás conmigo esta noche a la fiesta. Fingiremos ser novios.

Estaba loco.

Empecé a reír con desesperación.

Cuando pensaba que era una broma, vi que él estaba serio.

—Por favor...dime que me estás tomando el pelo.

Negó con la cabeza.

—Lo que más le gusta a Wade, es conquistar a una chica que ya está cogida. Si te haces pasar por mi novia, será más fácil que lo tengas cerca, y puedas —tocó lentamente mi mejillas hasta bajar por mi cuello—...ya sabes.

Dejó la frase sin terminar.

No lo entendía.

— ¿El qué?

—Acostarte con él.

Levanté el brazo y con la mano bien abierta golpeé la mejilla que estaba pintada con su número de la suerte. Cerró los ojos, y se tocó la parte afectada. Mis dedos se habían quedado marcados.

—Yo no soy una zorra, ¿entendido? Solo quiero que sufra. Verlo sin amigos, y hundirlo para reírme de él —di la espalda a Jay y abrí la puerta de mi habitación. —Encuentra otro plan, o te quedarás solo. Ahora, por favor, vete.

Sin decir nada caminó hasta la puerta que le había abierto. Antes de cerrarla, él me lo impidió.

—No tienes por qué tener sexo con él —enarcó una ceja—, solo consigue que beba esto, y el plan empezará. —Cogí un pequeño tubo con un líquido azulado que me tendió. ¿Drogas? —Pasaré a buscarte esta noche —miró el reloj—, a las diez. Ponte sexy, muñeca.

Cuando quise decirle que no me llamara muñeca, ya había bajado las escaleras.

No sé porque, pero estaba muy nerviosa.



QuarterbackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora