Capitulo 3: Elisabeth

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El pitido de mis oídos venía acompañado con voces que provenían de flashbacks, las imágenes estaban borrosas en mi cabeza, una tras otra llegaban sin parar, quiero recordar todo pero no puedo. Una lágrima descendió por mi mejilla cuando abrí los ojos, la luz de un fluorescente se colaba por la tela negra que llevaba puesta en mi cabeza y en aquel momento supe que estaba viva. Entonces solté el aliento agradecida de seguir viva hasta que oí a alguien organizar unos papeles, subí la cabeza hacia arriba aturdida sintiendo como me pesaba, todo me daba vueltas, sentía como si un camión me hubiese arrollado el cuerpo una y otra vez. Observé un hombre entre los pequeños agujeros de la bolsa, estaba callado y organizando unos pocos papeles que faltaban por recoger. Comencé a recuperar los sentidos de mi cuerpo cuando mis muñecas rozaron las esposas que tenía puestas, apenas podía mover los dedos con lentitud cuando toqué la comisura de la camiseta.

—Por favor. —Escuché una voz grave y bastante calmada proveniente del hombre que organizaba los papeles.

Sentí como alguien se acercaba a mi dando zancadas, su mano agarró la bolsa que tenía puesta en la cabeza y la retiró con brusquedad sintiendo como varios mechones golpeaban mi rostro. Cerré los ojos de inmediato, demasiada luz, estaba cegada por completo. Vi al hombre al poco de recuperar la vista, aparentaba la edad de unos cuarenta años, con alguna arruga en la frente y alrededor de su boca, tenía una barba gris que hacía juego con su pelo canoso que intentaba ser disimulado con unos escasos mechones de color castaño, sus ojos azules oscuros se posaron sobre mi rostro mientras mantenía una apariencia seria, su forma física era cuidada y recta, llevaba puesto un traje de camuflaje de color negro y un colgante militar con una fecha y un nombre que no alcancé a ver bien. Después de analizarnos mutuamente, me detuve a observar mi cuerpo intentando notar algún moretón o daño, mis pantalones largos grises impidieron verme las piernas, mientras mis pies estaban ligeramente sucios.

—Bienvenida Elisabeth Stuart. —Comenzó, sorprendiéndome de que supiese mi nombre.

Me quedé callada, mi garganta estaba seca así que al intentar relamer mis labios sentí el peculiar sabor de la sangre, el escozor no tardó en aparecer.

—Por favor, tráigale un pañuelo. —Ordenó sin apartar la mirada de mí.

Aparté la mirada de él, era espeluznante, tenía que averiguar dónde me encontraba, aunque lo único que podía ver era una habitación con un gran cristal opaco que me reflejaba en él. Había una mesa de metal y las dos sillas negras en la que estábamos sentados él y yo. Los azulejos blancos me recordaba a los interrogatorios policiales y por un momento me acordé de mi padre.

—Te hemos sacado una muestra de sangre a las pocas horas de que llegases a nuestras instalaciones y... —Antes de que acabase le interrumpí inconscientemente.

—¿Dónde está mi padre? —Pregunté con voz ronca mientras uno de los hombres de negro dejaban los pañuelos al lado de una bandeja llena de gasas con agua y alcohol.

