La Cumbre Escarlata: Más Allá de la Oscuridad

Thomas Sharpe (1/2)

Thomas Sharpe nació en un entorno cruel. El matrimonio desamorado de sus padres, James William Sharpe y Beatrice, era un arreglo matrimonial beneficioso para ambos. Su magnífica mansión, Allerdale Hall, era un sitio terrible en el que vivir, a caballo entre un museo y un palacio.

Para Thomas, su padre era una sombra, un ruido, un presagio, una persona de disposición brutal, tan aterrador cuando estaba presente como cuando estaba ausente. En una ocasión, tras una sucesión de crueles castigos, James asfixió a su hijo hasta que este se desmayó. Mientras lo hacía, le decía: "Por fin estás muerto. Por fin se ha acabado mi decepción." A Thomas lo crió Theresa, su nodriza. Su madre le daba pavor. Su mejor compañera era su hermana, Lucille, que sufrió una infancia como la suya. La chica siempre estaba cuidando de él, pero su afecto no tardó en volverse malsano. De hecho, ya de niña, la chica intentó darle el pecho a su hermano.

Thomas, que ansiaba compasión masculina, se convirtió en un chico introvertido que rehuía las actividades físicas, varoniles. Su brutal padre lo veía como un delicado que lo decepcionaba como hijo, lo que hacía que el pequeño se volviera más renuente a granjearse a su favor. Acompañaba a su padre a cazar a regañadientes para demostrarle su valía. Una aciaga noche, James se distrajo tras una bandada de urogallos y abandonó a su hijo en el bosque. Cuando lo encontraron, el muchacho estaba herido y enfermo de gravedad. Fue entonces cuando Lucille decidió envenenar a su padre.

Los hermanos Sharpe recibían su educación en el ático. Thomas descubrió que tenía un don para los trabajos manuales y construía para su hermana magníficos juguetes de madera, a algunos de los cuales dotaba de mecanismos, lo que le encantaba. Le fascinaba el equipo de minería que había en Allerdale Hall. Una mañana, se despertó temprano porque oyó gritos en los pozos de arcilla. Unos mineros habían muerto en un accidente, varios de los cuales eran niños de su edad. Los cadáveres estaban cubiertos de arcilla roja y los habían dejado sobre la nieve como si se se trataran de ángeles ensangrentados. La imagen le pareció, a un tiempo, de lo más triste y, por raro que parezca, emocionante. Un día, Lucille le contó que las almas de los mineros seguían vivas en las grandes polillas marrones que atestaban el ático, y que los observaban...