16. Todos los amantes mueren

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Resoplé, parada en medio de la muchedumbre de hombres y mujeres bailando. Mi ceño se frunció al percibir como unos dedos intentaban jugar con los míos sin sostener mi mano. Volteé con ligereza y sonreí al descubrir su identidad.

―¿Dónde habías estado? ―quise saber, casual.

―En una reunión familiar de emergencia.

Tanto Diego como yo estábamos de espaldas el uno del otro, en posiciones opuestas y sin poder observarnos. Únicamente lo que nos mantenía cerca eran las caricias disimuladas de nuestros dedos. Teníamos que disimular, evitar que se dieran cuenta o las consecuencias serían terribles. Las semanas posteriores al fallecimiento de Matilde Farley, su madre, él fue recuperándose poco a poco. Los asuntos como las muertes, no debían afectarnos porque aferrarse a personas, sentir estaba prohibido, por ello evitaba mostrarlo a los demás. Pese a ello, no se ocultaba de mí, recurrió a mi apoyo cuando sucedió y fue un gesto bonito.

―¿Y tú?

―¿No lo viste? Tuve que bailar con Black. Me sentí como una muñeca de feria, más de lo habitual.

―¿Y de qué hablaron? ―indagó Diego.

―En realidad, me invitó a cenar ―confesé. Él no dijo nada, en su lugar oí un bufido de su parte, y vino una sospecha a mí. Hacía bastante decidimos ser exclusivos respecto a nuestra enemistad con beneficios―. Diego Stone, ¿estás celoso?

―Por supuesto que no ―negó. No se lo creía ni él mismo―. Tú puedes hacer lo que quieras y bailar con quien quieras, y yo no tengo por qué decir nada. Confío en ti. Además, si tuviera que preocuparme por cada persona que se fijara en ti, me volvería loco porque en ese sentido eres una especie de peligro para la sociedad.

Me pareció irónico viniendo del chico que atraía tanta atención de la multitud como el futuro rey de toda La Nación. Diego perfectamente podría ser uno de los causantes del calentamiento global o ayudar a calentar el infierno si un día se enfriaba.

―Menos mal que estoy en tus manos ―declaré, mordiéndome el labio inferior para no sonreír.

―¿Ves? Una oración y ya me tienes.

―Entonces, eres muy fácil de seducir.

―Solo cuando se trata de ti.

―Aunque, ¿cómo piensas seducirme a mí?

―Kay.

―¿Sí?

―¿Quieres ir a leer más tarde?

―El hecho de que sepas eso, seguido por muchas otras razones, es por qué me dejaría seducir por ti ―afirmé con diversión―. Y no tengo idea de qué estás esperando para llevarme a tu habitación.

―Espero a que termine la fiesta.

―Madre ―mencioné a propósito, dando un paso hacia delante y distanciándome de Diego.

La diversión se acabó.

―¿Qué te dijo?

―¿Quién?

―¡Wesley Black! ¡Debes poner más atención, Kaysa! ―clamó Nora.

―Lo siento, pero no es tan comunicativo como usted espera ―mentí.

―Stone ―le nombró mi madre con puro desprecio. Maldije para mis adentros. No era una buena señal. Diego se vio obligado a encararla―, ¿no debería acompañar a su padre? Debe estar ocupado con su situación.

No entendí a qué se refería. La mala cara de Diego fue reemplazada por una sonrisa falsa. Sabía que la estaba pasando tan mal como yo.

―Usted debe ser Nora... ―intentó presentarse.

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