Capítulo 30: Elisabeth

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Me encontraba en los vestuarios sentada en un banco de madera. Los chicos estaban a mi alrededor. Juan estaba a mi derecha dándome un masaje en los hombros, Jay estaba a la izquierda recordándome los pasos claves, Alexis estaba de cuclillas apoyado en las rodillas de Jay y Leo estaba en frente de mí apoyado en una de las paredes de brazos cruzados observándome sin decirme nada. El vestuario apenas tenía luces y algunas de ellas estaban fundidas, el frío no ayudaba en nada, hacía que tiritase aún más. Mis nervios invadían todo mi cuerpo, hoy era el día, apoyé los codos sobre mis rodillas pasándome las manos por la cara, cerré los ojos mientras mantenía la cara oculta entre las palmas de mis manos. Se oía el público de fondo, pensaba que iba a ser algo más íntimo, pero decidieron invitar a más de la mitad de la base para que aprendieran lo que no debían hacer. Lo que no sabían es que esto hacía que mis nervios aumentaran aún más, sentía los latidos de mi corazón ir demasiado rápido. Dejé de escuchar los consejos de Jay y de Juan, estaba demasiado nerviosa, no paraba de temblar. El top negro y los pantalones para entrenar grises que llevaba encima no ayudaban a calmar el frío de mi cuerpo. La coleta alta que me hice estaba demasiado apretada, hacía una presión en la cabeza, seguramente también sea mi subconsciente que me recordaba las dos palabras que más me hacía replantearme si era buena idea seguir adelante, "no puedes". Oí unos pasos, al sacar mi cara de entre mis manos miré el reloj, ocho y media de la noche, el combate estaba a punto de comenzar.

—Es la hora.

Me ruboricé al escuchar a Juan, exhalé sacando todo el aire que había retenido en mi interior, me impulsé y me levanté. Todos estaban observándome, sabían en que locura me había metido. Miré a Juan, ambos asentimos cerrando los ojos al empezar a avanzar. Saliendo del vestuario un largo pasillo me esperaba, los chicos estaban detrás de mí dándome ánimos. Mis oídos parecían haber dejado de funcionar, solo podía escuchar a mi corazón y a mi respiración alterada. Mis pies estaban seguros, debía convencerme de que había luchado y entrenado demasiado como para ahora estar insegura y pensando que no sería capaz de ganar, lo había dado todo, he entrenado hasta quedarme exhausta para que llegue este momento.

Mis pies giraron a la izquierda y me paré en seco. Un foco me paralizó. A la gente se la podía escuchar aún más, estaban gritando y silvando. Cogí aire y avancé, al traspasar la puerta que daba al pabellón me quedé sin aliento. Las gradas de arriba estaban llenas de gente y las de abajo estaban llenas con bancos en fila con gente sentada. Un gran paso se abrió entre la multitud que estaba alrededor del ring. Miré hacia un lado y vi al superior Eric cruzado de brazos, ladeé la cabeza y seguí con mi camino. Al pasar por al lado del ring vi a Claudia dentro del cuadrilátero pegando algunos puñetazos al aire mientras la gente la animaba desde abajo. Su entrenador le decía algo serio mientras ella mantenía la mirada en un punto fijo, tardó poco en parar y observarme, luego observó a los chicos. Vi cómo deseaba matarme, se acercó a las cuerdas apretándolas con fuerza, sentí cómo las manos de Juan se dirigían a mis hombros. Miré a Leo que parecía estar tan nervioso como yo. Antes de subirme al ring me despedí de los chicos con un saludo de manos y un choque de hombros, pero antes de despedirme de Leo me cogió por los hombros y me miró fijamente.

—Estás lista para esto ¿entiendes? no dejes que te intimide.

Asentí varias veces antes de darle un abrazo con rapidez. Subí los tres escalones que habían, aparté la cuerda central del ring para que pudiera entrar. Miré por última vez hacia atrás viendo a los chicos en el primer banco sentados observándome mientras me deseaban suerte. Luego giré la cabeza observando al superior Eric que no tardó en asentirme lentamente, asentí varias veces para luego dirigir una mirada al árbitro. Vi las manos del árbitro levantadas señalándonos a ambas para que nos acercáramos, inhalé por la nariz dando el primer paso hacia delante. Observé su top negro y sus pantalones negros, sus trenzas de raíz, parecía haberse quitado sus uñas de gel. Ambas nos mirábamos con cierto odio mientras el árbitro nos explicaba que cada asalto iba a durar cinco minutos y que cuando sonaba la bocina ambas debíamos parar de dar golpes si no queríamos ser descalificadas. Antes de que se fuera nos deseó suerte retirándose. Ambas asentimos a forma de saludo. Un superior colocó sobre una mesa un reloj grande digital con la cuenta atrás de treinta minutos en números rojos, cada cinco minutos se pararía dejándonos dos minutos de respiro. Cada vez se notaba más la tensión en el aire.

JUEGO DE TRAIDORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora