32. En otro tiempo

23.8K 2.7K 2.9K
                                    

Los recuerdos eran escenas que la yo actual veía como una espectadora en mis propios ojos. El primero que vi pertenecía a diez años atrás. Estaba dentro de un carruaje con mi padre. Yo apenas tenía siete, carecía del flequillo y jugaba ansiosa con las mangas almidonadas de un tierno vestido mientras que Albert lucía un poco más joven y con una expresión más paciente.

―Papá, ¿a dónde vamos?

―Ya lo sabrás ―confirmó Albert, observando a través de la rendija y el coche se detuvo―. Mira, hemos llegado.

Con ayuda de mi padre, logré bajar y poner los pies en un jardín familiar y amplio. La estructura del castillo tal cual lo conocía se alzó frente a mí. El sol brillaba gracias a la primavera en la primera ocasión que salí de la Mansión Natural. Atravesamos el camino hecho de asfalto hasta encontrar a unos metros del estacionamiento a dos niños vestidos con ropas naranjas acompañados por dos mujeres desconocidas y el hombre que reconocí como Félix.

―Prométame que no sufrirá ―le pidió Albert a una de las mujeres vestida de rojo, quien compartía los ojos marrones y un cabello ceniza rizado similar al del niño a su lado―. Saben qué pasará si la lastiman.

―Tranquilo, Albert, si es obediente nada le sucederá ―contestó Félix observándome inquieto. Permanecí en silencio―. El proyecto es seguro.

―No olviden que no solo es mi hija. Deben guardar bien el secreto o jamás volverán a verla.

―Tienen un destino más importante, recuérdelo ―replicó la otra mujer, cuyo pelo rojo opaco destacaba en contraste con el vestido negro que portaba, y llevó su mirada al otro niño de cabeza pelirroja y ojos verdes. Él parecía mayor que yo, al menos de unos doce años―. Mi hijo también está en esto.

―No me hable como si nada, Mary, sabes que él le está robando su verdadero lugar ―dijo mi padre molesto.

―Eso es porque usted no es más que un cobarde. Tendrán el compromiso después de todo. Es mejor que se conozcan desde ahora para hacer más sencillo el proceso y este proyecto es un medio para enlazarlos.

―Por favor, no quieren discutir ahora. Henry ya está en la reunión. Falta su firma para comenzar ―informó la otra mujer.

―Hija mía. ―Albert se agachó para alcanzar mi altura―. Te quedarás con ellos entre tanto discutimos acerca de cosas importantes ―ordenó antes de marcharse junto con los demás.

―Este es un regalo de bienvenida ―se adelantó a decir el niño pelirrojo, extendiéndome una rosa negra―. Soy Wesley.

―Gracias. Me llamo Kaysa ―me presenté, aceptando el obsequio por cortesía sin saber que años después me enviaría una cada día mientras estaba encerrada en la misma prisión que él―. ¿Quién eres tú?

―Howard ―respondió el otro niño, analizándome con el ceño fruncido.

―No tienes cara de Howard.

―¿Y quién eres tú para decidir de qué tengo cara?

―Eres gracioso. Grosero, pero gracioso. ―Sonreí―. ¿Tienes segundo nombre?

―Lucien.

―Decidido. Te llamaré Lucien.

―No es justo. ¿Tú tienes uno?

―Es Rose. Nadie me dice así. No me gusta.

―Te diré Rose.

Curioso. A pesar de haber olvidado conocer a Red, lo seguí llamando Lucien. Supuse que no lograron borrarlo completamente de mí.

El siguiente recuerdo vino muy rápido. Era a siete años del presente. Todavía éramos niños jugando en el palacio. Yo leía Alicia en el país de las maravillas por Lewis Carroll sentada sobre una manta de pícnic frente al laberinto de setos. De allí, entraban y salían Lucien y Wesley. Había estado visitando el lugar dos veces por semana y me prohibieron divulgarlo.

ConstruidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora