Delirio

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Nicolás.

Miro la hora.

Se acerca el momento de la presentación. La escuela está abarrotada de gente, padres, abuelos, amigos y los estudiantes se preparan con ansiedad para dar sus números. Están más fastidiosos que nunca, con las clases acabadas se creen que pueden hacer lo que se les pire las ganas y se mandan todas las cagadas que no hicieron en el año, incluyendo fumar en las instalaciones, esconder alcohol, manosearse en los rincones.

Odio a los adolescentes cuando se ponen como críos, uno vuelve a verlos como si tuvieran diez años tratando de comportarse como adultos y dan pena. Además estoy cansado de gritarles para dejar contenta a Griselda, ninguno me hace caso y eso me fastidia. Llegó un punto que dejé de acatar las ordenes de la directora y empecé a hacerlo con verdadera intención, amenazando con apercibimientos que realmente iba a cumplir si seguían jodiendo. Me volví un verdadero ogro esta mañana, Celeste fue la primera en notarlo.

-Espero que te calmes porque en mi presentación necesito envolverme con las vibras positivas de todos los que me rodean -me advirtió con un gesto zen y amenazante al mismo tiempo, una extraña combinación que me perturbó.

Lo mío solo era un estado de humor.

O Irene que no aparecía.

Hablé al departamento de Santiago y él me dijo que nunca había ido allí, que le había dicho que iba a estar en el mío. Con la posibilidad de que hubiera cambiado de planes a último momento, marqué a mi teléfono. Pero nadie contestó. Lo hice varias veces con la intención de que respondiera por cansancio en el caso de que estuviera ignorando el timbre porque le daba vergüenza responder siendo mi casa.

Esperé que realmente se encontrará allí, cambiándose o en la ducha.

-Estamos por comenzar -me dice la secretaria de Griselda, asomando su cabeza a la sala de profesores donde un par nos escabullimos para pasar el rato.

Sigo a la multitud al teatro. Tras bambalinas los primeros grupos se alistan. El curso de Irene ya está acomodado en las butacas para presenciar la primera parte de la presentación. Griselda aparece en el escenario y comienza su discurso.

Encuentro los ojos de Celeste en la multitud, me hace un gesto preguntándome por Irene. Le digo que no sé. Ella frunce el ceño y le habla a Candela a su lado.

-Ten. -Wendy, la chica de la cafetería, me tiende un café caliente-. Serán unos largos discursos.

-Gracias -lo acepto, dándole un sorbo. Está caliente y bien endulzado, como me gusta-. Está delicioso.

-Luces un poco preocupado. -Sus ojos brillan un poco cuando lo dice, como si realmente le interesara lo que me ocurre y esboza una sonrisa dulce.

Es una chica simpática y con carácter, la he observado tratar a los estudiantes cuando la acosan para que les de sánguches y las últimas empanadas en los recreos.

-Solamente estoy cansado, nada más. O lo estaba, ahora mi día mejoró un noventa por ciento -comento, alzando el café.

-¿Tanto vale el café para ti?

-Y la persona que lo entrega.

Ella se ríe, ligeramente ruborizada.

-Me alegra haber contribuido en eso. ¿Nos sentamos? -pregunta, acomodándose en unas butacas.

La sigo sin pensarlo.

<===3


Irene.

El ligero ruido de las gotas cayendo es todo lo que puedo escuchar ahora. Eso y un llanto. Un llanto interno que ha estado sucediendo por años, acentuándose en los momentos más sublimes, descendiendo cuando parecía no valer la pena, acompañando pensamientos y alegrías, penas y orgasmos. Un llanto que se acompasó con el ritmo de las palpitaciones que avivan un cuerpo, animándolo a subsistir cada día nuevo al abrir los ojos por las mañanas solitarias de esta vida miserable y que me acostumbraron a sentirlo, a saber que ahí está atormentándome. El llanto es lo único que me acompañó cuando nací, jalada del útero de mi madre por unas manos ásperas que me dejaron en los brazos delgados de esa adolescente triste que veía su juventud arruinada. Y el llanto es el que me acompaña ahora, probablemente en la caía más dura que experimentaré.

La lección© [COMPLETA]Where stories live. Discover now