Capítulo 10.

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Podía sentir entre mis dedos el trozo de cera negra que me había dado Jay. Era fácil escribir su número de la suerte, lo complicado era darle un beso sin sentir nada. Ya no podía engañarme más, los labios de él llegaban a atraerme tanto como los de Wade. Y ese era mi gran problema; se suponía que tenía que odiar a ambos.

El cuerpo de Jayden empezó a acercarse contra el mío disimuladamente, rompiendo el poco espacio que nos quedaba. Miró a un lado de la entrada, después al fondo del pasillo, y al darse cuenta que estábamos solos, me alzó entre sus brazos obligándome a cruzar las piernas alrededor de su cintura.

Una de mis manos tocó ese corto cabello que se colaba entre mis dedos. Seguía con los ojos abiertos, sintiendo como el aire golpeaba detrás de mi nuca. Íbamos tan rápidos, que no podía temer a caerme y rodar escaleras abajo. Cuando el acelerado paseo acabó, los dos nos dimos cuenta que terminamos en mi habitación.

No me soltó, y yo no me dejé caer. Miré más allá de esos verdosos ojos, que no dejaban de contemplarme ante la reacción que estaba teniendo. Apoyó su espalda contra la puerta, aislándonos de mi madre.

Temblorosa presioné la cera negra sobre su mejilla.

— ¿Setenta y cuatro? —Pregunté nerviosa.

Jay sonrió.

—Por favor —confirmó. —Rápido. Después pienso besarte sobre la cama. Llevo días queriendo esto, y ahora que he dado el paso nada ni nadie me detendrá.

Gemí cuando su mano intentó bajar una de las tiras de mi camiseta. Anteriormente ya lo había hecho, pero no reaccioné de esa forma. En ese momento solo acomodé mi barbilla sobre la corona de su cabeza, y acaricié su desnudo cuello sin darme cuenta que lo estaba pintando más allá de la supuesta mejilla.

Mi teléfono móvil empezó a sonar.

Lo ignoramos por completo.

«74»

—Pintar —dije.

—Puedes pintar más tarde, Kia.

—Tú me has pedido que...

Me interrumpió.

—Pintar y besar. Podemos cambiar el orden de las acciones —esos carnosos labios estaban a punto de tocar los míos. En la maldita semana que no me crucé con él, lo odié por haberse aliado con Molly. —Puedo ser el rey en el campo, y el número uno en tu corazón.

Abrí los ojos ante sus palabras.

—En teoría eres el príncipe. Wade es el rey.

Aquello le molestó.

O al menos así lo interpreté yo cuando me dejó en el suelo.

Jayden dio media vuelta. Con sus dedos empezó a arreglarse la enorme camisa que cubría ese cuerpo que ni siquiera me atreví a tocar cuando estaba casi desnudo en mi habitación. Gruñó un par de veces, y cuando terminó de meditar (o mejor dicho de pensar), estiró el brazo hasta coger mi propia mano.

Esa fuerza que sacaba solo salía cuando estaba enfurecido. Miró mis ojos, y al impactar mi pecho contra el suyo, caímos sobre la cama. Unos cuantos cojines cayeron al otro lado, y yo estaba siendo sujetada por sus brazos.

— ¿Piensas en él cuando estás conmigo? —Estaba segura que era una pregunta trampa. Terminó de apretar sus labios.

Lo mejor era responder.

—Pero porque es inevitable.

Presionó mis piernas con las suyas. De alguna forma no tenía escapatoria.

Y de repente lo hizo.

Me besó con fuerza. Manifestando que él estaba allí, y no Wade. Esos carnosos labios que toqué en un par de ocasiones, volvían a rozar los míos. Temblé, y acomodé mis manos sobre su pecho para apartarme. Pero al notar su lengua intentando darse paso al interior de mi boca, un gemido le dio a entender que estaba dispuesta a acceder.

Besaba tan bien...

—Jay...—aguanté un poco más.

—Medio instituto piensa que hemos follado —adiós a la magia del beso. —Y ni siquiera puedo ocupar tu mente durante dos minutos.

Que equivocado estaba.

—Pienso en ti, Jay. Mucho —poco a poco nos levantó. Quedé sentada sobre sus piernas. —Hasta recordé parte de nuestra infancia, Bolita—solté el mote de la nada. —Tienes que saber algo; Si hago todo esto es para vengarme de todo aquel que me hizo daño en el pasado. Y tú, príncipe del campo, eres uno de ellos.

Sus dedos se apretaron en mi cintura.

—Creo que ya pedí perdón por mis errores. Y en este momento hasta estabas gimiendo contra mi boca —y estaba dispuesto a hacerlo una vez más. —Así que Wade no es el único al que piensas hundir.

Él confesó haberme humillado. O mejor dicho, miró para otro lado cuando podía haber evitado mis lágrimas.

Jayden era la llave para estar más cerca del quarterback, y no podía alejarlo de mi lado. Si yo era su oportunidad, él era parte de mi plan. Apartarlo de mi lado tan repentinamente era tirar a la basura todo lo que planeé durante dos años.

—Tú te aprovechas de mí —dije. —Estoy en mi derecho a hacer lo mismo contigo.

Seductoramente enarcó una de sus gruesas cejas.

— ¿Qué propones?

—Quiero acostarme contigo —susurré en su oído.

La carcajada de Jay fue brutal. Parecía que había llegado hasta el piso de abajo.

—Eso tiene una palabra, muñeca —apartó mi cabello. Hasta se atrevió a subir mi camiseta por encima de mi obligo. —Follamigos. El problema es que dices ser mi enemiga, cuando yo no te veo así.

No sé de donde reuní tanto valor para aferrar mis dedos al borde de su azulada camiseta. Hasta se la quité, para lanzarla bien lejos de la cama.

—Entonces quédate con la primera palabra —besé su cuello. Jayden tembló. —Y empieza a demostrarme que puedes ser el número uno.

Otra dulce risa.

Sobre mi pecho izquierdo dibujó un par de números.

74.

—En realidad quiero ser este número —alrededor hizo un corazón, el cual más tarde quitaría con sus dedos—. Dentro y fuera del campo.

El juego estaba a punto de comenzar.

Y Wade lo vería todo.

Estiré el brazo para grabar nuestro encuentro.

«Todos tenemos un secreto»—Pensé cuando empecé a devorar los labios del segundo quarterback.



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