Edith Cushing (2/2)

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La repentina muerte de Eleanor, víctima del cólera, y la terrible tristeza que sumió tanto al padre como a la hija, forzó un lazo único entre ambos. En realidad, Edith daba tanto apoyo emocional a su padre como este a ella. A lo largo de los años, rediseñaron y remodelaron la casa de la familia, pero los dormitorios de Edith y Eleanor permanecieron inalterados. Eran espacios sagrados y quedaron detenidos en el tiempo. A Edith y a su padre les produjo tanto dolor y conmoción la muerte de Eleanor que la sensación les duraría toda la vida. Sin embargo, ella volvería a ver a su madre.


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Edith, a quien ya atormentaba el recuerdo de su madre, tenía diez años la primera vez que el fantasma de su madre la visitó. El suceso la afectó muchísimo. Intentó lidiar con aquel episodio tan extraño, primero con sus dibujos de la infancia y, después, en sus composiciones literarias. Los relatos de Edith no trataban solo de los caprichos del amor, sino que estaban poblados de fantasmas, de espíritus y de todo lo inexplicable. La lectura y la escritura se convirtieron en el refugio que Edith usaba para evadirse del mundo, y su inteligencia la aisló aún más. Su deseo era convertirse en escritora y viajar por el mundo, pero el amor de su padre y las expectativas de la sociedad se convirtieron en una jaula de oro.


Solo un joven fue capaz de darle parte del romanticismo y la distracción que tan desesperadamente anhelaba: Alan McMichael, su amigo de la infancia. Un verano, se dieron un beso. Ella lo consideró un experimento que le valiera como inspiración para sus relatos, para saber lo que sentía al besar a un chico; en cambio, para él fue una sensación que le duró toda la vida. Alan conservó ese recuerdo y siguió enamorado de ella por mucho que pasaran los años. Incluso cuando viajó a Inglaterra para estudiar Medicina, soñaba con ella. Y ella con él, pero no tanto por amor como por celos. Alan estaba viajando por todo el mundo, viviendo su sueño, un sueño que se le negaba a ella una y otra vez. A pesar de su dinero y su posición, Edith se sentía atrapada. Aunque solo fuera una jovencita, sus sed de aventura era insaciable. Llegaba incluso a bromear con su padre acerca de la necesidad de padecer tragedias en una vida que le resultaba la mar de ordinaria.


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Y no tardaría en vivir dichas tragedias...


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La Cumbre Escarlata: Más Allá de la OscuridadWhere stories live. Discover now