—Si me permites, me gustaría explicarte porqué estás aquí. —Ladeó la cabeza alzando las cejas como si quisiera que le dé algún tipo de consentimiento aunque no le hizo falta para empezar. —Elisabeth, soy el superior Eric, uno de los jefes de la base Odón. —Dijo levantándose de la silla para sentarse en frente de mí pero antes de hacerlo sacó una llave de su bolsillo, me la mostró y al cabo de unos segundos procedió a quitarme las esposas mientras seguía hablando. —Hace unos meses... tu padre estaba patrullando en uno de los barrios más ricos de Dallas, en ese momento uno de mis hombres estaba asaltando una casa de ricachones que nos debían bastante dinero. —Al sentir mis muñecas libres las miré por un segundo viendo lo rojas que estaban. Después seguí con la mirada sus manos que se ponían unos guantes quirúrgicos. —Lo que ocurrió es que la esposa hizo una llamada de treinta y cinco segundos. Como sabrás, treinta y cinco segundos es suficiente para tener a un arsenal de patrullas a punto de pistola esperando en la puerta... —Mojó la gasa ligeramente en el agua sin perder el tono serio.—Cuando nuestro hombre se dio cuenta del grave error, los nervios atacaron cada parte de su cuerpo, matando a toda la familia con tal de conseguir el objetivo, calculó el tiempo, aún podía salir de allí con éxito, no iba a estar exento por los errores cometidos pero aún seguiría vivo. —Tragué saliva lentamente al sentir la gasa rozando mi labio inferior.—Pero ya sabes como es la vida, está llena de sorpresas, siempre tiene un as en la manga escondido esperando a que hagas cualquier movimiento para joderte vivo y ese as era un agente que patrullaba casualmente muy cerca de la vivienda, en menos de veinte segundos estaría en la puerta a punto de entrar sin temor a lo que podía enfrentarse, y lo hizo. —Mi piel se erizó con cada palabra al saber que estaba hablando de mi padre. —Cuando nos llegó la información de que un simple agente de policía había detenido a uno de nuestros criminales sentí la necesidad de descubrir más sobre la vida de este gran héroe antes de matarlo, pero como ya dije antes, la vida puede joderte o simplemente presentarte oportunidades que si eres listo sabrás aprovecharlas —Noté la pequeña sonrisa que intentó disimular, era una satisfactoria —esa oportunidad era sorprendentemente una chica, la única hija del héroe —Dejó la gasa llena de sangre en la bandeja para mirarme con depravación.—Elisabeth Stuart. —Dijo mi nombre analizándome. — Veinte años de edad, solitaria, sin amigos y sin familia existente aparte de un padre, la oportunidad perfecta hecha de carne y hueso, a punto de salvar las cuentas pendientes que sin querer el padre pasó a su cuenta. —Fruncí el ceño confundida ¿cuentas pendientes? —Tu padre nos expuso, y para ser una de las bases que pertenecen al alto rango, era una vergüenza la forma en la que por un simple fallo estábamos a punto de estar en el punto de mira de todos los telediarios ¿sabes que significaría eso? La ruina. —Su rostro se puso a centímetros del mío, no pude evitar tensarme. —Entonces apareciste tú, salvándonos a todos, hasta a tu padre. —Volvió a mojar una gasa esta vez de alcohol y por un momento sentí sus fríos dedos rozar con mi cuello cuando hizo el intento de apartarme el pelo hacia atrás. —Recuerdo cuando di la orden al francotirador para que disparase a tu padre, un segundo, eso fue lo que le salvó. —Mis ojos se llenaron de lagrimas al imaginármelo. —Me comunicaron que se había interpuesto una mujer, en ese momento el francotirador te estaba apuntando a ti, casi mueres y ahí, me di cuenta de quién eras, entonces comencé a atar cabos y el mundo se alineó a mi favor, cuando todo estaba jodido, lo arreglaste tú interponiéndote. —Hice un ruido de escozor cuando sentí la gasa presionándome en la herida que tenía en el cuello. —Pensé ¿de qué me serviría matarlo? ¿de qué les servirían a los sargentos su muerte si es un simple agente miserable? Entonces dije ¿por qué no utilizar a su hija como comodín? Pero antes debíamos asegurarnos de que nos serías útil, tres meses. —Dijo limpiándome la herida sin despejar los ojos de mi cuello. —Tres meses me dieron para poder investigarte y ¿sabes cuándo me di cuenta de que nos serías útil? Cuando te diste cuenta que uno de nuestros hombres te seguían, por supuesto, él debía hacerlo, era una orden, pensé por un segundo que no te darías cuenta y que lo guiarías hasta tu casa inconsciente de la situación, hasta que empezaste a ir por diferentes callejones de la ciudad hasta llegar a un bar club, te adentraste en él y saliste por la puerta de atrás, en vez de salir corriendo cuando tuviste la oportunidad, le esperaste a un lado de la puerta y cuando salió le atacaste sin ningún tipo de arma, allí me di cuenta que tu padre hizo un buen trabajo enseñándote defensa personal, cuatro minutos y cuarenta y siete segundos, ese fue el tiempo que tardaste en dejarle inconsciente.

JUEGO DE TRAIDORESWhere stories live. Discover now