Busquemos soluciones

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Nicolás.

-Oh por dios, en unos días voy a tener que sacar mis cosas y no voy a tener a donde ir. Ya puedo verme en la calle con las maletas y mi lámpara -chilla Magda, agarrándose la cabeza. Estiro mi brazo y le acaricio el hombro, sin saber qué hacer. No hay mucho que yo pueda hacer para reconfortarla.

-No te pongas así, si quieres te ayudo a buscar departamento -le digo, pensando rápido una solución-. Justo te iba a invitar a tomar un café. Podemos ir al Cibercafé y buscamos opciones.

Magda se limpia una vez más con el pañuelo y me mira con los ojos rojos y las pestañas húmedas.

-Sí, podríamos. Gracias.

-No se diga más.

Enciendo el motor y salgo del estacionamiento. En el viaje intento animar a Magda, mientras pienso en cómo decirle lo que tenía preparado.

El café se encuentra bastante concurrido y asumo que se debe al horario. Por suerte, suelo ir seguido desde mis años en la universidad y me hice buen amigo del dueño. Travis siempre fue considerado como un loco en su familia, una persona que tenía ideas ridículas e inventaba excusas para no ir a estudiar abogacía y seguir la tradición familiar. Pero para mi siempre fue un visionario, plantado bien firme respecto a sus ideales y deseos. Fue así como él fue el único que logró ver que aquel depósito de chatarra que estaban rematando por dos centavos podía ser un buen sitio para que la gente vaya a disfrutar de un delicioso café caliente mientras navegaba por internet. Claro que no hubiera conseguido el sitio de no ser por uno de los contactos de su padre que logró meterlo en el remate. Pero ahora puede disfrutar de hacer lo que quiere, y la verdad es que lo hace de maravilla.

Le hago señas desde la puerta y sale de atrás del mostrador, tras decirle algo a una de las empleadas. Ella asiente sonrojada y se marcha. El maldito tiene demasiado encanto y debo reconocer que es bien parecido. Tiene unas largas rastas que mantiene atadas y la cabeza prácticamente rapada. El piercing pequeño como un punto que lleva en su nariz cualquiera habría pensado que era demasiado femenino, pero no él, es el único que a pesar de tener un arete brillante en su rostro sigue manteniendo su asombrosa masculinidad. Maldito Travis.

-¿Qué onda, viejo? -me saluda con unas palmadas en la espalda-. Hace tiempo que no te veía por aquí.

-Estuve hace unas semanas, vine con Juan y Emilia -le cuento.

-Ah, sí. Me tome unos días. ¿Cómo está Emilia? Hace años que no la veo -pregunta, como quien no quiere la cosa, aunque en sus ojos se le nota el interés.

-Bien, está tranquila -contesto, sin entrar mucho en detalle. No creo que a Emilia le guste que le hable de ella.

-Ah, que bien -asiente él, cruzándose de brazos-. Entonces, ¿les consigo una mesa?

-Era mi intención, pero veo que está explotado -contesto, observando alrededor.

-Siempre hay una mesa para ti, fuiste mi cliente más fiel por años -suelta como si aún fuera uno, aunque la amistad se ha solidificado con el pasar del tiempo. Ahora es como un hermano al que no veo tan seguido, pero que está ahí si se presenta algo. Travis fue uno de los que llegó a verme muy mal y no se alejó, aunque un día casi lo consigo. La mirada decepcionada que me dedicó no la voy a olvidar jamás.

Nos guía a través del local hasta el fondo, cerca de las ventanas y contra la pared. Hay una mesa sin sillas que parece ser utilizada para dejar las cartas y algunos saleros. Él ordena que quiten todo y traen dos sillas. Los ordenadores estaban contra la pared y cualquiera pensarían que estaban sin funcionar, pero él los acerca y se encienden enseguida.

La lección© [COMPLETA]Where stories live. Discover now