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9. Villanos del reino

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Regla número uno para sobrevivir: ignorar todas las reglas.

Las decisiones que un ser humano tomaba cambiaban si alguien se encontraba entre la vida y la muerte. Por ejemplo, en mi vida diaria seguía fielmente las normas mientras los demás las siguieran al pie de la letra también, pero las cosas pasaban de un extremo a otro cuando me topaba con el peligro. En ese momento me hallaba rodeada de ellos, es decir, de los herederos de los otros clanes.

—Ahora vamos a ver si todo lo que dijo es cierto —espetó Diego, claramente refiriéndose a la enorme montaña de amenazas que le había regalado a lo largo de nuestra convivencia.

—Yo no miento —respondí y me apresuré a añadir algo que fuera verdad—. Al menos no con eso.

Lo gocé. En cuanto anunciaron el inicio del reto dentro del entrenamiento, mis compañeros se dispusieron a trepar a toda velocidad con ayuda del equipo de escalada. Yo no reaccioné de inmediato. Mi temor por las alturas me lo impidió. Un terrible y adrenalínico desasosiego se extendió por mis extremidades, escarbando y anidando en ellas. No estaba segura de poder conseguirlo.

La ley suprema que prohibía los sentimientos y, por consiguiente, las emociones retumbó en mi cabeza. Así que, no debería temer.

En el pasado la gente creía que los sentimientos era lo que los hacía humanos. Eso era mentira. Lo que convertía a la humanidad en la humanidad era la capacidad de pensar. De ahí saqué las estrategias de mis compañeros y repetí mi proceso mental para adivinar sus próximos movimientos con tal de obtener una sensación de control. Funcionó tras unos instantes.

Por otro lado, Finley tampoco estaba logrando subir. Cada vez que lo intentaba, caía por falta de fuerza y otros factores que no iba a mencionar. Parecía frustrarse más con sus intentos fallidos.

—¡Mierda! —maldijo él y de inmediato viró con timidez para ver si alguien lo había oído—. Esto es imposible.

—No lo es —le comuniqué a través de la distancia.

Elegí suponer que no lo era.

—¿Por qué no está subiendo?

Porque me aterraba hacerlo, respondí en mi mente.

Tuve que mentir.

—Porque quiero darles un poco de ventaja.

Finley aterrizó en la tierra, fatigado.

—En ese caso, yo hago lo mismo.

Vi a los demás y tragué saliva. Se estaban alejando demasiado. Posponer lo inevitable ya no serviría.

Por más que percibía las diversas presiones de lo que ese entrenamiento implicaba, tenía que tomarme mi tiempo o ni siquiera llegaría a la mitad del muro. Respiré profundamente y me aferré a la cuerda con fuerza con la intención de tirarme un poco para atrás, apoyar los pies contra el muro y ponerme en la posición adecuada. Si yo no enfrentaba mis miedos, nadie más lo haría por mí.

—La cuerda no es un salvavidas. Su fuerza es un desperdicio si no la reparte con el resto de su cuerpo. Esa es la clave —le aconsejé a Finley, quien me escuchó agradecido, y me fui para continuar con mi camino.

Me costó un poco al principio. Después de que me esforzara para olvidar que abandoné mi un lugar seguro para que trataran de atacarme, obtuve la valentía para emplear mis habilidades y aventurarme a cumplir el reto.

A pesar de que empecé unos segundos más tarde, no tardé en seguirle el ritmo a mis competidores y participar en los ataques que comenzaron mucho antes.

El largo de la cuerda nos permitía desplazarnos lo suficiente para desatar la agresividad sin enredarnos. Diego estaba muy por encima de la mayoría, por ende, no recibía envites. Aunque Emery lucía como una muñeca, era letal. Cedric esquivaba sus arremetidas con temor y risas ocasionales. Prudence escogió refugiarse en la paz al no enfrentarse con nadie y alejarse de todos para subir sola, sin embargo, Ivette cruzó por el muro para deshacerse de ella. Las "alianzas" desaparecieron en un chasquido.

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