treinta y nueve

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Pasamos la tarde entre risas y bromas. Cuando nos despedimos, regresé a casa. Me encontraba viendo una peli cuando alguien me tapó los ojos con las manos. No fue algo brusco, pero me pequé tal susto que golpeé a la persona con el codo.

-Auch, Canaria, no seas tan agresiva- dijo Miriam sobándose la barbilla.

-Perdón, perdón, es que me has dado un susto de muerte.

-No pasa nada, por lo menos sé que sola estás a salvo. Menudo golpe- dijo mientras se sentaba a mi lado.

-Lo siento, ¿me perdonas?- dije poniendo un puchero.

-Anita, Anita, en circunstancias normales, no me podría resistir a esa carita, sin embargo, en este momento anhelo una cosa fervientemente- dijo tumbándose en el sillón dramáticamente-. Así que, si quieres ser perdonada por esta bella dama- dijo señaládose- deberás superar una prueba.

-A ver, bella dama, ¿qué debo hacer para que su noble persona perdone a una servidora?

-Debes superar la prueba del beso.

-¿Y en qué consiste dicha prueba?

-Debes besar estos preciosos labios- dijo señalándose la boca-. A continuación su beso será juzgado por mi noble persona y si pasa la prueba, será perdonada; sin embargo, si no la pasa tendrá unas consecuencias terribles que ninguna otra persona a sido capaz de soportar- dijo sentándose y mirándome de forma malévola.

Me levanté, me senté en sus piernas mirándola de frente y pasé los brazos por detrás de su cabeza. Me fui acercando lentamente mientras ella ponía sus manos en mi cadera.-Espero superar la prueba- susurré contra sus labios segundos antes de besarla. Era un beso dulce, tranquilo, un beso que transmitía AMOR.

-¿Y bien?

-Señorita, ha superado usted la prueba con creces- dijo para continuar besándome.

Continuamos besándonos calmadamente, pero a medida que pasaba el tiempo, comenzamos a subir el ritmo de tal forma que nuestros labios arremetían unos contra otros y nuestras lenguas libraban batallas por ganar el control del beso.

Me levanté y tiré de Miriam incorporándola. Seguimos besándonos apasionadamente mientras nos dirigíamos a mi habitación. Me senté en la cama y senté a Miriam encima de mí. Comencé a besarle la mandíbula y bajé por su cuello hacia su escote. Entonces, me di cuenta de lo que estaba haciendo y me asusté. Miriam lo notó.

-Canaria, tranquila- dijo dándome un pico- No pasa nada, si quieres hacerlo, por mí está genial y si no quieres, también está genial.

-Si quiero- dije mirándola fijamente- pero tengo miedo. Tengo miedo de no hacerlo bien, de que no te guste y me dejes de querer.

-Cariño, estate tranquila, yo te voy a amar siempre, pase lo que pase, te lo aseguro. Te amo por tu forma de ser, por tu inteligencia, tu madurez, tu cuerpo, tu belleza, tus sentimientos... Te amo por ser tú y no por lo que hagas o no en la cama.

-Yo también te amo- dije dándole otro pico.

- No se trata de ser una diosa del sexo, se trata de ir aprendiendo juntas, de amar nuestros cuerpos y de amarnos entre nosotras.

Me perdí en su mirada y empezamos a besarnos otra vez, la intensidad había desaparecido, era un beso lento, un beso en el que nuestras lenguas en vez de luchar por el control, danzaban un vals. Las manos de Miriam me quitaron la camiseta mientras sus ojos iban acariciando mi torso. Cuando estos llegaron a mi pecho, me puse un poco nerviosa, mas cuando ella comenzó a besarlos por encima del sujetador, me tranquilicé al instante. Sus manos volvieron a mi espalda, concretamente al broche de mi sujetador. Me pidió permiso con la mirada para retirarlo, permiso que le di al volver a besarla. Después de besarnos un rato, ella comenzó a besar mi mandíbula, mi cuello, mi clavícula hasta llegar a mis pechos. Una oleada de placer llegó hasta mi vientre, una oleada que me pilló por sorpresa provocando que un sonido saliese directamente de mi garganta sin que pudiese hacer nada por evitarlo.

-Me encanta como gimes- susurró Miriam en mi oído, consiguiendo que soltase otro gemido.

Volvió a besar mis pechos, mientras sus manos acariciaban mis brazos y mi torso. Cuando estas llegaron a la cinturilla de mi pantalón, su mirada volvió a pedirme permiso para retirarlo, permiso que le di levantando la cadera.

Cuando terminó de quitarme los pantalones, nos volvimos a besar, pero esta vez decidí tomar la iniciativa y me puse encima de ella para repetir el mismo proceso que ella había llevado a cabo conmigo. Le quité la camiseta y el pantalón y comencé a besar todo su cuerpo, comencé por sus piernas hasta acabar en sus labios saltándome por el camino sus zonas más íntimas. Cuando terminé, mis manos se dirigieron al broche de su sujetador y esta vez, fui yo quien le pidió permiso para retirarlo, permiso que no tardé en obtener.

Comencé a besar sus pechos con cariño mientras los acunaba con mis manos. Ella, mientras, acariciaba los míos haciendo que pequeñas olas de placer se extendiesen por mi cuerpo. De repente, ella soltó un gemido y puedo jurar que dicho sonido, junto con su risa, eran los más hermosos del mundo entero.

Sus manos descendieron por mi vientre hasta mis bragas a la vez que las mías llegaban al mismo sitio. Nos miramos a los ojos otra vez. Y otra vez me perdí en su profunda mirada. Nos quitamos las bragas sin separar nuestras miradas. Miriam dirigió su mano hacia mi intimidad y cuando llegó, no pude hacer otra cosa que soltar un gemido de todo el placer que estaba sintiendo. Nos dimos la vuelta, colocándose ella encima. Comenzó a mover sus dedos de tal forma que el placer iba aumentando. Hasta que llegó a un punto concreto que hizo que soltase un gran gemido. Ella sonrió con suficiencia.

-Canaria, creo que he encontrado tu clítoris- dijo mientras volvía a pasar su dedo por ahí provocando que volviese a gemir.

Continuó estimulando mi centro con su pulgar mientras su índice se dirigía hacia mi entrada. Volvió a pedirme permiso con la mirada, permiso que le volví a dar mediante un beso. Sentí como rompía mi himen, al principio dolió un poco; sin embargo, el dolor se pasó casi al instante dando paso a la excitación. Esta iba aumentado por momentos, hasta llegar a un punto en el que estallé soltando grito mientras olas de placer se extendían por todo mi cuerpo dejándome exhausta.

Después de recuperarme, comencé a besar a Miriam y mientras estimulada su pecho con una mano, la otra la dirigí hacia su vulva. Cuando llegué a ella, las dudas me volvieron a asaltar. ¿Y si lo hacía mal? ¿Y si no le gustaba? Miriam se dio cuenta de ello y me tranquilizó susurrándome- Canaria, te juro que me está encantando todo lo que estás haciendo. Si paras ahora, me vas a matar de la excitación.- Eso me dio la valentía necesaria para continuar. Comencé a acariciar sus labios mayores y cuando llegué a los menores, soltó un sonoro gemido. Continué abriendo sus labios menores y cuando llegué a un bulto que había en la punta de estos, gimió de tal forma que hizo que se me erizara la piel.

-Me parece a mí que también he encontrado el tuyo- susurré en su oído provocando que soltase un suspiro de placer.

Continué estimulando su clítoris mientras pasaba la otra mano de sus pechos a la entrada de su vagina. La miré pidiendo permiso y lo obtuve en forma de beso. Cuando penetré su entrada, me encontré con una tela fina, la cual traspasé con cuidado. Miriam gimió de dolor haciendo que me separase al instante.

-Perdón, perdón, lo siento- dije asustada.

-Canaria, no pasa nada, no ha sido para tanto- contestó Miriam pasa seguir besándome. Dirigió mis manos hacia su intimidad y susurró- Continua, por favor.

Volví a estimular su clítoris mientras la penetraba. Comenzó a arquear el cuerpo buscando más contacto. Cada vez soltaba gemidos más altos y más frecuentes, dándome a entender que lo estaba haciendo bien. En un momento dado, gritó mi nombre y se desplomó con la respiración agitada.

Me tumbé a su lado y la abracé.

-Ha sido increíble- dijo Miriam mirándome a los ojos.

-Me ha encantado Amor- contesté dándole un pico.

-Te amo.

-Y yo.

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